La esencia del hombre: una propuesta integral (3 de 3)

Por: Reynaldo Pareja
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Tras haber detallado los niveles que pudieran definir la esencia del hombre, cabe preguntarse: ¿hay otro nivel, otra dimensión que ofrezca una perspectiva adicional a lo expuesto sobre la esencia del hombre?Laz respuesta es: sí la hay, y es la espiritual. Esta dimensión nos adentra en el plano más excelso y misterioso de la esencia del hombre. Exige, por lo tanto, un análisis profundo para apreciar su grandeza.

La dimensión espiritual ofrece una perspectiva adicional sobre la esencia del hombre. El popular neurólogo hindú, Deepak Chopra, afirma que somos la integridad de cuerpo, mente y espíritu. Este nivel espiritual lo han presentado las Manifestaciones de Dios por parte de los fundadores de las religiones mundiales. Lo han hecho en las revelaciones que han dado a la humanidad en distintos momentos de su historia. 

¿Y qué han afirmado estas manifestaciones sobre la esencia del hombre? Las religiones principales a nivel mundial sostienen lo mismo respecto de nuestro origen: que somos creados por Dios. 

Tres de ellas –judaísmo, cristianismo y fe Bahá’i– lo reiteran directamente. El hombre ha sido creado “a imagen y semejanza de Dios”. El Corán lo afirma por implicación pues, según el texto, Dios ha infundido su Espíritu en el hombre, lo que es equivalente a “su imagen y semejanza”.

Basten estas citas de esas religiones para darse cuenta de la similitud de la enseñanza:

Creó, pues, Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; hombre y mujer los creó (Génesis 1,27). 

Hombres que han sido creados a la semejanza de Dios (Santiago 3,9).

28. Y cuando tu Señor dijo a los ángeles: «Voy a crear a un mortal de barro arcilloso, maleable, y, cuando lo haya formado armoniosamente e infundido en él Mi Espíritu, caed prosternados ante él».  (15 Al-Hichr).

¡Oh Hijo del Hombre!
Velado en mi ser inmemorial y en la antigua eternidad de mi esencia, conocía mi amor a ti; por tanto, te creé, grabé en ti mi imagen y te revelé mi belleza
 (Bahá’u’lláh, Palabras Ocultas, 3).

Frente a esas citas surgen espontáneamente preguntas esenciales: ¿en qué consiste esa “imagen y semejanza”?  ¿De qué manera podría esta semejanza expresarse dentro del ser humano?

Las respuestas hay que buscarlas, primero, en lo que las Manifestaciones han afirmado de lo que constituye la naturaleza íntima de Dios. Claramente han expresado una y otra vez que Dios es eterno, autosubsistente. Por ello, no está sujeto a las limitaciones impuestas por el espacio o el tiempo. Su existencia está fuera de esas dimensiones y de la limitación que la mortalidad nos impone.

Además, su esencia más íntima es la unidad absoluta del Ser. Esta dimensión de unidad no tiene partes corruptibles; es pura esencia de Ser, absoluto, imperecedero, incorruptible, eterno. 

Al crearnos a su imagen y semejanza, esta imagen no está sujeta a la espacio-temporalidad. Goza de la misma característica de la no-espaciotemporalidad del Creador, pero cabe enseguida una pregunta: ¿cómo se entiende que esta “imagen y semejanza” se encuentra dentro de nosotros?

Todos hemos oído alguna vez el nombre de la forma como tenemos dentro esa semejanza. Ha sido llamada “alma”. En otros idiomas, se la conoce como soul (inglés), âme (francés), anima (italiano), seele (alemán) o ruaj (árabe). Aristóteles la llamó “alma racional”, como la fuente de vida, típica solo del ser humano. 

‘Abud’l-Bahá, el hijo de Bahá’u’lláh, la Manifestación más reciente cuya revelación dio nacimiento a la fe Bahá’i, describe la constitución del alma así:

“El alma no es una combinación de elementos, no se compone de muchos átomos, sino de una sustancia indivisible, y por consiguiente es eterna. Esta fuera del orden de la creación física. Es inmortal” (Sabiduría de ‘Abdu’l-Bahá).

Esta afirmación implica, primero, que el alma no tiene corporeidad. No tiene partes corruptibles. Es una esencia indivisible. Por lo tanto, no está sujeta a la desagregación del cuerpo que la muerte física causa. Es, además, una fuerza vital, una energía creativa, un principio de vida, es el élan vital que transmite vida a la entidad corporal del hombre. De ahí que podamos concluir que un cuerpo sin alma no puede vivir, pues esta es quien lo anima. Sin embargo, un alma si puede vivir sin el cuerpo, pues ella no tiene partes corruptibles. Si Dios no tiene cuerpo, no ocupa espacio ni tiempo, es eterno y creador de todo lo que es, de todo lo que ha sido y será y ha creado al hombre a su “imagen y semejanza”. De alguna manera lo ha creado incorruptible, pues el alma de cada uno es una, sin corporeidad y sin limitación espacio-temporal. Esa es su esencia de inmortalidad.

Con este marco de referencia, podemos preguntarnos: ¿de qué manera se entiende lo que es la esencia constitutiva del hombre? 

Bahá’u’lláh explica la condición excelsa que posee el alma creada por Dios, pues en ella Dios imprimió el sello de su divinidad. En sus palabras: 

“XXVII. Sobre la más íntima realidad de cada cosa creada, Él (Dios) ha derramado la luz de uno de sus nombres y la ha hecho un recipiente de la gloria de uno de sus atributos. (…) Sobre la realidad del hombre, sin embargo, Él ha concentrado el esplendor de todos sus nombres y atributos y ha hecho a esta un espejo de su propio Ser. (…) De todas las cosas creadas solo el hombre ha sido escogido para recibir tan grande favor y tan perdurable generosidad”. Pasajes de los Escritos de Bahá’u’lláh (énfasis del autor).

En este punto podemos plantear un interrogante: de todos los atributos de Dios, ¿cuál podría ser el que más nos asemeja a nuestro Creador, pues lo manifestamos constantemente en nuestra vida diaria? Este atributo humano es nuestra capacidad de creación imparable que nos distingue de todas las otras especies. Algunos ejemplos dimensionan esta afirmación: el ingeniero concibe un puente que no existía antes, para unir dos masas de tierra separadas por un abismo o un cuerpo de agua; el artista concibe en su mente un paisaje natural o una forma abstracta no existente y la plasma sobre un lienzo utilizando brochas, pinceles y colores que le permiten dar la forma y textura a lo que ha concebido en su mente. 

Paralelo a este proceso, el escultor, frente una columna de piedra o mármol, le arranca una figura humana tan extraordinaria como el David de Miguel Ángel, considerado una de las esculturas más perfectas de la anatomía humana. De forma similar, el arquitecto concibe en su mente un rascacielos del tamaño de la torre Khalifa en Dubai, la más alta del mundo en este momento. De una concepción mental, la imagen se trasladó a unos planos técnicos y los constructores, con la supervisión de ingenieros capacitados, construyeron la torre que mide 828 metros de altura, más del doble de la que tiene el Empire State Building, y casi tres veces el tamaño de la Torre Eiffel.

Además de las portentosas manifestaciones de la creatividad humana tenemos otro poderoso atributo que nos asemeja a Dios: nuestra capacidad natural de amar, que manifestamos cuando amamos a los hijos, a los padres, al cónyuge, a los amigos. Amamos lo que percibimos que es bueno, lo que es bello, lo que nos da satisfacción y bienestar. Amamos a los demás, aunque nos cueste sacrificio. Amamos lo que nos apasiona hacer, lo que nos realiza como personas. 

Nos podemos equivocar en lo que amamos, pero es imposible vivir plenamente, con entusiasmo y entrega cuando no se tiene alegría y pasión, cuando no se quiere lo mejor para los demás.

Esta natural inclinación por el amor nace de que el hombre es creado en y por amor divino, así:

¡Oh Hijo del Hombre!
Velado en mi ser inmemorial y en la antigua eternidad de mi esencia, conocía mi amor a ti; por tanto, te creé, grabé en ti mi imagen y te revelé mi belleza 
(Palabras Ocultas, 3).

Cuando Dios crea al hombre en y por amor divino, su alma creada lleva impresa ese amor en su misma esencia. El hombre, por lo tanto –sin ser consciente de ello– es por naturaleza esencial un amante natural de Dios, porque la esencia de su alma es creada a “imagen y semejanza de Dios” que la creó por amor divino. De ahí que podamos afirmar que somos amantes permanentes de Dios por naturaleza, porque hemos sido creados por amor y porque el alma puede reconocer la fuente de su origen divino.

Ser amantes de Dios por naturaleza tiene dos formidables consecuencias: la primera, que todos gozamos de esa intrínseca capacidad de amarnos los unos a los otros y a Dios: la segunda, que esa capacidad tiene que ser canalizada para que tenga impacto. Para lograrlo y hacerla fluir debemos convertirnos en canales conscientes y anuentes por donde pueda emanar dicho amor. Cuando todos conscientemente hacemos esto nos convertimos en el sistema circulatorio mundial por donde se esparcen el amor humano y el amor divino.

Este amor humano y divino es capaz de dinamizar los corazones de todos los hombres y mujeres para instaurar un mundo donde reine la justicia y la paz. 

Esencia de ser hombres

En esta perspectiva, creo firmemente que la esencia de ser hombres y mujeres es reconocernos espíritus creados por Dios, que vivimos inicialmente una experiencia temporal. En dicha temporalidad experimentamos y adquirimos consciencia de que hemos sido creados y que, por lo tanto, vivimos en la dimensión de la limitación experimentada en forma directa por la toma de conciencia de que vivimos constantemente esta vida física dentro de la espacio-temporalidad. Por ende, somos limitados y sujetos a los avatares que la temporalidad conlleva. 

Su finalidad es apreciar a fondo, después de la transición que es la vida en la Tierra, que nuestra alma/espíritu –creada a imagen y semejanza de Dios– gozará la incomparable estación de inmortalidad mientras se deleita en la presencia de Dios, la fuente misma de su razón de existir.

En esta perspectiva creo que la esencia y finalidad última de todo ser humano es volver a la fuente de su origen: a Dios. Esta meta no tiene fin. No tiene cómo agotar su gozo porque es una interminable jornada espiritual de gozo infinito mientras descubrimos el increíble regalo de la existencia otorgada por Dios como un acto de amor total que no pidió nada como condición anterior para ser creado.

Cada uno recibe el regalo de la existencia para encontrarle su último sentido. Hallar este sentido es un esfuerzo consciente de reflexionar, preguntar, indagar y volver a reflexionar. Es una jornada que no acaba porque cada etapa de nuestro crecimiento interior y evolución espiritual es diferente y dinámica.

Dicha búsqueda de sentido es una responsabilidad individual ineludible. No nos contentemos con aceptar que otros nos definan cuál es nuestra esencia de ser hombres/mujeres. Busquemos ese sentido y realidad espiritual como la más importante de todas las indagaciones que podemos hacer, pues son las que nos dan el pleno sentido de nuestra realidad divina impresa en la esencia misma de nuestra alma.

Busquemos con profunda dedicación encontrar cuál de todos los puntos de partida nos satisface más para iluminar así nuestra concepción de lo que es la esencia de ser hombre o mujer.

En boca de Bahá’u’lláh, hablando en nombre de Dios, concluyo con esta invitación hecha por Dios para que consideremos por qué y para qué hemos sido creados:

“¡Oh Hijo del Ser!
Tu Paraíso es mi amor; tu morada celestial, la reunión conmigo. Entra, no tardes. Esto es lo que ha sido destinado para ti en nuestro reino de lo alto y nuestro exaltado dominio”. 

La mayoría de todas estas ideas las he desarrollado a fondo en mi libro El Hombre Multidimensional vive en la realidad multidimensional. Si alguno está interesado en leerlo, déjemelo deja saber y con mayor gusto se lo envío electrónicamente.

Gracias por permitirme compartir con ustedes mi jornada de investigación sobre este tema tan crucial como es descubrir en lo más íntimo cuál es nuestra esencia de ser hombres y mujeres.

Reynaldo Pareja

reypareja@yahoo.com

Octubre, 2021

5 Comentarios

Fabio Guayara 23 octubre, 2021 - 7:50 am

Excelente información muchísimas gracias.
Bendiciones.
Interesante también poder leer el libro.
Gracias.

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Hernando+Bernal+A. 23 octubre, 2021 - 2:21 pm

Reynaldo: para mí por ahora es suficiente leer, meditar y profundizar sobre los tres textos que has enviado a nuestro blog.. No creo tener el tiempo y la posibilidad de sumergirme en un libro, que debe ser no solo profundo sino extenso. Pero agradezco de corazón tu oferta, y en especial este resumen tan completo que has realizado.. Cordialmente

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JOSÉ LUIS MARQUÉS UTRILLAS 25 octubre, 2021 - 9:17 am

Amigo Reynaldo: He leído algunos libros tuyos, en los que siempre abordas los temas en profundidad y con amplia información Este artículo es breve, pero denso y lleno de luz. Te felicito.

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Vicente Alcala 25 octubre, 2021 - 10:19 am

Reynaldo, gracias por tu mensaje sobre la esencia del hombre y el último sentido de su existencia. Como aporte escribí, para su próxima publicación, un artículo que muestra cómo podemos desplegar o desarrollar esa esencia recibida, en lo que es nuestra historicidad (lo que hagamos de nosotros mismos).

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Juan+Gregorio+Velez 2 noviembre, 2021 - 3:56 pm

Gracias Reynaldo por compartirnos tu sabiduría y tu coherencia con la Manifestación que has recibido.
Me identifico plenamente con tu propuesta de esencia espiritual – divina para nuestro ser humano.
En una parábola moderna tomada de la informática, me atrevo a decir que, somos seres perfectamente conectables con “servidores” cada vez más potentes y que en última instancia nos conectan con el “Gran Servidor” dador de sentido para todo lo que existe. El secreto está en mantenernos siempre conectados. Es una verdadera “desgracia” perder las conexiones. Si esto llegara a suceder nos convertiríamos en cacharros inútiles. Bendito y alabado sea ese nuestro “Gran Servidor”. Amén

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