En el artículo anterior afirmé que el Cristo diseñado por la fe de Nicea y Constantinopla desdibujó la historia de Jesús y su seguimiento efectivo y los sustituyó por la adhesión a una ortodoxia metafísico-teológica. La unión entre Iglesia y Estado permitió que Papa y obispos se enriquecieran y adquirieran poder civil. Al olvidar a Jesús y haberse convertido la Iglesia en una opresiva estructura de autoridad y poder, los fieles cristianos que leían los Evangelios se vieron en la necesidad de crear formas inéditas de seguir a Jesús
Con el paso de los siglos, al haber olvidado a Jesús y haberse convertido la Iglesia de Cristo en una poderosa y opresiva estructura de autoridad y poder, con frecuencia perversa, quienes leían los Evangelios no encontraron otra manera de seguir a Jesús que conformando guetos artificiales, llámense benedictinos, cistercienses, cluniacenses, agustinos, franciscanos, cartujos, dominicos, etc.
Perdido el nexo originario entre el testimonio de Jesús y el orden social en su conjunto, estos cristianos se dedicaban a una supuesta “vida de perfección” –una vida ascética más inspirada en la reacción contra los mayores desvíos de la Cristiandad dominante que en el Evangelio, y progresivamente basada en la pobreza, castidad y obediencia–. Sin embargo, en su esfuerzo por seguir a Jesús aislándose del mundo (y del aparato constantiniano de la Iglesia) contribuyeron –con las mejores intenciones– a enclaustrar, desfigurar y neutralizar su mensaje, convirtiéndolo en privilegio de unos pocos elegidos para una forma de vida exótica.
Ignacio de Loyola y sus amigos fueron los primeros en tratar de romper ese esquema y devolver el Evangelio a la sociedad, aunque estrictamente sometidos a las órdenes del Papa, por entonces embarcado en la Contrarreforma de Trento. Hay que decir que su papel en aquella época no fue muy diferente de la que juega hoy el Opus Dei. Al convertirse en un poderoso ejército espiritual e intelectual al servicio del Papa, los jesuitas se ganaron la antipatía y la enemistad de las elites modernizantes. Tras la disolución de la Compañía de Jesús en 1773 por disposición de Clemente XIV, la orden se conservó y renació a partir de un pequeño grupo de jesuitas mayores que habían sobrevivido en Rusia, enclaustrados en una vida cuasimonástica. Razón tiene hoy el papa Francisco en querer abolir esa discriminación elitista entre vida cristiana y vida de supuesta perfección.
Con esto creo que he dicho todo: lo demás son consecuencias. Jesús fue condenado de nuevo por Constantino y Teodosio a una muerte más cruel y radical: la de su testimonio y del significado de su vida. Bajo su imperio, el Jesús solidario con los débiles, los necesitados y los marginados, contestatario ante autoridades arbitrarias y asesinado por el poder, pasó a ser el ícono sagrado de una creencia inocua: el “Verbo de Dios consubstancial al Padre”. Por esta vía fue transfigurado muy pronto en el ‘Pantocrátor’ de los templos bizantinos, Señor y Dominador de todo, gran Emperador de emperadores.
Ajustándose a esa imagen los príncipes medievales se convirtieron en obispos y luego los obispos se hicieron príncipes, muchos de ellos corruptos y violentos. En enero de 1077, Enrique IV, emperador del Sacro imperio romano germánico se desplazó a Canossa y tuvo que esperar tres días, descalzo, una entrevista con el papa Gregorio VII para arrodillarse ante él en muestra de sumisión. Curiosa imagen en flagrante contradicción con la vida de Jesús de Nazaret. Acto seguido, de regreso a Alemania, Enrique desposeyó a Gregorio de su cargo y nombró su propio antipapa.
Sea como haya sido la evolución de la Iglesia católica, Occidente vive hoy en un mundo sin ilusiones. Avanza como un tsunami incontenible la agresiva globalización de la tecnología y los mercados, pero la juguetería tecnológica y la marea de mercancías innecesarias no logran suplir ni encubrir siquiera la carencia profunda de sentido de la vida. No es extraño entonces que diversos sectores de la población occidental busquen hoy muy distintos asideros.
Adultos mayores, desempleados, clases medias empobrecidas y dirigentes políticos reaccionan defensivamente ante la globalización, retornando a los viejos nacionalismos. Trump, Brexit, Maduro y tantos otros han encontrado en ellos su apoyo. La exaltación fanática del nacionalismo da un sentido a la acción colectiva, pero puede conducir a los terribles desastres del pasado. En la actualidad los jóvenes buscan con afán un sentido, una orientación, un norte. Unos se expresan mediante los grafitis ilegibles, el corte de cabello, los tatuajes y las prendas extravagantes; otros siguen con pasión a cantantes y deportistas, otros más conforman verdaderas tribus beligerantes (barras bravas) en torno a equipos de fútbol, y muchos más tratan de ahogar todas las preguntas enajenándose en las drogas, el sexo, el suicidio o el terrorismo. Por fortuna, sin renunciar al avance tecnológico, muchos otros buscan nuevos caminos de paz, defensa de la naturaleza y de los derechos humanos.
Me pregunto: ¿la razón y la libertad políticas de las que tanto se ufanó la modernidad occidental desde el siglo XVIII hasta fines del XX, no fueron entonces otra cosa que una reacción efímera contra el dogmatismo y autoritarismo de una Cristiandad en proceso de descomposición? Si así fuere, la libertad política podría no haber existido nunca ni existir jamás sino como ilusorio e interminable proceso de liberación. Desaparecida la opresión, se extinguen también ahora las ilusiones de libertad que forjaron sus exaltados adversarios. En medio de este desierto cultural y espiritual de incertidumbre y confusión, solo sobreviven en Occidente dos pequeñas parcelas de sentido a las que se aferran hoy muchos de los seres humanos más sanos y constructivos: los derechos humanos y la ecología, pero aun estas islas flotantes en la deriva de Occidente no están exentas de riesgos.
Con el estímulo inicial de Francia, el anhelo de sentido ha buscado refugio en los últimos nichos ideológicos de la democracia moderna: en la defensa de los derechos humanos, tanto de los individuos como de las minorías. Llama la atención que mientras la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley nació como liberación frente a los privilegios de las monarquías y la nobleza, hoy la democracia se desmigaje en múltiples derechos particulares que podrían terminar restituyendo el desorden de los privilegios.
A la par con la promoción de los derechos humanos, está en auge el llamado a la urgente defensa de la naturaleza y, en particular, a la protección de los animales. Sin embargo, llama también la atención que hoy obtenga mayor eco mediático la muerte de un oso de anteojos que el asesinato de un líder social.
En este clima de desorientación se plantea hoy la pregunta por el lugar de las religiones y, en particular, de la fe y la comunidad cristianas. ¿Tiene algo que aportar la Iglesia católica en este momento de la historia occidental y humana? De antemano advierto que no comparto en absoluto la ilusión de muchos o el temor que otros concibieron en los años 80 y 90, sobre un supuesto revival religioso en el mundo. Al menos en Occidente, la imborrable memoria de la Edad Media sepultó para siempre ese tipo de ilusiones.
Desde antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia está siendo jalonada por dos sectores opuestos: quienes buscan su actualización al mundo moderno y los que aún abrigan la nostalgia de la antigua Cristiandad. Entre tanto, Occidente –decepcionado de ambas experiencias, tanto de la Cristiandad como de la Modernidad– venía adentrándose en el escepticismo posmoderno. Concluido el Concilio (1959-1963), Pablo VI mantuvo un difícil equilibrio entre ambas corrientes. A su muerte, los cardenales eligieron a Albino Luciani, Juan Pablo I, un hombre humilde que parecía tener condiciones para liderar una importante reforma y actualización de la Iglesia. Pero Luciani falleció 33 días después de su toma de posesión en circunstancias aún no plenamente aclaradas. Entonces, los sectores más conservadores se unieron para elegir a su opuesto, el cardenal polaco Karol Józef Wojtyła, Juan Pablo II, viva encarnación –y ojalá última– de la nostalgia católica de la Cristiandad.
Wojtyła –un líder natural de extraordinarias condiciones– puso en salmuera la mayor parte del Concilio y frenó casi todos los esfuerzos a favor de la actualización de la Iglesia. Al mismo tiempo, multiplicó e impulsó las corrientes más conservadoras. En esa tarea se apoyó en la Congregación para la Doctrina de la Fe, digna heredera de la Inquisición bajo las formas diplomáticas de hoy. Esa Congregación la rigió Joseph A. Ratzinger, más tarde Benedicto XVI, hoy en retiro. Desde allí, el Vaticano sancionó y silenció a numerosos teólogos y curas que buscaban la renovación de la fe en la acción solidaria con los desheredados.
Mientras frenaba la aplicación del Concilio, Juan Pablo II no dudó en proteger a curas como el tristemente célebre mexicano Maciel. Este caso ejemplifica dramáticamente el profundo desvío de la Iglesia durante estos dos recientes pontificados. Marcial Maciel (1920-2008) fundó dos instituciones católicas hoy muy poderosas: la asociación laica Regnum Christi y la congregación religiosa Legión de Cristo. Desde los años 1950 venían acumulándose en el Vaticano graves denuncias en su contra, pero solo a comienzos de los 2000, cuando la prensa hizo públicas las evidencias, el Papa y la Curia vaticana las atendieron.
Junto con la tácita complicidad en el caso Maciel, el Vaticano encubrió a centenares de curas y obispos denunciados por pederastia, crimen que adquirió una dinámica incontenible en la Iglesia católica, y que contribuyó decisivamente al éxodo silencioso de millones de católicos y a su sustitución por el agnosticismo y el ateísmo que hoy predominan en Occidente.
Al mismo tiempo, Wojtyła no vaciló en poner en entredicho al visionario superior de los jesuitas, Pedro Arrupe, quien, en nombre de una fe renovada y de los principios conciliares, venía impulsando un cambio de 180 grados en la orientación histórica de la orden. En adelante, los jesuitas debían consagrarse a la promoción de la justicia en nombre de la fe. El Papa polaco sometió a Arrupe a una fuerte presión para que revirtiera esa orientación, ante lo cual, el jesuita quiso renunciar a su cargo. El Papa se opuso, mientras no cambiara “ciertas cosas”. A mi juicio, víctima de las presiones de Wojtyła, Arrupe sufrió un fuerte derrame cerebral, que lo inhabilitó por el resto de sus días. Juan Pablo le hizo notificar entonces, cuando aún se hallaba en el hospital, que nombraba como Superior general de la orden a un hombre muy mayor, totalmente ciego, pero reconocido conservador y transmisor al Vaticano de infidencias y chismes contra Arrupe. Asimismo, apartó a los jesuitas del Vaticano y los sustituyó por miembros de instituciones cercanas a su modo de pensar.
A la muerte de Juan Pablo II, en 2005, eligieron Papa al tímido y retraído teólogo alemán Joseph A. Ratzinger (Benedicto XVI). En su elección se dice que jugó un papel decisivo el pernicioso Alfonso López Trujillo, abanderado de la persecución a los curas más comprometidos con un cambio social en América Latina, acusados de ser promotores de la Teología de la Liberación.
Para poner remedio a los graves escándalos financieros revelados en años anteriores, en 2009, el papa Benedicto nombró como presidente del Banco Vaticano al financista italiano Ettore Gotti Tedeschi. Tres años después, en 2012, Tedeschi le presentó a Benedicto un informe secreto con sus investigaciones. Tras cuentas cifradas se escondía dinero sucio de “políticos, intermediarios, constructores y altos funcionarios del Estado”. Sorprendentemente, Tedeschi fue destituido de su cargo. El financista fue víctima de las presiones y calumnias de los consejeros del banco, que contaron con el respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone. Sus enemigos hicieron llegar al Papa un documento que lo demolía moral y profesionalmente al dar a entender que estaba involucrado en los llamados vatileaks.
Al parecer, en marzo de ese mismo año, Benedicto se enteró de la masiva fuga de documentos secretos del Vaticano, los vatileaks. Contenían una minuciosa y precisa investigación, con nombres, fechas y lugares, sobre los protagonistas de las guerras de poder que venían desarrollándose en el Vaticano desde años atrás. El escándalo concluyó con la detención de Paolo Gabriele, el ayudante de cámara de Benedicto XVI. Al mismo tiempo, Benedicto se sintió impotente para hacerle frente a la vergonzosa y deplorable expansión de la pederastia del clero en el mundo. Según se dice, entonces Ratzinger decidió marcharse, sintiéndose física, sicológica y espiritualmente incapaz de hacerle frente a tanta corrupción. Se le reconoce su honestidad.
Para hacerle frente a la crisis, el 13 de marzo de 2013, segundo día del cónclave, fue elegido el primer Papa latinoamericano en la historia de la Iglesia: Jorge Mario Bergoglio. El hoy Papa Francisco I nació y fue criado en Argentina, es hijo de y nieto de inmigrantes del Calcio al igual que buena parte de los argentinos. Bergoglio había sido superior provincial de la Compañía de Jesús en Argentina y más tarde arzobispo primado de Buenos Aires. Desde cuando fue elegido obispo, Bergoglio dejó de pertenecer jurídicamente a la Compañía, aunque no renunció por ello a la formación intelectual y espiritual del jesuita. El 21 de febrero de 2001, Juan Pablo II nombró a Bergoglio cardenal presbítero de San Roberto Belarmino. Ya como Papa escogió como el nombre de Francisco en memoria del santo de Asís, fundador de la Orden de los Hermanos Menores. Según se dice, ya en el Cónclave que eligió a Ratzinger, Bergoglio habría obtenido una alta votación.
Desde luego, a pesar de haber sido profesor de teología, Bergoglio no poseía la misma escuela de teología escolástica y dogmática de sus antecesores europeos o del eslavo Wojtyla. Como buen argentino, se inclinaba más bien a la “teología del pueblo” (donde resuena Perón) creada por el teólogo jesuita Juan Carlos Scannone, vertiente rioplatense de la teología de la liberación.
De modo general, se puede decir que el Papa Francisco ha preferido “hacer” teología más que elaborarla. El Papa anuncia el evangelio de Jesús sobre todo con sus actos: adopción de un estilo de vida pobre y simple, clara preferencia por los oprimidos, apertura “misericordiosa” a todos los seres humanos, carencia de toda pretensión de superioridad, fraternidad universal con todas las iglesias y religiones. A su muerte, la Iglesia católica tendrá que decidir su futuro, y no será fácil.
Luis Alberto Restrepo M.
Mayo, 2021
13 Comentarios
Luis Alberto. Excelentes artículos. Esperando el cuarto con ansiedad…..
Excelente recuento historico de la «Jerarquia» eclesiastica y de la iglesia visible (por decirlo asi).
Esta muy bien.y muchas gracias.
Sin embargo, ¿no falataria una mirada para ver lo que no se ve.?
Esperamos las reflexiones de la cuarta entrega.
Muy lúcido, como todos, el artículo de Luis Alberto. Después de que Nicea enrumbó a la iglesia hacia el poder temporal y la riqueza, lo único que hizo cuando llegó la Reforma fue Trento, y antes de Trento la Dieta de Worms, donde en forma irresponsable se buscó primero que Lutero se retractara, y luego en Trento se dedicaron a pronunciamientos teológicos.
Lo que anota luego Luis Alberto sobre Wojtya es muy cierto. Francisco ha tratado de hacer algo, pero admitamos que le queda muy difícil. Habrá que esperar a que, como dice Luis Alberto, a la muerte de Francisco la iglesia tome una decisión sobre su futuro.
Luis Alberto: Muchas gracias por la descripción detallada-condensada que haces de la historia del cristianismo. Tus palabras me traen una inquietud: el desenvolvimiento del ¨cristianismo¨, después que empezó a compartir poder y corrupción desde Constantino en el siglo IV hasta el siglo XXI, parece indicar que ha sido un fracaso rotundo, pues se alejó del mensaje de bondad de Jesús. Podría concluir entonces, que Jesús fue un profeta, como otros, que predicó una buena nueva que no pegó?
Luis Alberto: como siempre: has tocado el meollo de la transformación de la idea cristiana, de ser una manifestación de la palabra de Dios encarnada en el hijo del hombre, para institucionalizarse en una Iglesia con todos sus rasgos sociológicos de búsqueda del poder y la riqueza. Gracias por tus visiones renovadoras y tu espíritu de búsqueda de nuevos horizontes espirituales. Saludos.
LUIS ALBERTO: esperaba con entusiasmo esta tercera entrega. Como siempre, claro, concreto, objetivo. En estas tres entregas se siente tu profunda, sincera y plácida libertad interior que te permite describir de esa manera tan clara la evolución del cristianismo. Espero también con gran deseo la cuarta parte. ¡Muchas gracias!
He quedado muy interesado en conocer los 2 primeros artículos de LUIS ALBERTO. Apenas ayer me ha recibido este SENATUS de ex-jesuitas… y han osado recibir a este OCHENTON, músico y poeta…. menos loco de lo que parezco. Gracias LUIS ALBERTO POR ESTE COMPENDIO profético del caminar histórico del sueño de Jesús… ámense unos a otros…. como yo los amé… Muchos senderos distintos se han recorrido… y hoy nos preguntamos a donde nos dirigimos… Muy iluminador tu presentación. Espero también el remate… Ya voy recorriendo los 79 y 50 de sacerdocio…. y las mismas preguntas me taladran…. Gracias por ordenarme un poco las ideas… y preguntarme muchas otras cucarachas… Me excusas la confianza… Aun no manejo bien la página a la que agradezco haberme permitido entrar…. pues consideré un privilegio poderlos volver a encontrar. Luego me informas cómo conseguir los dos primeros artículos de los cuatro… solo tengo el 3 de 4. GRACIAS MIL….
German. Envio a tu correo los dos primeros articulos de Luis Alberto. Gracias por entrar en nuestra tertulia!
Luis Alberto, muchas gracias por compartir tus bien fundamentados artículos sobre Cristo y el cristianismo. Me ayudas a seguir desnudando las capas de la cebolla que hemos impuesto sobre el mensaje de Jesús. Mi propósito, con la ayuda de personas conocedoras como tú, y con la guía de Dios en la oración, es seguir quitando capas a esa cebolla, para encontrar el verdadero amor y mensaje de Cristo.
Luis Alberto. Despues de la avalancha de felicitaciones que bien merecidas has recibido, trataré de no repetirlas para poder compartir unos puntos adicionales que merecen destacarse. Lo primero, es que sin una vision historica tan bien documentada e hilvanada como lo has hecho es imposible de conseguir “the big picture”, la vision holistica de lo que ha sido el desarrollo historico insituticional de la Iglesia Catolica. Desde el momento que fue aprisionada por las jerarquias aferradas tenazmente a su poder enceguecedor, montaron una estructura que no dejara pensar, mucho menos actuar, a los que tenian capacidad para hacerlo con fundamento. Cuando nos brindas la oportunidad de mirar restrospectivamente su evolución es cuando uno adquire un fundamento serio para exponer con libertad nuestras propias observaciones de las falacias que dicha super-estructura nos obligó a “creer” en un momento que esa verdad que ella defendia era “la unica y verdadera” ; cuando lo que hacia realmente era ocultar su feo rostro desfigurado de lo que les propuso Jesus. Gracias por tu audacia Luis Alberto para desnudar esa dura realidad. Sin ese coraje nos quedamos cortos en obtener la vision de esa Iglesia que tanto se ha desviado de lo que Jesus enseñó. Nos permite adicionalmente definir nuestra posicion frente a ella, y tomar con libertad y sin culpabilidad la accion que pueda contribuir minimamente a rescatar la esencia de lo que Jesus reveló que será lo que permanecerá puro y vigente cuando la estructura-institución que vemos hoy dia se derrumbe por el peso de su historica desviación.
Luis Alberto . Extraordinarios y de gran aceptacion tus articulos! Muchas gracias. Ensaya responderme aqui mismo cuando recibas mi comentario.
Ya veo, Dario, gracias
Felicitaciones!! Ya lo puedes hacer!!