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La búsqueda de identidad

Por Francisco Cajiao
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La educación debe promover que los estudiantes vayan descubriendo e inventando su propia identidad.

El proceso de desarrollo de un ser humano desde su nacimiento hasta su muerte, suele estar marcado por la permanente incertidumbre acerca de sí mismo, y buena parte de lo que cada quien aprende, experimenta y piensa, tiene relación con la búsqueda de una identidad que permita responder esas preguntas difíciles: ¿quién soy?, ¿qué quiero ser?; ¿para qué soy bueno?, ¿cómo quiero que me vean los demás?, ¿cuál es mi lugar en el mundo?.

Estas son grandes preguntas de la filosofía, pero también son las preguntas triviales que se hace una jovencita escogiendo el atuendo para ir a una fiesta o el adulto que elabora su hoja de vida para presentarse como candidato a un empleo.

Cada sociedad -de acuerdo con su cultura- fabrica unos prototipos de identidad asociados con diversos roles y funciones tendientes a asegurar la continuidad y la preservación del grupo. En consecuencia, se procura disponer de los mecanismos necesarios para que, desde la primera infancia, se vayan adoptando los imaginarios y comportamientos que en principio están asignados de antemano para cada individuo. Una de las funciones centrales de la educación a lo largo de la historia ha sido, precisamente, la de consolidar y reproducir esas identidades.

Ya no existe una biografía anticipada, como quizá la haya habido para muchos de las generaciones anteriores.

En épocas remotas, ese papel educador lo asumían los adultos. Las mujeres mayores enseñaban a las adolescentes los secretos de la vida conyugal, y los hombres enseñaban a los jóvenes a cazar. En las sociedades medievales se heredaban los oficios y las destrezas se aprendían desde la infancia en los talleres de los artesanos. En las cortes se educaba a los príncipes para reproducir genealógicamente las monarquías, y en las sociedades industriales se establecía un camino para los obreros y otro para quienes siempre tendrían el poder.

También en las democracias del siglo XX, la definición a priori de las identidades estuvo a cargo de los educadores. Hasta los años sesenta, en Colombia las mujeres y los hombres iban a colegios separados, donde se cultivaban las virtudes específicas asignadas a cada sexo. Y desde nuestros orígenes republicanos las clases dirigentes optaron por gestionar un sistema de educación privada para sus hijos, mientras la educación pública iba muy lentamente y en condiciones muy precarias.

Se podría decir que en otros tiempos la identidad de las personas estaba resuelta en muy alto grado, incluso antes del nacimiento, y lo importante era asumirla. La educación, entonces, se ocupaba de reforzar los estereotipos y asegurar un repertorio de ideas que los justificara.

Hoy, en cambio, las cosas son muy diferentes, pues los roles y las identidades posibles se han multiplicado de manera incalculable. Los medios de comunicación, las redes sociales, la globalización de la cultura y los movimientos sociales de diversa índole abren una gama enorme de nuevas posibilidades. Ya no es simple adueñarse de una identidad de género, tampoco es fácil asumir una identidad permanente de ocupación, no parece existir un prototipo ideal de relación amorosa, ni un patrón estético ni un ideal ético. 

Los roles sociales se desdibujan cada vez más: la política la hacen los antipolíticos; los dogmas vienen más de los líderes progresistas que de los religiosos; la opinión de los influenciadores mediáticos tiene mayor relevancia que el conocimiento de los científicos en las grandes decisiones de los gobernantes…

En este mundo que es así, es donde se deben educar las nuevas generaciones y es un hecho que los modelos escolares de antaño ya no sirven para que quienes inician su vida puedan encontrar su lugar en el mundo. 

La educación de hoy debe idear formas para que los estudiantes vayan descubriendo e inventando su propia identidad, su propia historia futura, sus cualidades y talentos, sus gustos y sus retos, porque para ellos ya no existe una biografía anticipada.

Francisco Cajiao

Abril, 2023

2 Comentarios
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2 Comentarios

vicente alcala 28 abril, 2023 - 6:35 am

La educación de hoy debe idear formas para que los estudiantes vayan descubriendo e inventando su propia identidad, cierto, y cierto también -como dice el artículo que- “de acuerdo con su cultura” y aquí radica lo más difícil de la educación de hoy: ¿cómo influenciar en una cultura que facilite y no malogre las identidades por construir de los estudiantes? Gracias Francisco, nos queda esta tarea pendiente.

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Rodolfo R. de Roux 28 abril, 2023 - 7:03 am

Dificilísima tarea la de los educadores en esta época de “modernidad líquida”. Un abrazo, Pacho.

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