Exagerar las precauciones conduce a restringir cada vez más las oportunidades de asumir riesgos.
En los noventa, cuando trabajaba en la Fundación FES, desarrollamos un gran proyecto de investigación sobre la cultura del adolescente escolar en Colombia. Participaron ocho o diez universidades de diversas regiones del país, maestros de colegios oficiales y privados y más de doscientos adolescentes que con gran entusiasmo hicieron de coinvestigadores para indagar entre sus compañeros las visiones que circulaban entre ellos sobre su identidad, su situación en la sociedad y su percepción del mundo escolar.
Un resultado de este trabajo de dos años fue la publicación de cuatro volúmenes que recogen el sentir de los chicos de las diversas zonas geográficas del país. Los textos fueron escritos en gran parte por los mismos adolescentes, acompañados por estudiantes y profesores universitarios que hacían parte de los equipos regionales.
En una sesión organizada para recoger opiniones sobre políticas de juventud, hicieron referencia al fastidio que les producía que los adultos percibieran peligros en todas partes y bautizaran las prohibiciones como “programas de prevención”: prevención del embarazo, de la drogadicción, de la violencia, del sida… Para rematar, alguno señaló entre risas que sería mejor un programa de prevención de la adolescencia, y que podría consistir en una hibernación total mientras pasaban de la infancia a la adultez.
Tenían mucha razón, pues exagerar las precauciones conduce a restringir cada vez más las oportunidades de asumir riesgos, paralizando la iniciativa y la necesidad de explorar las propias capacidades. Una buena educación debe ofrecer herramientas racionales y emocionales para enfrentar una realidad que ofrece grandes oportunidades, pero en la que siempre hay riesgos de muy diversa índole.
Jarred Diamond, en su libro El mundo hasta ayer, relata cómo muchos de los grupos humanos que todavía nos parecen primitivos favorecen que sus niños crezcan en condiciones de mucha libertad para explorar su entorno por su cuenta. Alguno de esos chicos, trasladado luego a Estados Unidos, señalaba como algo muy raro en ese país que si alguien, por ejemplo, se caía en una piscina, la culpa fuera de la piscina y no de quien no tuvo cuidado.
Quienes vivimos la infancia hace cinco o seis décadas podemos recordar que subíamos a los árboles, chapuceábamos en los ríos, jugábamos en las calles o participábamos en excursiones sin la presencia agobiante de cuadrillas numerosas de adultos vigilantes y temerosos de que el más mínimo percance se volviera un problema.
Como producto de la progresiva urbanización, la reducción del tamaño de las familias (muchas con hijos únicos), la valoración de la infancia y otra serie de complejos cambios culturales, las relaciones entre padres e hijos han adquirido una fuerte tendencia a la sobreprotección. Algunos hablan de ‘padres helicópteros’ que sobrevuelan todo el tiempo sobre sus hijos, resolviéndoles sus problemas y evitándoles cualquier dificultad.
No es extraño, entonces, que todavía haya muchas familias con resistencia a que regresen a la educación presencial. Pareciera que prefieren mantenerlos en esta larga hibernación social que, según creen, les salvará la vida, cuando lo que ocurre bajo estas condiciones es que no se les permite vivir su vida: la de los juegos, las risas, las conversaciones, los aprendizajes entre pares. Los chicos no son tan tontos como a veces creen los adultos y son muy capaces de cuidarse y de asumir precauciones cuando se les da la oportunidad de hacerse responsables. Sabemos que con frecuencia son más rigurosos que sus propios padres, a quienes suelen advertir de la necesidad de cumplir normas.
Resumiendo en una imagen: la mejor forma de no ahogarse es aprender a nadar muy bien, pero no faltará quien piense que, como siempre hay riesgos, más vale no acercarse al agua jamás.
Francisco Cajiao
Marzo, 2021
2 Comentarios
Francisco: totalmente de acuerdo. La exagerada prevención anula el desarrollo de la personalidad y conduce a estados sobreprotectores con enorme tendencia a la dictadura. Saludos
Pacho, tocaste un buen tema en estos momentos de pandemia. Se dispara la sobreproteccion por parte del Estado y los padres de familia. Esa atitud le quita responsabilidad a los individuos. Vivir es correr riesgos. Pueden ser tan simples como caerce de la bici, como perder una materia en el colegio, la primera novia, un trabajo como profecional o la muerte de un ser querido. Por eso me parece que la educacion de los papas y del sistema academico, es prepararno pasa saber afrontar los riesgos y poder superarlos.