CARLOS EDUARDO VASCO URIBE [1927-2022]
¡“Dios mío, qué solos se quedan los muertos”!
La noticia no podía ser más desalentadora. La recibí por mediación de Bernardo Nieto, a quien le llegó este mensaje: “Carlos Eduardo está muy enfermo y prácticamente incapaz de vivir sin ayuda. Una septicemia generalizada le acusó el deterioro de todos sus órganos”. Consulté al Dr. Google ‒a falta de un médico amigo‒ en qué consistía la septicemia y me llevó a un informe de la Clínica Mayo en Estados Unidos. Al terminar de leerlo, quedé a la espera de la noticia que finalmente llegó anoche mismo: “Carlos Eduardo está ya en manos de Dios”.
A muchos afectará la muerte de Vasco, pero en especial a mí, por cuanto mi primer contacto con él fue en casa de su papá, el Dr. Eduardo Vasco Gutiérrez, a donde me llevaron por mis precarias condiciones de salud en 1950, año en el Carlos Eduardo entraría al colegio de San Ignacio de Medellín, dos años antes de que yo hiciera el mismo camino: “quinto elemental”.
Fui a parar a cuidados del Dr. Eduardo Vasco, primer psiquiatra infantil que hubo en Medellín, discípulo de Eugene Claparède, admirador de Ovide Decroly, y que conoció a Jean Piaget en Ginebra, cuando era codirector del Instituto Rousseau, según entrevista de Carlos Eduardo a la Revista Colombiana de Educación de junio-diciembre de 2011.
¿Cómo fui a quedar a su cuidado? Mi abuelo paterno era oriundo de Titiribí, Antioquia, cuna también del Dr. Eduardo, el científico. Era tan riguroso hasta el extremo, que obligó a mi papá y a mi mamá, que vivían en una finca a medio día de camino de Medellín, a ir a la consulta: primero mi papá, sin mi mamá; luego ella, sin mi papá y, al final, los tres.
Al día siguiente, a las 6.00 a.m. debí asistir al consultorio y así por varias semanas. Allí, en pequeño cubículo adyacente al lugar de la entrevista, me acostaban en una especie de camilla y, a la luz de una lámpara, debía permanecer en ropa interior algo así como una media hora, que se me hacía eterna.
Superado el paso por esta “soleada artificial” pasaba a otro pequeño salón con juegos de distinto tipo ‒que los años corridos me impiden identificar‒, a excepción de una tabla adosada a la pared con orificios alternos a derecha e izquierda por la que debía ascender valiéndome de un par de maderos redondos en cada mano para introducirlos uno a uno en los orificios hasta alcanzar la parte superior del tablón.
Después de esta “gimnasia mañanera” en más de una ocasión me invitó a la mesa familiar a tomar el desayuno y muchas veces, una vez concluido, me hacía subir al carro familiar junto con los demás hermanos para llevarlos a sus respectivos colegios; Carlos Eduardo y yo a San Ignacio. Este fue mi primer contacto vital y emocional con quien después compartiría circunstancias muy especiales en la Compañía y fuera de ella.
Carlos Eduardo iba dos años más adelante en San Ignacio: él empezando segundo bachillerato y yo en quinto de primaria. Durante los años en ese colegio cada vez que había “Premiación”, como resultado de exámenes trimestrales y finales ‒de uso en esos años‒, el anuncio siempre era el mismo: “Excelencia, señor CARLOS EDUARDO VASCO URIBE”. Corría la fama de que Vasco siempre estudiaba los libros de texto escolar del año siguiente: en primero de bachillerato, los de segundo, y así sucesivamente. ¿Qué estudiaría en el sexto y último año de bachillerato en ese entonces?
Volví a coincidir con Vasco en 1954, en el Noviciado en Santa Rosa de Viterbo. Compartimos durante dos años no solo la misma formación espiritual, sino la circunstancia especial de podernos “apartar de la vida común”, previa “bendición” del Maestro de Novicios. el P. Cándido Gaviña, S.J. La capilla en ese tiempo estaba muy adelantada, pero todavía en construcción, y a los dos nos encargó el padre Maestro de Novicios que hiciéramos el alambrado eléctrico para la capilla en construcción. Pasamos muchas tardes juntos, metiendo y tirando cables, instalando interruptores y tomacorrientes.
En el juniorado, a él lo encargaron de operar la estación de radioaficionados ubicada en la esquina suroccidental de la azotea. Me enseñó a operarla y eventualmente lo remplacé. También existía en Santa Rosa una estación meteorológica para registrar temperaturas, vientos y precipitación; lo sucedí en esa tarea. En el juniorado empezó a estudiar alemán por su cuenta y me ayudó muchas veces a superar mis dificultades con el griego.
Estábamos en filosofía y no sé si él o quizás el P. Vladimiro Escobar, S.J., a cargo del curso de física, fue invitado el profesor Carlo Federici a darnos un “conversatorio” ‒como se diría hoy‒ y la demostración respectiva del método Cuisenaire para la enseñanza de la matemática. Creo que en ese evento nació no solo la admiración de Federici por el talento de Carlos Eduardo, sino de este por quien llegaría a ser su mentor y puente para los cargos que después ocupó Carlos Eduardo, sobre todo en la Universidad Nacional, una vez regresado de sus estudios en Estados Unidos.
Según el portal https://www.bloghoptoys.es/ el método Cuisenaire fue creado por el maestro Georges Cuisenaire en los años 50. Su principal objetivo se centra en trabajar las cantidades y enseñar a calcular con la ayuda de regletas de distintos colores y tamaños, que van del 1 al 10. Gracias a este material matemático, los niños pueden aprender la descomposición de los números e iniciarse en el cálculo, todo ello mediante la estimulación de la memoria visual, táctil y auditiva que proporciona la manipulación de las regletas de Cuisenaire.
A partir de 1960 nos distanciamos en razón a que yo debía hacer el año de ciencias para terminar el bachillerato y Vasco empezaba sus estudios de filosofía, terminados los cuales fue destinado al colegio San José en Barranquilla para hacer su magisterio y remplazar a Fabio Vélez Uribe en las clases de física y matemáticas. Cuando terminó su magisterio, el provincial de ese entonces ‒que estaba aplicándome el método actual del “despido silencioso” del trabajo‒, me envió de Pasto a Barranquilla a remplazarlo y si no fuera por el especial auxilio del Espíritu Santo aquello hubiera sido no solo el fracaso de mi docencia en física, remplazando a semejante talento, sino mi abandono prematuro de la Compañía; pero salí adelante sin quejas visibles de aquellos estudiantes acostumbrados a la sabiduría de Fabio Vélez y de Carlos Vasco.
Durante los años de filosofía y en mi cumpleaños, me envió varios escritos que conservo con especial afecto, no solo por los sentimientos que en ellos expresó, sino también por los “artificios poéticos” en sus versos a mí dedicados. Si logro rescatarlos espero compartirlos más adelante.
Por esa misma época de filosofía estudiaba el hermano Brito, S.J. ‒no recuerdo el nombre‒, paraguayo, con buena voz y muy hábil intérprete de piezas folclóricas de su país, que cantaba acompañado por la guitarra que manejaba con soltura. Como las tonalidades de las canciones eran complejas, hicimos una grabación de las mismas y Vasco iba diciendo: “primera”, “tercera”, “segunda”… Conservo esa grabación en lo que entonces se “estilaba”: grabaciones en “carrete abierto”. Brito seducía con su música y su voz a todos, en especial a las vecinas de aquel entonces.
Muchos años pasaron de esos tiempos. En años recientes volvimos a estar en cierta renovada cercanía, digamos académica, pues en alguna oportunidad me pidió la traducción de un texto en latín; en otra, alguno en griego. Y lo más significativo para mí, es que pocos años atrás, en su cumpleaños y Navidad, le enviaba mensajes en griego y hasta me respondió alguno también en griego. Suelo enviar saludos en griego a quienes sé que pueden entenderlos, pero para sorpresa mía las respuestas, cuando las hay, a excepción de Vasco, son en español, italiano y hasta en inglés en alguna oportunidad.
Vendrán los homenajes póstumos, las columnas de opinión, los artículos sobre su pensamiento y ejecutorias en la educación, su talento matemático, sus habilidades docentes, su visión profética del estado actual y futuro de la educación; en fin, sus múltiples aportes académicos. Mientras llegan, adelanto mi In memoriam.
Jaime Escobar Fernández
Chía, septiembre 28, 2022
7 Comentarios
Extraordinaria y bella memoria, Jaime. Muchísimas gracias. Yo también tuve como compañero a Carlos Eduardo desde primero infantil. Estuvimos juntos en el bachillerato y más tarde en Alemania. Siempre me sorprendía su extraordinaria agudeza mental, escribía poesías “cum micca salis” en algún verso. Cuando llegó al teologado de Alemania, como era doctor en matemáticas y física, el rector P. L. Bertsch, le pidió que revisara el libro del profesor de matemáticas en el juniorado, para que le diera el visto bueno. Carlos se encerró tres días y salió con diez hojas en las que señalaba numerosas fórmulas erradas o desactualizadas, citando en cada nota la fuente. El rector quedó tieso. No sabía qué hacer con ese análisis, porque para el profesor sería una vergüenza. No sé cómo salió del enredo. El hecho es que nombró a Carlos E. como representante de los estudiantes, y desde el primer día, el ilustre colombiano recién llegado comenzó a poner cada día alguna nota en la varianda con citas de Mao, de Marx, de Lenin, Bakunin, etc., en un teologado que debía estar plagado de antiguos nazis o hijos de nazis, entre otros, el hijo del dueño de la Mercedes Benz, un tipo queridísimo, muy brillante, respetuoso y muy suave en sus maneras. No hace mucho se distanció de mí por alguna crítica imprudente que le formulé. De todos modos, me duele su fallecimiento y oro por el. Ya habrá encontrado la luz que tanto buscaba.
Un gran abrazo, mil gracias Jaime, siempre recuerdo a Carlos Vasco con mucho cariño y agradecimiento.
JAIME: muy sentida, sincera y real la columna In Memoriam conmemorando el fallecimiento de nuestro compañero Carlos Eduardo Vasco. Un personaje extraordinario en todo el sentido de la palabra. Un hombre dotado de las cualidades más sobresalientes, en razón de su inteligencia y de su talante serio y bondadoso. Gracias por referirnos tu amistad y cercanía con el y por señalar los hitos fundamentales de una vida enormemente valiosa y que deja huellas imborrables. Cordial saludo. HERNANDO BERNAL
Jaime, mil gracias por compartirnos aspectos de la vida de Carlos Eduardo desde tan temprana edad. No fuimos compañeros, pero iba adelante señalando el camino mediante una estela de sabiduría que se convirtió en paradigma del jesuita ejemplar en lo espiritual y en lo intelectual, como modelo para nuestra generación.
En los años 87-88, Carlos Eduardo organizó unas simpáticas tertulias mensuales a las que tuvo la generosidad de invitarme. Eramos seis los contertulios que nos reuníamos a cenar y a intercambiar ideas hasta la medianoche sobre un tema acordado el mes anterior. Para mí, el benjamín del grupo, fue una inolvidable oportunidad de apreciar no sólo la inteligencia penetrante de Carlos Eduardo -puesta al servicio de la seriedad con la que se tomaba los problemas existenciales y sociales- sino también su humor agudo y la amable benevolencia que se escondía tras su semblante serio. Descanse en paz.
Tuve el privilegio de asistir durante muchos años a los consejos directivos del Colegio Newman, creado por Augusto Franco y su familia, en donde Carlos Eduardo era el líder educativo. Impresionaba cómo tenía en la mente tano el contexto educativo del país, como la tradición del Colegio. Ahora el Consejo se ha ido trasladando al más con Augusto, Margarita y Carlos Eduardo. Que descansen en paz y tengamos en cuenta sus enseñanzas.
Jaime, Luis Alberto, mil gracias por esas breves y descriptivas líneas sobre episodios desconocidos de la vida de Carlos Eduardo. Su brillo y calidad humana nos llegó incluso a quienes no tuvimos la suerte de estar cerca de él y seguirán siendo una inspiración estimulante en el futuro terrenal que nos queda..