Estas no resolverán nuestros problemas, pero son un ingrediente fundamental de la civilización.
Norbert Elias dice que la cortesía marcó un cambio enorme en la civilización europea. Señala el sociólogo que el comportamiento social que se comenzó a codificar en las cortes de los siglos XVI y XVII dio origen a lo que hoy asociamos con las buenas maneras, las reglas de cortesía o, en el lenguaje común, a la buena educación.
Lo que inicialmente se desarrolló en los altos círculos de la aristocracia tuvo su origen en la necesidad de resolver conflictos y diferencias por vías distintas a las confrontaciones violentas, que eran la regla tanto en la vida pública como en la privada. Cambiar los comportamientos espontáneos y las reacciones primarias que derivaban en duelos, asaltos, asesinatos y toda clase de expresiones de barbarie supone un grado de autocontrol que solo se hace posible estableciendo códigos de conducta apropiada desde la infancia. Al mismo tiempo, es necesario que estas pautas sean aceptadas socialmente de modo que se establezcan mecanismos de sanción social para quienes no las respetan.
El hecho de que comportarse de manera civilizada no surja naturalmente, sino que requiera un largo proceso de evolución social, explica que las normas de cortesía hayan aparecido inicialmente en las cortes y se hayan trasladado después a la burguesía, para convertirse luego en las pautas de comportamiento apropiadas para el sano ejercicio de la ciudadanía.
Una de las formas de control social para imponer los códigos de buenas maneras fue la admisión o el rechazo en determinados círculos sociales, estableciendo así un ideal de comportamiento en las clases dirigentes, en los servidores públicos y en los ambientes profesionales.
Se hizo evidente que la convivencia, las transacciones entre ciudadanos y la resolución los conflictos de poder son más satisfactorias y eficaces cuando prima la cortesía sobre la intimidación, la extorsión y la agresión, lo que condujo a convertir en centro de la educación infantil las normas de urbanidad. Estas incluían no solo buenos hábitos de aseo y salud, alimentación, modales de mesa, indicaciones de comportamiento y vestuario en diversos espacios de la ciudad y ambientes sociales como reuniones, espectáculos y fiestas, sino una manera de concebir la autoridad, las diferencias de género y los roles sociales.
La convivencia, las transacciones entre ciudadanos y la resolución los conflictos de poder son más satisfactorias y eficaces cuando prima la cortesía.
Que las ‘buenas costumbres’ de la corte de Luis XIV, o las que contiene el famoso manual de Carreño no representen los ideales democráticos contemporáneos, el reconocimiento de la diversidad cultural o el derecho al libre desarrollo de la personalidad no invalida la necesidad del autocontrol que requiere el desarrollo de una sociedad civilizada y la necesidad de pautas de comportamiento individual y colectivo que hagan posible la construcción colectiva de un mundo social en el que podamos vivir dignamente. Tampoco exime del control social que los ciudadanos debemos ejercer sobre quienes creen legítima cualquier indecencia para hacerse con el poder, sin experimentar ninguna vergüenza.
No es posible contemplar indiferentes el espectáculo de quienes una y otra vez asaltan los recursos públicos, o facilitan que otros lo hagan. Tampoco ver jueces, fiscales y abogados minando cada día la confianza en la justicia. Es vergonzoso ver a expresidentes usando la Comisión de la Verdad para ventilar sus rencillas y hacerse notar, sin aceptar ninguna responsabilidad. O comiendo empanadas entre risas con quienes destruyen los bienes públicos.
Y no faltan los que sin pudor alguno aspiran a la presidencia después de haber mostrado en otros cargos la manera como gobiernan, la forma como ejercen sus propias dictaduras tecnocráticas o populistas, el vocabulario y las amenazas y los golpes con que discuten con sus adversarios.
Las buenas maneras no resolverán todos nuestros problemas, pero son un ingrediente fundamental de la civilización, la confianza y la convivencia ciudadana.
Francisco Cajiao
Octubre, 2021