Las joyas de la Reina

Por: Jesús Ferro Bayona
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Llevarse a la tumba joyas, coronas y peines de lujo es una tradición que se remonta milenios atrás en Egipto, donde se han conservado mejor las momias en sus féretros, y también en otras civilizaciones antiquísimas, como las mesopotámicas, persas y chinas.

Los funerales de la reina Isabel II de Inglaterra tuvieron infinidad de detalles, que el público del mundo entero miró hasta la saciedad por televisión, y otros más discretos que fueron revelados por incontables noticias en la prensa, que siempre está buscando halagar la curiosidad de la audiencia. 

La Reina se llevó a la tumba el anillo de oro galés que Felipe de Edimburgo le regaló el día de su boda en 1947 y que no se quitó desde entonces. También quiso llevarse un par de pendientes de perlas que lució toda su vida y que por cierto Isabel I, la reina virgen, su predecesora, colgó los suyos como signo de esplendor del arco iris, como se puede apreciar en el exuberante retrato que le hizo hacia 1600 el pintor flamenco Marcus Gheeraerts en la corte de los Tudor. 

Pero la cuestión de llevarse a la tumba joyas, coronas y peines de lujo es una tradición que se remonta milenios atrás en Egipto, donde se han conservado mejor las momias en sus féretros, pero también en otras civilizaciones antiquísimas como las mesopotámicas, persas y chinas. Cuando se descubrió en 1922 la tumba egipcia de Tutankamón, el egiptólogo Howard Carter no salía de su asombro al observar tanto magnificencia y lujo, pese a que había sido saqueada a través de muchos siglos sin que nadie la protegiera. 

En el Valle de las Reinas en el Nilo quedaron los arqueólogos estupefactos ante el sinnúmero de necrópolis que guardaban las momias más famosas, entre ellas la de Nefertiti, que todas las reproducciones y pinturas muestran con el cuello alargado que la hace aún más bella, justamente por su exotismo que se sale de lo común para los cánones de belleza a los que estamos acostumbrados. 

Todas las reinas cuyos restos se han conservado a medias, aunque se hayan enterrado siguiendo las técnicas más originales de la momificación, abrazan de forma hierática objetos y amuletos preciosos, como quien va para un viaje largo sin dejar atrás nada que sea indispensable para sobrevivir en una forma de vida que aún no sabemos cómo se la imaginaban. Lo que sí sabemos es la ilusión que tenemos todavía en la actualidad de seguir viviendo en el más allá aferrados a algo tangible, como puede ser una joya. 

Esa ilusión de la supervivencia no es exclusiva de las civilizaciones orientales. En marzo de 1999 se hallaron a más de 6700 metros de altura, cerca del volcán de Llullaillaco, en Argentina, tres momias de niños sacrificados por los indígenas, probablemente incas, que estaban congeladas debido a las bajas temperaturas en las que se mantuvieron, pero que parecían durmiendo en un estado semejante a la eternidad. No se llevaron consigo los niños ningún objeto de valor, aunque son testimonio más bien de la figuración de un sueño ilusorio del pueblo inca que también como los egipcios y tantos otros del Mediterráneo, y tantas religiones, han sembrado en los seres humanos que, aunque no haya pruebas 

fehacientes de que exista un mundo más allá de este, sí hay ilusiones indestructibles de que esperamos una vida mejor que la efímera que nos toca pasar con todas sus penalidades.

Jesús Ferro Bayona 

Publicado en El Heraldo (Barranquilla)

Septiembre, 2022

3 Comentarios

Vicente Alcalá 30 septiembre, 2022 - 8:21 am

Muy interesante el recorrido… y pone a pensar una vez mas en «la otra vida», especialmente con la proximidad de los que mueren «cerca» de nosotros.

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Jesus Ferro Bayona 30 septiembre, 2022 - 11:16 am

Tal cual, Vicente, y ahora más cuando los amigos mueren.

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