La narración de la experiencia vital transmitida vivazmente por Bernardo Nieto y Miriam en el Camino de Santiago, me animaron a compartir un aparte del libro Peregrinaciones en el Perú. Antiguas rutas devocionales, que publiqué en 1999, al que dediqué dos años de viajes por el país.
Peregrinar constituye un aspecto fundamental de todas las religiones en todo el mundo. Representa una experiencia universal enriquecida por la historia y la cultura de los devotos y fieles que la realizan.
En todos los rincones del planeta se vive o se ha vivido la necesidad de peregrinar. Benarés (India), la montaña de T’ai’-shan (China), Lhasa (Tibet), Shikoka (Japón), Karnak (Egipto), Jerusalén (Israel), La Meca (Arabia Saudita), Delfos (Grecia), Roma (Italia), Santiago de Compostela (España), Yasna-Gora (Polonia), Fátima (Portugal), Lourdes y Chartres (Francia), Guadalupe (México) y Esquipulas (Guatemala) son lugares sagrados que han sido o son, actualmente, grandes centros de peregrinación que dan testimonio de una necesidad existencial de la condición humana en su dimensión religiosa.
En el Perú, la institución del peregrinaje es única, porque combina en sus raíces una diversidad de tradiciones: la indígena precolombina regional, la inca, la aymara, la africana y la católica europea del siglo XVI. Vestigios muy tempranos de la existencia de centros de peregrinación precolombinos han sido investigados por arqueólogos en Chavín de Huántar (Ancash), en las pirámides del Sol y de la Luna (La Libertad), en Cahuachi (Nazca), en Tiahuanaco (Bolivia) o en el Coricancha (Cusco).
Además, muchos de ellos fueron documentados por los cronistas de la Conquista. Montañas y nevados como Pariacaca (Huarochirí), Catequil (Huamachuco), Coropuna (Arequipa) y Ausangate (Cusco) eran venerados con sacrificios y diversos rituales, con la creencia que allí habitaban los dioses tutelares de cada pueblo. También la tierra (Pachamama), el trueno, lagunas o cochas, y algunas piedras eran considerados Wakas o lugares sagrados que solicitaban devociones dentro de un complejo panteón andino.
La Conquista hispana alteró estas tradiciones y su geografía sagrada, principalmente por la labor y estrategia evangelizadoras de cada una de las órdenes religiosas que llegaron a tierras americanas. Dominicos, mercedarios, franciscanos, agustinos y jesuitas trataban de salvar a los indígenas de sus prácticas idólatras o ‘cosas del diablo’. Así surgió una diversidad de advocaciones traídas de España.
En los lugares más alejados hubo “milagrosas” apariciones de vírgenes y cristos, siempre cerca de antiguos sitios prehispánicos. Esto se interpreta como una estrategia de resistencia de los cultos ancestrales nativos, que aún persisten, a pesar de las sangrientas campañas de los ‘extirpadores de idolatrías’, especialmente en el siglo XVII, destinadas a acabar con cualquier vestigio “pagano” anterior.
Cualquier peregrinación en el Perú tiene un patrón que combina tres elementos. El primero, el religioso, incorpora súplica, arrepentimiento y oración cristianos, además de ser un instrumento práctico, porque al acudir a la peregrinación durante varios años para cumplir una promesa o hacer una donación importante a la iglesia o a “la hermandad” de cada santuario, se espera a cambio una gracia, un milagro, una recompensa por el esfuerzo desplegado.
Por lo general, el santuario está alejado de las casas de los peregrinos. La ruta es difícil y tiene un camino o ‘vía sacra’ que conduce al espacio sagrado (el santuario), donde el poder y la presencia de Dios están definidos a través de la veneración de imágenes de cristos, vírgenes o santos. Allí el encuentro produce la regeneración espiritual, porque el santuario es el mediador entre el cielo y la tierra.
El segundo elemento es la “identidad territorial”, como aspecto de cohesión e integración culturales. Cada peregrinación está coloreada por la historia y por la tradición de poblaciones o regiones específicas. Aunque a veces los cultos se asemejen, como en el caso de la aparición del Señor de Huamantanga en Canta (Lima) y el del Cristo Cautivo de Ayabaca (Piura), cada uno tiene su propio proceso histórico-cultural íntimamente relacionado con las tradiciones de estos pueblos y con el grado de influencia de la iglesia oficial en la zona. Asimismo, la corriente de tráfico humano desarrollada a lo largo del itinerario del peregrinaje vitaliza a esa sociedad, su economía y su cultura.
El tercer elemento, la fiesta y la celebración, también son parte importante de la peregrinación en el Perú. Llegar al santuario después de sufrimientos y mortificación, participar en la liturgia, acercarse y tocar la efigie, prenderle velas o cirios, ofrendarle mantos, estolas o joyas, escribirle cartas, velar la imagen y cargar el anda son parte del ritual del peregrino, que se complementan con la fiesta, la celebración, sobre todo en los pueblos serranos donde conjuntos de danzantes y músicos intervienen desplegando lo mejor de sí mismos ‒con extraordinaria fuerza‒ ante las imágenes veneradas.
La fiesta incluye las comidas ‒hechas con devoción para “el santo”‒ y las bebidas tradicionales. Ambas forman parte del programa de la mayoría de las peregrinaciones peruanas. Formas, texturas, olores, colores, sonidos, sabores y gusto invaden el espacio sagrado del santuario, con los que cada pueblo aporta sus propias tradiciones, enriqueciendo la brevedad de la fiesta, como un espacio temporal extraordinario que trasciende lo cotidiano y permite la elevación espiritual de cada peregrino.
La mayoría de los santuarios estudiados en el Perú ha desbordado su influencia local. Con los años se han convertido en centros religiosos regionales con ramificaciones en distintos puntos del país e importantes sedes en la capital, organizadas en cofradías, hermandades o congregaciones que se encargan de mantener vivo el culto y difundirlo, lo que asegura su supervivencia. Participar en una cofradía o hermandad es un rito especial: es asumir una responsabilidad sagrada, paralela a la de la liturgia oficial, que otorga estatus y prestigio en la comunidad.
La iglesia oficial ha tenido que adaptarse a estas formas de expresión de la religiosidad popular, diferentes a la liturgia establecida. Lo pudimos comprobar una vez, cuando grupos de danzantes bailaban dentro de la catedral de Lima, en homenaje al Señor de Qoyllur Rit’i, el Cristo Campesino del Cusco, mientras el sacerdote que fungía como vicario de los quechuahablantes de Lima oficiaba una misa en quechua. Luego de dar la bendición final, exclamó: “Kausachun Taytacha Qoyllur Rit’i” (¡Viva el Señor de Qoyllur Rit’i!).
En la próxima entrega relataré tres de las más famosas peregrinaciones del Perú.
Marcela Olivas Weston
Febrero, 2021