Las coincidencias suceden en la vida. El nombre de una cantante famosa, cuya madre en una ocasión no pagó un taxi, quedó debiéndolo muchos años y jamás lo canceló con creces, se convierte en salvación para la esposa del autor, ante una situación desesperada con una funcionaria del aeropuerto de Dubai.

Esa mañana de mayo de 1999, después de saludar a mis alumnos de un curso de posgrado en la Universidad del Norte en Barranquilla, les pregunté:
–¿Ustedes conocen a Himerio de la Cruz?
–No –me dijeron.
Entonces, les narré lo que me había ocurrido la víspera en la noche.
–Himerio fue quien me recogió en su taxi en el aeropuerto –les expliqué.
Himerio, un hombre amable, de complexión recia, que pasaba de los 50 años, era uno más entre los cientos de taxistas de la ciudad, pero tenía una historia muy especial que me compartió, y yo se las conté a mis alumnos.
Al comenzar el viaje hacia el hotel, Himerio y yo hablamos de Barranquilla. Le comenté que tenía buenos amigos allí: algunos fueron mis compañeros de estudio en Bogotá o Medellín, y otros eran empresarios o directores de gremios.
En nuestra charla, hablamos de personajes famosos, como la inolvidable compositora y cantante Esthercita Forero (llamada “La Novia de Barranquilla”), quien pronto cumpliría 80 años. Himerio y yo fuimos también recordando varios nombres (él mencionaba uno, yo continuaba con el siguiente, como en un juego de ping-pong).
Hablamos del cantante Mario Gareña, autor de la popular canción “Yo me llamo cumbia”; también de la prestigiosa diseñadora de modas Silvia Tcherassi, y de algunas estrellas de la pantalla: la reconocida Judy Henríquez y Sofía Vergara, una de las mejores actrices cómicas de la televisión estadounidense.

Yo le expresé mi admiración por Alejandro Obregón, nacido en Barcelona, pero criado en la ciudad, famoso por sus pinturas, muchas sobre el mismo tema. “Es difícil decidir cuál de sus cóndores, a pesar de su aparente repetición, es más original y bello que los otros”, le comenté a Himerio.
En ese momento él, que era un gran aficionado al futbol, me habló de los jugadores Efraín Sánchez (lo llamaban el Caimán) y de Iván René Valenciano.
Himerio aún recordaba al barranquillero Marcos Coll, el único que ha marcado un gol olímpico en toda la historia de los campeonatos mundiales: fue en el partido de Colombia contra Rusia en aquel lejano torneo de Chile en 1962, cuando el juego quedó empatado a cuatro goles.
Himerio era muy niño en esos tiempos, pero esta historia se recordaba y disfrutaba con frecuencia en las reuniones de amigos: ya era casi un mito fundacional de la ciudad.
–¡Todos ellos son también barranquilleros! –me explicó con orgullo.
Y es que desde comienzos del siglo XX Barranquilla fue la puerta de entrada de muchas innovaciones a Colombia: no solo el fútbol, sino también la aviación, la radio comercial, la telefonía…
Finalmente, le expresé mi admiración por nuestra talentosa Shakira.
Y fue entonces cuando Himerio me confió su historia con la destacada cantante, ocurrida diez años antes, en 1989.
–Ella tenía 12 o 13 años. Su madre, Nidia Ripoll, me pedía que las llevara a visitar las empresas de Barranquilla, en busca de un patrocinio para la carrera que desde niña ya quería emprender –me explicó Himerio, y luego se lamentó:
–La verdad es que no le fue muy bien, no consiguieron ningún apoyo, y muchas veces me quedaron debiendo el costo de mi servicio.
Comprendí la situación: eran los años de la bancarrota de William Mebarak, el papá de Shakira. Le expresé a Himerio mi admiración por su generosidad, y le pregunté si los había vuelto a ver. Me contó lo siguiente:
–Sí, hace dos años (era 1997) llegaron al aeropuerto, y el automóvil que los debía llevar a la ciudad tuvo un problema mecánico, entonces me contrataron a mí.
Mientras Himerio me narraba su historia, yo iba rememorando el arrollador triunfo de Shakira durante los años recientes, gracias a sus exitosos álbumes Pies Descalzos y ¿Dónde están los ladrones? y a sus giras internacionales de conciertos, en los que casi siempre se agotaba la boletería. Porque la cantante es un gran ejemplo de fe en sí misma y en su inmenso talento, y también de superación de los difíciles obstáculos que tuvo que enfrentar en los primeros años de su carrera. Esa dura experiencia la animó a crear en 1997 la fundación Pies Descalzos que con sus cinco escuelas en Colombia educa y apoya con alimentación a 4000 niños.
Entonces, yo quise saber:
–Himerio: ¿ellas se acordaban de ti cuando te pidieron que las llevaras a la ciudad?
–Sí, Shakira y su madre me saludaron muy amablemente.
–¡Y me imagino que te pagaron el triple por tu servicio!
–No, solo me pagaron la tarifa normal –me confesó.
–¿No se les ocurrió pagar con creces todos esos servicios que te habían quedado debiendo hacía tantos años? ¡Porque para Shakira, en ese momento, su único problema de plata era decidir qué hacer con ella!
–No, señor –me contestó escuetamente.
Y así seguimos charlando hasta llegar al hotel. Cuando él me ayudó a bajar mi maleta, se me ocurrió una broma. Lo miré y le propuse este negocio:
–Himerio, no me cobres nada, y cuando yo sea tan famoso como Shakira, te pago el triple.
Él me miró, tomando mi frase mitad en serio y mitad en broma, me contestó que no, yo le pagué y nos despedimos.
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Años después, en abril de 2007 y en otra ciudad muy lejana de allí, ocurrió algo también relacionado con un aeropuerto y con Shakira.
Fue la cantante quien entonces “salvó” a mi esposa Cristina de un grave problema en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, a más de 13.000 kilómetros de Colombia. Nuestra hija y su esposo (profesores en la American University), la habían invitado por varias semanas al vecino Emirato de Sharjah. Querían que los acompañara en ese momento tan importante del nacimiento de nuestro primer nieto.
Un par de semanas después de la llegada del niño, la llevaron al aeropuerto de Dubái, desde donde debería regresar a Medellín, con escala en Nueva York. A ellos no les permitieron entrar a acompañarla mientras esperaba la salida de su vuelo, pues aún no habían ampliado la zona de pasajeros que ya se quedaba muy corta.
Y allí empezó el problema.
La funcionaria de la aerolínea que atendió a mi esposa, una mujer de mirada adusta y voz recia, se empeñaba en negarle la posibilidad de abordar el avión.
–No puede viajar: su rostro no corresponde a la foto del pasaporte –le dijo secamente.
Discutieron durante un rato tan largo que se hizo casi interminable. Cristina, en su angustia y temerosa de perder el vuelo, le señalaba los sellos de inmigración en su documento:
–Ahí lo puede ver: yo viajé desde Medellín a Nueva York y de allí vine a Dubái con ese mismo pasaporte, y sin ningún problema.
Pero la funcionaria, inflexible, se negaba a permitirle el viaje. Mi esposa, al borde del desespero, gritó en español:
–¿Es que aquí no hay nadie que le ayude a una colombiana?

Entonces se sorprendió al ver a un funcionario emiratí que se acercó a ella sonriendo, mientras exclamaba entusiasmado en español:
–¡Oh, sí, Colombia, Shakira, Colombia!
“Me llamó la atención su perfume suave y agradable y la limpieza impecable de su vestimenta”, me dijo después mi esposa.
El funcionario ordenó que le entregaran el pasaporte y las maletas. Él mismo las llevó al siguiente puesto, donde dio instrucciones precisas. Luego se ofreció a acompañarla hasta el avión. En el trayecto, le contó que había vivido en España, donde aprendió el idioma.
–¿Pero por qué me habla de Shakira? –le preguntó ella agradecida.
–¡Ah, es que hace tres meses ella dio aquí un concierto maravilloso –le confesó el funcionario –y quedé enamorado de Colombia!
¡Y así fue como nuestra cantante, sin saberlo, “salvó” a mi esposa de esa situación tan molesta!
Christian Betancur Botero
Mayo, 2021
5 Comentarios
Increible, ilustrador y ameno artículo. Graciasz
Estupenda narración, Christian. Gracias!
Muchos mensajes al tiempo y todos muy validos que muestran nuestra idiosincrasia……pero lo mejor, su amena narración. Gracias por compartir la experiencia.
Un saludo muy especial, muchas gracias por sus generosos comentarios.
Muchas gracias por los comentarios, Saludos