Igualdad, equidad y dignidad (III)

Por: Carlos Torres
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continents, flags, silhouettes

Continuando la discusión sobre la igualdad, el autor plantea que la desigualdad es en sí una fuente positiva de oportunidades y al mismo tiempo una fuente de limitaciones que cada individuo y cada sociedad debe conocer y manejar para el bienestar de sus miembros y, en el caso de los individuos, para su propio desarrollo y perfeccionamiento personal.  

La diversidad cultural proviene de muchos aspectos, fuerzas e interrelaciones sociales ampliamente estudiadas por sociólogos y antropólogos. Una de ellas es la raza, centro de tantas malas interpretaciones, conceptos, crímenes y estereotipos a lo largo de la historia. Superada históricamente la duda de si los aborígenes americanos y africanos eran seres humanos, la actual organización social mundial respeta las características propias de cada raza, aceptando sus diferencias y respetando sus derechos. En un esfuerzo de compensación por las injusticias del pasado, se resalta el valor y la grandeza de todas las razas, especialmente las minusvaloradas por los europeos en el pasado, y se les conceden derechos especiales, diferentes a los del común de los ciudadanos. Se utilizan políticas de trato positivo desigual para compensar pasados tratos negativos desiguales. Las razas, miembros todos dignos de la especie humana, son diferentes, no iguales, origen de culturas y civilizaciones diversas y valiosas.

Otra fuerza que colabora en la cultura es la lengua. La idea del esperanto como una lengua universal es solo una anécdota. Cada país cuida su lengua y aquellos que comparten una misma lengua se cuidan de hacer respetar sus orígenes, estructuras y expresión literaria. La riqueza mundial se considera en el cuidado de las diversas lenguas e incluso se hacen grandes esfuerzos por conservar aquellas de pequeños grupos cuya lengua ancestral puede estar en vía de extinción. En este tema lo menos que se busca es la igualdad.

Los seres humanos a lo largo de su existencia sobre el planeta en los últimos 10.000 años ‒que califico de civilización‒, se han organizado en grupos originarios de ciudades, regiones, razas, religiones, que han dado nacimiento a civilizaciones tan importantes y tan desiguales como la sumeria, la egipcia, la griega, la romana, la hindú, la china, la europea o la cristiana. Quienes defienden la igualdad, ¿desearían que tal diversidad de historias y realidades no hubiera existido y que en el futuro hubiera solo una civilización? En ese caso, ¿cuál debería ser la civilización igual a la que todos perteneceríamos: la norteamericana, la china, la musulmana, la eslava…?

En forma similar, las naciones y los Estados (cerca de 200 en la actualidad) responden por definición a características diferentes de historia, lengua, raza, geografía, recursos, etc. Su tamaño, su nivel de desarrollo, su influencia en el mundo, sus problemas y éxitos los diferencian a unos de otros, además de muchas otras variables económicas, sociales y políticas. Según las teorías económicas y administrativas, la competitividad de las naciones y su riqueza se origina en fuerzas internas y externas que no son iguales para todos y que permiten la realidad actual y futura, tanto de un mundo globalizado como internamente de las naciones. 

En un momento dado, al final del siglo XX, se pensó que la llamada “globalización” iba a uniformizar y despersonalizar las naciones, las culturas, las personas. Se creyó que los medios de comunicación se volverían universales, iguales para todos. Esta posible igualdad asustó a muchos. Por fortuna, las fuerzas sociales fueron más interesantes y resultó una globalización de la tecnología para apoyar una gran diversidad y oferta de contenidos adecuados a cada cultura o interés, incluso personal.  

Médicos, ingenieros, abogados, políticos, sicólogos, antropólogos se necesitan para la vida humana actual en el planeta. Las universidades ofrecen formación para más de 100 profesiones diferentes. Se requieren, existen y ofrecen programas de preparación técnico-profesional como mecánicos, electricistas, conductores de maquinaria pesada, laboratoristas, etc. Las profesiones son una fuente de desigualdad por las características de las tecnologías, especializaciones, dificultad, oferta o demanda de las mismas.

En el mundo del gobierno de las naciones aparecen múltiples funciones, desde el presidente o cabeza del gobierno, pasando por ministros, directivos de empresas sociales, maestros, jueces ‒con sus jerarquías‒, funcionarios técnicos, personal que atiende al público, recaudadores de impuestos, militares ‒con su gradación‒, policía, etc., etc., y en las organizaciones productivas aparecen gerentes, investigadores, directores de plantas, empleados de cuello blanco, trabajadores, secretarias, mensajeros, etc., etc. 

En el mundo económico se han ensayado diversos modelos de asignación de los frutos del esfuerzo productivo. Quienes han considerado que el resultado lo recibe solo el Estado para luego darles a los ciudadanos una parte igual a todos, han fracasado en la práctica y no tienen una posibilidad real de defenderse con un sistema justo que promueva la innovación, la creatividad y el progreso individual y colectivo. Igual crítica se hace del otro extremo, en el cual solo se benefician con la creación de riqueza los dueños de los medios de producción.

Las capacidades necesarias, los estudios, la preparación, la experiencia para las diferentes funciones y roles entre los miembros de la sociedad no son iguales. La organización social, cualquiera que sea el sistema político adoptado, es fuente de desigualdad. Además, la oportunidad de crecer y diferenciarse de sus congéneres parece ser un impulso natural de la especie humana. 

Si todos los hechos anteriores no fueren suficientes para entender que la búsqueda de igualdad es contraria a la realidad, queda por estudiar al individuo como persona. Filosóficamente, la conclusión más digna del ser humano es que cada uno es único e irrepetible. El ser es uno, bueno y verdadero ‒enseña la ontología‒ y la antropología filosófica, concretada en la sicología, concluye que cada ser humano es una persona diferente a cualquier otra persona de su especie. Es la base de nuestra dignidad y de los derechos de todos los seres humanos, sin distinción de raza, credo, origen, nacionalidad, lengua, religión o situación. Por ello, cada ser humano es diferente a todos los demás. Nos aterra la posibilidad de un mundo uniforme con todos iguales como robots. Las obras de Huxley y Orwell no son el modelo que deseamos para el futuro.

La desigualdad es, entonces, una realidad intrínseca a la sociedad humana. Es más, es una riqueza de la especie, así como la diversidad lo es de otras especies y del mundo físico.

Ante ello, quienes pregonan la igualdad buscan aclarar su posición con argumentos tales como que lo que se busca es la igualdad de oportunidades, la igualdad ante el Estado y similares. Ni siquiera en este contexto la fenomenología y la lógica permiten concluir que el enfoque sea correcto.

Por todas las fuentes intrínsecas individuales y sociales ya explicadas, es imposible que todos los seres humanos tengamos las mismas oportunidades.

Dada la existencia, de naciones, civilizaciones, razas, lenguas, niveles de desarrollo, niveles de ingreso, ideologías y religiones presentes en el mundo real es imposible pensar que un hijo de un socialista francés tenga las mismas oportunidades que el hijo de los príncipes herederos de Inglaterra, hablando de sociedades de un nivel similar de desarrollo. Tampoco lo son las oportunidades educativas de los niños de Silicon Valley y las de los niños de un pequeño poblado suramericano. Las oportunidades de democracia no son iguales para un norteamericano en Estados Unidos que para un árabe en Irán.

Las oportunidades y limitaciones son diferentes para cada uno, sin que ello necesariamente sea negativo. Si lo fuere o pareciere indeseable, nadie puede hacer nada, fuera de esfuerzos simbólicos por disimular dichas desigualdades y limitaciones. 

Lo que afirmo es que la desigualdad es en sí una fuente positiva de oportunidades y al mismo tiempo una fuente de limitaciones que cada individuo y cada sociedad debe conocer y manejar para el bienestar de sus miembros y, en el caso de los individuos, para su propio desarrollo y perfeccionamiento personal.  

Similar análisis puede hacerse del concepto de la igualdad ante el Estado, ante la justicia, etc. Los derechos y deberes de los ciudadanos se concretan en la práctica de manera individual y con las características propias de cada grupo e individuo. Por ello, las sociedades con razón identifican grupos vulnerables (los pobres) o especiales (indígenas, mujeres o niños), por lo cual las relaciones con el Estado o la justicia son diferentes. Similar actitud adoptan las organizaciones mundiales con los países que tienen diverso grado de desarrollo y las naciones entre sí, para complementarse en sus relaciones políticas, económicas y sociales.

Así, la desigualdad no es solo una utopía, sino que además no es deseable. 

Pero entonces, ¿debemos aceptar la miseria, la pobreza, el subdesarrollo, las desigualdades extremas, la discriminación y la injusticia dentro de la sociedad y entre las naciones, y no hacer nada para eliminarlas del mundo?

Creo que la búsqueda de la igualdad es una solución falsa para problemas reales, cuyo desenlace hay que buscarlo con otro enfoque más realista, más posible y, sobre todo, más profundo para el ser humano. Es a lo que invito a quienes se interesan en el desarrollo del ser humano.

Carlos Torres H.

Mayo, 2021

2 Comentarios

Hernando Bernal A. 26 mayo, 2021 - 7:24 am

Carlos: muchas gracias por tus conceptos y reflexiones sobre el tema de la igualdad. En este momento el análisis se ha volcado hacia la EQUIDAD como igualdad de oportunidades de acuerdo con los contextos sociales y personales de los individuos; con lo cual se admiten las diferencias pero se hace énfasis en los valores fundamentales que sustentan la naturaleza del ser humano. Un cordial saludo. Hernando Bernal A.

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Bernardo Nieto Sotomayor 26 mayo, 2021 - 8:58 pm

Gracias por tus argumentos tan realistas, Carlos. Sin embargo, te comparto mi reflexión.
Desde la creación de las Naciones Unidas, en 1948, la Declaración Universal de los Derechos Humanos y las subsiguientes y consecutivas aprobaciones y firmas por parte de los Estados miembros, de las Convenciones, por ejemplo, sobre los derechos de la niñez, de las mujeres, de los campesinos, etc., todas las Naciones que pertenecen a la Organización de las Naciones Unidas, entre ellas Colombia, han reconocido los derechos universales de todos los seres humanos. SON DERECHOS DE TODOS Y PARA TODOS LOS SERES HUMANOS, sin distingo alguno. Es verdad que, en muchas naciones, la realidad contradice lo que está escrito y firmado de manera vinculante en tales documentos. Sin embargo, eso no invalida los principios de equidad y vigencia universal de los derechos humanos. La desigualdad e inequidad reinantes en nuestro mundo lo único que nos afirman y muestran es el largo camino que tenemos que recorrer todavía para hacer realidad lo que ya los países han reconocido como válido para todos los seres humanos: QUE SOMOS IGUALES EN HUMANIDAD, EN DIGNIDAD, EN HUMANIDAD Y EN DERECHOS. Reclamar supremacías basadas en cualquier ideología es desconocer esos Derechos y ha sido la causa de los horrores que conocemos, como los de las guerras mundiales y de los conflictos armados en todo el mundo.

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