Pretendo discutir en este texto las más arraigadas ortodoxias de izquierdas y derechas.Aun en precarias democracias occidentales, como las latinoamericanas, todos sus asociados –sin distinción de clase, etnia o religión– nos aferramos con pasión a la libertad individual. En su defensa, muchos estarían dispuestos a matar o morir. Pero lo que ahora llamamos Libertad, sumergida por su propio y excesivo peso, se hunde inexorablemente como el Titanic.
Estamos viviendo y experimentando la agonía de la libertad individual en el mundo actual. Con ella, se van extinguiendo también sus innumerables derivados: el individuo soberano y sus derechos, la democracia liberal, el libre mercado…
La libertad individual hace parte central de lo que los europeos nos enseñaron a llamar Modernidad: las concepciones libertarias surgidas del Renacimiento, la Ilustración y la Revolución Francesa. En otras palabras, es el resultado final de la secularización y politización de la libertad moral del individuo, introducida originariamente por el cristianismo en las corrientes culturales de la historia occidental. La tan elogiada democracia ateniense solo cubría al millar de ciudadanos que se consideraban libres, no como individuos sino como pueblo, y como tal se reunían en el ágora para discutir los asuntos públicos. De libertad individual, ni hablar. El concepto no existe en Aristóteles. Antes que él, la asumió Sócrates y por esa audacia temeraria le dieron a beber la cicuta.
Pues bien, lo que hoy denominamos Libertad se ha desbordado mucho más allá de los límites que dieron origen al moderno individuo social y político ‒la importante individuación humanizadora‒, y se ha transformado en un cerrero individualismo de masas inconscientes que, a título de su propia e irrenunciable libertad, se esclavizan a sí mismas en la incesante y angustiosa carrera de la mutua competencia y la continua acumulación. Esa es la tesis sorprendente y acertada del filósofo norcoreano formado en Alemania, Bjung-Chul Han.
De acuerdo con la mayor parte de los economistas y analistas de la llamada “izquierda”, especialmente preocupados por la suerte de los sectores más pobres y más débiles, este ha sido el resultado funesto de una globalización neoliberal impulsada en el mundo desde fines de los años 80, ratificada en América Latina por el llamado Consenso de Washington. El Consenso aboga por una radical reducción del papel del Estado en la prestación de servicios sociales, que pasan a manos de la empresa privada. Además, impulsó la apertura de las economías latinoamericanas a la libre importación y exportación de medios de producción y bienes de consumo.
Pero, contra el sentir habitual de la izquierda, hay que decir que el Consenso no fue un simple ardid del “imperialismo”. Fue la respuesta obligada a los problemas generados por el modelo de sustitución de importaciones impulsado durante buena parte del siglo XX por la Comisión Económica para América Latina (CEPAL): la Comisión proponía sustituir la importación de bienes de consumo por la de medios de producción –maquinaria y equipos–que permitieran desarrollar una industria nacional. Sin embargo, como las divisas obtenidas por las precarias exportaciones nacionales de materias primas no bastaban para financiar las importaciones de aquellos medios productivos, se hacía indispensable recurrir a continuos créditos internacionales que incrementaban sin cesar el déficit fiscal y la balanza comercial de los Estados latinoamericanos. Se trataba, pues, de un desarrollo “al debe”.
El proceso hizo crisis cuando los países latinoamericanos recurrieron alegremente a la oferta casi ilimitada de crédito ofrecido por los países miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), en la que la Venezuela “saudita” de aquel entonces jugó un papel central. A comienzos de los años 80, la inmensa deuda del subcontinente se hizo impagable y México se declaró en default. Como caso raro (rarísimo,¡ja, ja!), Colombia tomó distancia de la región y fue honrando sus deudas de año en año, gracias, en buena medida, a los pingües beneficios de la “ventanilla siniestra” abierta por López Michelsen en el Banco de la República, que permitió el ingreso masivo de los abundantes recursos de la marihuana y, más tarde, de la cocaína y la heroína. Sin embargo, el lastre de la deuda ha seguido pesando desde entonces hasta hoy sobre la economía nacional.
Con todo, el aparente “desarrollo” nacional generado por el modelo cepalino alcanzó para hacernos esclavos del consumo y la acumulación. Y, por esta vía, la libertad se está destruyendo a sí misma; ha disuelto ya la solidaridad de casi todas las comunidades políticas y está arrasando velozmente el entorno natural. A partir del Consenso, el sistema económico se montó sobre la implantación, defensa y fortalecimiento de la oferta, esto es, de las grandes empresas financieras, mineras y comerciales liberadas del yugo estatal, bajo el engañoso supuesto de que su desarrollo acabaría por generar empleo y por derramar, de arriba hacia abajo, cuernos de abundancia y prosperidad.
Ya desde mucho antes, las finanzas promovidas por los Médici en Italia y, luego, la navegación, el ferrocarril, el avión y la TV nos venían atando a una interminable e inextricable cadena global de intercambios. Y, en los últimos tiempos, desde fines de los 80, una poderosa malla de hilos digitales ha estrechado esas cadenas, casi hasta asfixiarnos. Hoy, una densa red de redes ‒Internet‒ desnuda nuestros apetitos, nos inunda de la información correspondiente e impulsa los intercambios financieros, comerciales, culturales, científicos, tecnológicos globales, etc., incluso a despecho de los gobiernos. Ni siquiera el omnipotente Trump, con su hirsuta voluntad de poder, pudo doblegar a gigantes tecnológicos como Google, Amazon, Apple, Tesla, etc. Xi Jinping no cesa de castigar a las grandes empresas tecnológicas, sobre todo estadounidenses. Por su parte, Putin aprovecha las aplicaciones digitales para infiltrar países, empresas, elecciones y secretos científicos, tecnológicos y militares de numerosas naciones, como viene ocurriendo en el caso de Colombia.
Hasta 2020 no resultaba fácil imaginar alternativas a esta ortodoxia neoliberal dominante. Sin embargo, la crisis económica y social desatada por la pandemia está obligando a explorar nuevos caminos. Desde comienzos de ese mismo año, el grupo Banco Mundial (BM) se ha propuesto responder a la crisis mediante una especial atención a cuatro esferas clave: salvar las vidas amenazadas por la pandemia; proteger a los pobres y vulnerables; ayudar a salvar los empleos y las empresas, y trabajar para contribuir a una recuperación más resiliente. En otras palabras, pretende asumir el estímulo no solo a la oferta sino en particular a la demanda de los sectores más vulnerables.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) se muestra más conservador y quiere, como siempre, aparecer más riguroso y “científico”. “Si la historia sirve de pronóstico –dice una investigación auspiciada por el Fondo y publicada en el IMF Research Perspectives–, es posible que la tensión social resurja una vez que la pandemia se disipe. La amenaza puede ser mayor en los casos en que la crisis ponga de manifiesto o agrave problemas latentes como la falta de confianza en las instituciones, una gestión de gobierno deficiente, pobreza o desigualdad” (¿pensaba acaso en Colombia?).
¿Qué motivos impulsan este cambio de perspectiva de los poderosos y arrogantes organismos internacionales? Supongamos lo mejor, aunque sea lo menos probable: quizás algunos altos directivos internacionales experimenten sentimientos humanitarios de compasión. Sin embargo, las razones más profundas son dos: en primer término, la creciente escasez de la demanda está castigando la oferta de las empresas, que no venden porque no hay compradores y, en segundo lugar –y quizás sobre todo–, el desbordado crecimiento de la pobreza y la miseria amenaza con desatar una oleada de protesta y de violencia que podría arruinar y destruir el sistema. Pero al margen de las intenciones de quienes impulsan este giro, lo cierto es que pone al desnudo la falacia de un sistema fundamentado en los privilegios concedidos a los productores para mostrarnos que es posible y beneficioso un sistema basado en el apoyo al polo contrario, la demanda, esto es, al consumidor y, en particular, al potencial consumidor más débil.
El proyecto de reforma tributaria que el ministro de Hacienda colombiano presentó al Congreso –y que este aprobó– es un nítido ejemplo de lo que un destacado economista y profesor de la Universidad Nacional ha denominado “una revolución copernicana” de la economía: el salto decidido de la habitual ortodoxia económica de nuestros gobiernos, basada en el estímulo a la oferta –es decir, a la gran empresa–, hacia una economía basada en la demanda –esto es, en los consumidores y, de modo particular, en los pobres–, así sea de manera temporal.
Tanto los escarceos reformistas del BM y del FMI como el giro propuesto por el ministro de Hacienda colombiano podrían tener un efecto más duradero que el pretendido por sus autores: permitiría mostrarnos de manera práctica que una economía que se fundamente en la atención a la demanda no solo es posible sino inmensamente más provechosa para toda la sociedad, que además verá disminuir el odio y la violencia con todos sus inmensos costos humanos y financieros.
Luis Alberto Restrepo M.
Septiembre, 2021
7 Comentarios
Sería muy difícil añadir algo al excelente análisis de Luis Alberto. Además de que no solo se limita a comentarnos cómo hemos llegado a este punto, nos da algunas esperanzas sobre el futuro. Según él, y esperemos tenga razón, la luz que estamos viendo después de la pandemia ha hecho que algunas instituciones busquen proteger a los vulnerables, y contribuir a la recuperación. Esperemos esto se dé realmente.
No comparto, sin embargo, su tesis de que la “izquierda” tenga interés alguno en la suerte de los sectores más pobres y más débiles. O, talvez lo que sucede es que esta es la intención de la “izquierda”, pero que en realidad no hay ningún gobierno actual, ni pasado, que cumpla con esta condición y pueda ser llamado de izquierda.
De todas formas, parece que hay una esperanza de parte de organismos realmente interesados en solventar la situación actual, así sea por razones prácticas, para evitar “una oleada de protesta y de violencia que podría arruinar y destruir el sistema.”
Espero sinceramente que Luis Alberto tenga razón en su excelente planteamiento. Gracias y Saludos.
Muy claro el análisis que haces. Esperemos que el vuelco que prevés hacia la comunidad, alejándose del hirsuto individualismo acumulativo se convierta en realidad.
Saludos
Excelente los imaginarios que describe Luis Alberto: democracia de 1.00o ‘ilustres’ atenienses y nosotros convencidos de que vivimos en un mundo en donde prima la libertad individual, denigramos de un sistema totalitario como el chino porque no hay ‘libertad individual’, lo cual es correcto de acuerdo a nuestros imaginarios de libertad
Nuestra ‘libertad’ por otra parte está malévolamente controlada por organismos internacionales oficiales; grandes corporaciones de producción y comercialización y por los ingentes mamuts tecnológicos que manipulan segundo a segundo nuestros DATOS PERSONALES
Será muy horrible vivir en una sociedad autoritaria, sin ‘libertad personal’, como la nuestra, y preocupada más por el bien común?
Luis Alberto: muchas gracias por tu explicación sobre los hechos actuales tan bien documentada y tan bien desarrollada. Creo que es urgente y necesaria una reflexión profunda como la que tu haces. Un cordial saludo. Hernando
Creo que uno de los valores de este blog es permitirnos reflexionar -e intercambiar- puntos de vista y posiciones sobre los importantes (y a menudo ocultados por los medios) temas que nos atraviesan. La relación entre libertad individual y “negocios globales” es un tópico que merece mirarse con la lupa que nos ofrece Luis Alberto.
Luis Alberto, excelentes reflexiones sobre la libertad actual del individuo en occidente. Silvio abre una puerta sobre el gobierno “autoritario” preocupado por el bien común, que comparto plenamente, y que nos refiere , en cierta forma, al Contrato Social de Rousseau, pero, además, nos proyecta hacia otra dimensión como es la solidaridad en vez de la competitividad,
Además, ese concepto de libertad tal como la experimentamos en Colombia, teniendo en cuenta nuestra estructura socioeconómica, más bien parece una cadena que niega oportunidades para todos y a la cual hemos permanecido atados por años.
En nuestras manos está cambiar este panorama, así nos demoremos otros o muchos años
Muchas gracias a todos por sus acertados y benévolos comentarios.