De cada 100 estudiantes que ingresan a primer semestre de la educación superior -de nivel universitario, técnico y tecnológico- unos 40 no se gradúan, según un estudio del Laboratorio de Economía de la Universidad Javeriana.
En promedio, cada semestre se matriculan 432 mil estudiantes en uno de los tres niveles ofrecidos en el país. El año 2016, seguido por los años de la pandemia, ha sido uno de los peores en graduados: el 40% de esos 430 mil no se graduó.
A ese fenómeno lo llaman deserción, que remite al sustantivo “desertor”, el cual tiene un significado más ligado al lenguaje castrense. El Diccionario de la Lengua lo define diciendo que desertor es el soldado que abandona el ejército sin autorización, y lo extiende a quien abandona un grupo con el que está comprometido. En otras palabras, un prófugo, un tránsfuga.
No es un término amigable y tampoco justo con quienes dejan de estudiar una carrera profesional, porque la mayoría lo hace debido a que no tiene los recursos económicos para llegar hasta el final. Lo cual no vuelve culpables a quienes provienen de medios socioeconómicos menos pudientes, ni siquiera a quienes entran a la educación superior con graves vacíos y rezagos en las áreas básicas del conocimiento que traen del colegio.
Un grado muy grande de responsabilidad en ese desastre estudiantil le cabe al sistema educativo que tenemos. Ahora, cuando se ha anunciado un proyecto de reforma a la ley 30 de 1992 de la educación superior, convendría enfocar certeramente la calidad de la educación que es un aspecto clave pero débilmente afrontado por las instituciones educativas del país.
Me refiero primeramente a todo el sistema, que va desde la educación primaria hasta la superior, el cual sigue arrastrando por años, debilidades estructurales referentes a la calidad. Pero la reforma es de la educación superior y la que se proyecta insiste en el financiamiento.
Este es un asunto que urge, aunque el arranque de la reforma puede darse mal si se concentra en el financiamiento de los gastos de funcionamiento, que son uno de los ejes de la calidad si se atiende a la necesidad de tener un profesorado con altos títulos académicos, bien remunerados.
Ahora, la calidad no depende únicamente de ese eje. Otros también son importantes: las condiciones óptimas para el aprendizaje como laboratorios, bibliotecas, tecnologías educativas, entre otros, sino además financiación para mantenerse con buen rendimiento en sus carreras académicas, sin el riesgo de convertirse en “desertores”, en perjuicio de ellos y del país.
Jesús Ferro Bayona
Publicado en El Heraldo de Barranquilla.
3 Comentarios
Muy interesante análisis
Como explica Bernard Lonergan S.I.: las omisiones de la comprensión (sobre las situaciones) dan lugar a políticas equivocadas y cursos de acción ineptos. Lo vemos todos los días. Los actos de intelección adecuada llevan a planes y actividades inteligentes, que son la clave de la practicidad. Gracias Chucho por tu ayuda a entender lo que hay que entender.
Chucho:: Siento que tocas un asunto neurálgico en el tema de la educación superior. Creo que deberíamos desarrollar políticas institucionales adecuadas para enfrentarlo. Y considero además que se requeriría una actitud de coordinación, asociatividad e interacción entre las diferentes instituciones que configuramos el “sistema” de educación superior, para abrir oportunidades de continuidad y permanencia. Gracias por referirte a estos temas. Cordialmente. Hernando