Este artículo es una especie de biografía lectora de su autor, quien prefirió relatar los libros que más lo influyeron en diversas etapas de su vida a escoger un solo libro preferido. No son los libros en sí mismos lo que impactan, sino las ideas motrices que exponen sus autores.
En cada etapa de nuestras vidas es casi seguro que un libro que nos ha influenciado tanto que sentó las bases para la próxima etapa de nuestro desarrollo psicológico, mental y espiritual. En esta perspectiva los libros son las puertas que nos muestran una nueva dimensión que la vida nos invita a recorrer si nos sumergimos en su lectura. No es el libro per se el que nos impacta. Lo que nos sacude son la o las ideas motrices expuestas por sus autores. El libro es apenas el vehículo impreso que nos da conocer lo que el autor arduamente luchó por expresar. Sus ideas reverberan todavía en nuestro consciente colectivo con la fuerza de vida propia.
Utilizando este marco de referencia, hago memoria de los autores cuyas obras fueron claves en cada etapa de mi crecimiento. Recuerdo los que nutrieron la imaginación de mi infancia y adolescencia, haciéndome soñar con castillos encantados, con bosques mágicos, con animales feroces, con hadas y con héroes. Crecí con el encanto de Blanca Nieves y los siete enanitos, de los hermanos Wilhelm y Jacob Grimm, con el amor platónico de Cenicienta, con la angustia de Caperucita Roja, con las proezas de Peter Pan, las aventuras del capitán Nemo en el Nautilus a lo largo de su viaje de 20.000 leguas submarinas, de Julio Verne; con la obsesión del capitán Ahab por encontrar y matar a Moby Dick, la ballena que le había quitado de un mordisco una pierna en un viaje previo. Intensa aventura escrita por Herman Melville.
Después encontré otro tipo de libros que abrieron la puerta de la magia de la literatura en todo su esplendor imaginario, como el Don Quijote de la Mancha, El cuento de las dos ciudades de Charles Dickens, los Cien años de soledad de nuestro entrañable García Márquez con su mágico realismo que lo envuelve a uno en un laberinto de interminables imágenes arrancadas al calor de una afiebrada imaginación tropical en la que se confunden los personajes con el paisaje, lo soñado con lo vivido, lo anhelado con lo sorpresivamente conseguido, lo idealizado encarnado en personas vivas y reales.
La etapa posterior de crecimiento la enriquecieron autores de ciencia ficción que me posibilitaron vivir las aventuras extraterrestres como las de la trilogía de las Crónicas de Dune, de Frank Herbert. El escenario es el inhóspito y desértico planeta Arrakis, donde el más preciado tesoro es el agua. Por su escasez, los habitantes desarrollan una reverencia semirreligiosa en su obtención y conservación. Este planeta se convierte en centro de un conflicto galáctico por el control de la droga más codiciada del universo, el melange, producido por un gusano gigantesco del desierto. La trilogía es un magnifico y extraordinario retrato de las pasiones permanentes que hay en cualquiera de las versiones de humanos potencialmente existentes en el universo.
No puedo dejar de mencionar la serie The Foundation, Foundation and Empire, y Second Foundation, del padre de la ciencia ficción, Isaac Asimov. En esta trilogía los robots, con su inteligencia artificial, se proponen crear el mundo ideal que los hombres no han logrado. Su final es tan sorpresivo como lógico. Los invito a que lo descubran.
Esas vívidas imágenes se complementaron con las melodías de la prosa poética avasalladora de Porfirio Barba Jacob, hasta los sublimes versos de la pregunta existencial de Shakespeare: to be or not to be, that is the question. La poesía de versos pulidos hasta la perfección me presentó un universo esplendoroso apresado en melodías cadenciosas, capaces de arrullar el alma sedienta de transcendencia: “Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero…”, que escribió Teresa de Ávila.
Después llego la reflexión profunda sobre el ser, mi devenir, el misterio del futuro imposible de apresar, la complejidad de las relaciones humanas, la problemática ecológica del planeta, la ansiedad producida por la injusticia social a nivel mundial, la aparente ineludible confrontación violenta como la forma permanente que el hombre ha usado para manejar el conflicto. Grandes autores me formularon las preguntas de fondo que no han sido satisfechas por más esfuerzos de análisis, de profundización y de ampliación de conceptos. En esta etapa de intensa maduración numerosos autores me abrieron una y otra puerta a ese mundo convulsionado.
Libros como El mundo feliz de Aldous Huxley, que imaginó la creación de una sociedad producto de niños concebidos en probetas, en cinco categorías correspondientes a los más inteligentes, responsables de la dirección de la humanidad, hasta los más ignorantes, encargados del trabajo manual duro. Una sociedad perfecta bajo la apariencia de una democracia donde ningún estrato pensaría en rebelarse, pues cada uno está condicionado a “amar su estado de servicio genéticamente determinado”.
Después fueron muchos los libros que me abrieron los ojos a la injusticia social atrincherada en todos los continentes en múltiples formas sutiles de autojustificación. Quizás el libro que mejor me develó la inveterada esclavitud racial fue Raíces, de Alex Haley quien, con rigurosa metodología de investigación histórica, reconstruye el origen de su familia arrancada del África occidental por traficantes de esclavos. Sus antepasados fueron vendidos a un blanco sureño que los puso a trabajar en una hacienda algodonera y de tabaco. Los maltrató sin piedad ni descanso, con la brutal discriminación de esa época, hoy sutilmente camuflada en las actitudes antirraciales existentes en Estados Unidos.
A la par me encontré con gigantes del pensamiento filosófico moderno. Entre ellos destaco uno que está vivo, Ken Wilber, cuyos siete libros básicos presentan una teoría de integración a todos los niveles conocidos de la realidad física y social. Lo hace con una lógica impecable que permite entender por qué actuamos como actuamos y cuál es el valor de cada eslabón de integración que él propone para la conformación de un mundo más equitativo y justo.
En paralelo están los pensadores modernos que tienden un puente entre la ciencia y la espiritualidad. Han encontrado cómo superar la confrontación milenaria de las dos realidades humanas: la puramente física y la del espíritu. Entre estos sobresale el neurólogo indio Deepak Chopra, que pone de relieve cómo nuestro espíritu es una manifestación natural y dinámica que nos permite salir de la cárcel del yo-minimizado a la expansión del Yo-Universal.
También está Joseph Campbell, un gigante en la interpretación de multitud de mitos de la antigüedad. Estableció las claves para comprender lo que nuestros antepasados expresaron en esos mitos. Sus concienzudas investigaciones permiten captar el esfuerzo que hicieron nuestros antepasados por comprender la dimensión trascendental, intuitivamente sentida, pero conceptualmente desconocida.
Contemporáneos como Gregg Braden han hallado, en las tradiciones más antiguas, respuestas frescas a los interrogantes del origen de nuestra especie y de su capacidad evolutiva. Joe Dispenza y Bruce Lipton abren la puerta de cómo ser conscientes de la conexión entre la mente y el corazón. Lo hacen con una metodología que nos permite convertirnos en directores de nuestra evolución neurológica a nivel del inconsciente, transformándonos en creadores de nuestra realidad internamente deseada.
Además, la lectura de los experimentos de los consagrados investigadores del sustrato de la realidad cuántica subatómica, Werner Heisenberg, Niels Bohr y Max Planck, confirmó que somos actores y creadores de la realidad por el solo hecho de pensarla. Esta verdad se nos escapa cuando pasamos del mundo subatómico al nivel macro de la realidad física planetaria. Nuestra capacidad de influenciar la realidad cuántica que develaron nos permite extrapolar y entender el rol decisivo que nos compete en la orientación de nuestra propia realidad evolutiva, física, social, espiritual y planetaria.
Dos gigantes del pensamiento moderno, Albert Einstein y Stephen Hawkins, me abrieron las puertas al universo cósmico para ampliar el conocimiento de las leyes que lo gobiernan. Definieron que la Energía Universal es la matriz omnipresente que cobija el universo entero. Podemos concebir que ella tiene una capacidad creativa organizadora que se evidencia en el Diseño Inteligente que el cosmos devela en los estudios modernos de astronomía.
Finalmente, cito a los maestros universales, cuyas enseñanzas morales le han dado al hombre, desde el inicio de su historia, una guía de comportamiento que le permite desplegar el potencial de creación divina impresa en su ser. El hombre lo logra cuando escucha el susurro interior que le dice cuál es el bien que debe hacer por los demás, el mal que debe evitar y la construcción colectiva de un mundo donde la justicia y la paz sean el marco dinamizante de nuestra evolución como raza humana. En este nivel están las revelaciones de Moisés, Jesús, Buda, Mahoma y la más reciente Manifestación de Dios a la humanidad, Bahá’u’lláh, el vocero de Dios, cuyas enseñanzas, escritas o dictadas por él son el plan de acción para que la humanidad pase a su próxima etapa de evolución espiritual que le permita la creación de un nuevo mundo, esbozado en los principios de la fe Bahá’i.
Reynaldo Pareja
Agosto, 2021
3 Comentarios
Reynaldo: es ejemplar la abundancia del pensamiento y la profundad del mismo que tu reflejas en este compendio maravilloso de las lecturas que han influenciado y siguen influenciando tu vida. Tu nos aventajas en la comprensión de la existencia más allá de las limitaciones que nos imponen nuestra cultura y nuestra sociedad. Es maravilloso leerte y escuharte. Gracias por compartir con nosotros tu riqueza espiritual e intelectual. Saludos.
Gracias Hernando por la aduceza de tu observacion. Has dado en el clavo de lo que me han dejado todos esos libros como el marco ampliado de mi perspectiva mundial. Se piensa en grande cuando se bebe de los grandes.. Reynaldo
Great list!