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Las huellas de mis maestros

Por Jesús Ferro Bayona
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Son varios los maestros que dejaron huella en mí, pero recuerdo especialmente a uno cuya memoria llevo muy viva: el jesuita francés Michel De Certeau. 

Gran pensador Michel De Certeau, muy influyente entre historiadores e intelectuales franceses de los años setenta.  No andaba con formalidades en el trato ni con ademanes postizos. Vestía de negro, sin llevar el traje de clérigo a la americana; su ropa era como la de cualquier profesor de los que tuve en la Sorbona de París, en donde también enseñó como lo hizo en la Universidad de Berkeley, en San Francisco, adonde iba frecuentemente como profesor invitado.

Lo conocí a los pocos meses de mi llegada a Francia a hacer mis estudios de teología en la Facultad de Lyon. Al contarle que venía de Colombia, me dio un abrazo cordial diciéndome: “tú vienes de América Latina, qué gran región, quiero mucho a Chile adonde voy con frecuencia a hablar de historia”. Aprecié mucho la amistad que me ofreció. Yo acababa de llegar de Colombia a la Francia que había pasado dos años antes por mayo del 68, esa Francia sacudida por intensos cambios de mentalidad y a la que me fue difícil adaptarme al comienzo. Pero fue tan valiosa la amistad de Michel, su cercanía, así como la de otros de mis compañeros de estudio, como Pierre Mayol, ya fallecido, y otro laico, Olivier Mongin, director posteriormente de la revista Esprit, alumno destacado y cercano a Paul Ricoeur. 

Fui una vez con Michel y Pierre al famoso Festival de Aviñón. Escuchábamos con fervor sus comentarios sobre la cultura, el cine, la literatura y el teatro francés. De Certeau fue un gran estudioso de la mística francesa. Publicó en los comienzos de su trayectoria un libro sobre el místico jesuita, bastante incomprendido en su tiempo, Jean-Joseph Surin, antesala de los posteriores estudios históricos de Michel, entre ellos, el muy conocido La escritura de la historia, traducido al español y editado por la Universidad Iberoamericana de México. En el seminario que teníamos con Michel en Fourvière-Lyon, compartió con nosotros un borrador de su libro Le Christianisme éclaté, haciéndonos sentir que nuestra palabra contaba para él.

¿Por qué fue un maestro para mí? Era un intelectual profundo, de conocimientos muy amplios. Michel no compartía muchas cosas que se prescribían a los religiosos de la iglesia francesa y de la Compañía de Jesús, de las que nunca se fue, aunque en los últimos años de su vida se mudó de la casa de los jesuitas, donde se edita la revista Études, a vivir en un apartamento que pagaba con sus ingresos de profesor universitario. 

Viví en la residencia de Études cuando la facultad de Teología de Lyon se trasladó a París. A mi regreso de Colombia me recibieron de manera muy afable en su comunidad, en donde me asignaron precisamente la habitación que tuvo Michel, que estaba llena hasta el techo de estantes vacíos que había ocupado su vasta biblioteca, que dicho sea de paso fue antes la habitación del gran jesuita y antropólogo Teilhard de Chardin, igualmente incomprendido por muchos de sus colegas jesuitas y el clero francés por sus ideas, que nunca fueron, como tampoco las de Michel, contrarias al Evangelio. Fueron más bien prejuicios de sus contemporáneos de vida religiosa. El orgullo que he sentido desde entonces es doblemente inmenso, como ustedes pueden comprender. Es una historia que me ha fascinado porque viví, estudié y dormí durante un año en la misma habitación de dos grandes y reconocidos intelectuales de Francia. De talla internacional, además. 

Michel era un gran hombre, muy espiritual. Me siento muy agradecido de haber conocido esa Compañía de Jesús vivida en los márgenes; en la frontera entre lo religioso y lo laico. Michel decía que los creyentes debían entender que en el mundo actual el cristiano es como una gota de agua en el mar. El cristiano, en medio de una sociedad tan secularizada como la actual, no se destaca, no se le atiende por el hecho de ser cristiano; es menos relevante que antes, cuando se vivía en sociedades de religiosidad predominante.

A mi me pareció su obra muy conectada con las inquietudes e interrogantes producidos a raíz de mayo del 68, cuando los jesuitas se encontraban en encrucijadas decisivas, con muchos cuestionamientos, que no eran solo de los jesuitas sino de la misma iglesia de Francia. Los que dejaron la Compañía de Jesús y los que se quedaron eran amigos y compañeros muy inteligentes y preparados. Yo tuve profesores de teología sobresalientes en su ámbito, como Xavier Léon-Dufour, de quien fui alumno en sus lecciones sobre el Nuevo Testamento que él investigaba y conocía como pocos. 

Estando de vuelta a la Javeriana me sorprendió encontrarme con Léon-Dufour en la entrada de la Universidad. Le pregunté: pero, ¿qué hace usted aquí? Me respondió que había venido a Colombia a conocer de cerca a los pobres de los barrios del sur de Bogotá –de quienes le había hablado– para palpar realmente el Evangelio. 

Esos profesores que tuve en Francia eran unos jesuitas brillantes, sin descalificar por supuesto a los maestros que tuve acá, como Eduardo Ospina –¿quién, que haya sido alumno suyo, lo olvidará?–. Tremendo jesuita, hombre entregado al arte en medio de prejuicios porque muchos no querían aceptar que un religioso jesuita pudiera hablar de pintura artística con la propiedad de un gran conocedor como fue él. Era un intelectual de una gran sencillez; nos explicaba su visión estética hasta cuando íbamos de paseo con él por los campos de Santa Rosa de Viterbo.

Podría hablar tanto de mis grandes maestros en la Compañía, pero me extendería mucho. 

Jesús Ferro Bayona

Mayo, 2022

7 Comentarios
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7 Comentarios

Alfredo 4 mayo, 2022 - 2:46 am

Hermosos y profundos recuerdos, muy bien escritos y ponderados.Fuiste un afortunado. Felicitaciones.

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Jesus Ferro Bayona 4 mayo, 2022 - 2:45 pm

Gracias por tu comentario, Alfredo. Un abrazo.

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Rodolfo de Roux 4 mayo, 2022 - 4:58 am

Has sido un alumno aventajado de tan grandes maestros. Desde ultratumba me han dicho que están orgullosos de ti.

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EDUARDO JIMENEZ 4 mayo, 2022 - 8:54 am

De verdad hemos sido afortunados, pues en nuestra educación jesuítica, unos más otros menos, todos creo hemos encontrado personas increiblemente centradas y creyentes, que aunque ahora no compartamos algunas de sus creencias. al menos en mi caso de todos tengo un cariñoso y respetuoso recuerdo. Gracias a Jesu por este relato.

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Jesus Ferro Bayona 4 mayo, 2022 - 2:38 pm

Esos maestros, Eduardo, fueron personas increíblemente centradas y creyente, como dices. Su recuerdo es imborrable.

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ARTURO ARANGO 4 mayo, 2022 - 9:53 am

Hola, recordado Chucho. Me gustó tu artículo sobre las vivencias del compartir amistad con grandes tantos jesuitas que fueron profesores y compañeros nuestros. Esas amistades, creo que son el elemento de cohesión de todo el grupo de exjesuitas, crearon lazos de admiración y respeto por las cualidades del otro, al lado de una sana comprensión de nuestros límites y defectos.
Yo trabajé 29 años como profesor fundador de la Universidad de los Llanos y, desde la distancia, seguí los pasos de tantos amigos que fueron mis compañeros en la Compañía y de muchos jesuitas que siguieron su vocación y ya se han ido yendo con la satisfacción del deber cumplido. Conocí algo de tu magnífica labor al frente de la Universidad del Norte y envidié a esa institución por tener un rector exjesuita, ya que en mi universidad estatal los rectores son solo figuras políticas a las que hay que convencer de que la educación importa.

Un abrazo.

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Jesus Ferro Bayona 4 mayo, 2022 - 2:35 pm

Gracias,Arturo.

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