Haciendo cuentas

Por: Francisco Cajiao
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covid-19, calendar, agenda

Esta es mi última columna de este año, y de manera casi automática me he puesto a hacer balance de lo ganado y lo perdido en los insólitos doce meses que se cumplen la semana entrante. En el plano individual hay de todo entre la gente que conozco, y seguro así habrá sido la diversidad de experiencias de todo el mundo.

La pandemia truncó de manera abrupta cursos programados con mucha anticipación que apenas se iniciaban, canceló matrimonios cuyas fechas habían sido elegidas con gran dificultad y frenó proyectos incipientes. Muchos fueron sorprendidos en la mitad de un viaje, un crucero o un país del que no pudieron salir en meses. Miles de abuelos se han quedado, hasta ahora, sin conocer a nietos nacidos en el año de la plaga. Millones han pospuesto el inicio de sus estudios, adquisición de bienes, viajes de placer o iniciación de negocios.

Pero no todas las personas consideran que haya sido un daño catastrófico e irreparable. De hecho, hay quienes consideran una suerte que este cataclismo se les hubiera atravesado en el camino, pues hallaron cosas en las que nunca antes habían pensado.

El confinamiento forzoso ayudó a que las familias aprendieran a sobrellevar unidas una situación tan difícil. Se obligaron a compartir con niños y adolescentes no solamente el tiempo dedicado a estudiar, sino la preparación de los alimentos, la información sobre la enfermedad, los cuidados de otros familiares y los oficios domésticos. Sería ingenuo pensar que todo fue un jardín de rosas y un ejemplo permanente de armonía, pero creo que se puede afirmar que el temor a la muerte, el amor a la vida o un mucho de lo uno con un poco de lo otro, contribuyeron a tomar conciencia de que había que estar juntos en la dificultad, lo cual no es poca cosa en una sociedad cada vez más individualista.

Este tiempo ha mostrado la capacidad que tenemos de adaptarnos a las condiciones más adversas. Cuando una comunidad particular se ve azotada por un desastre natural, una guerra o una hambruna, no logramos entender cómo consiguen sobrevivir y sobreponerse a la desgracia. En esta ocasión, todos hemos sido sometidos a la misma inminente amenaza. Todos hemos sufrido de una u otra forma la muerte de amigos y parientes, el encierro prolongado, el miedo, la incertidumbre, las pérdidas económicas y estos días interminables en los que no asoma ninguna esperanza para el futuro inmediato.

Y, sin embargo, seguimos batallando. Tuvimos que aprender a hablar solos a través de pantallas en las que no hay sino bolitas de colores con iniciales. Maestros, estudiantes y familias se fueron acostumbrando a entrar a clase desde la habitación o la sala de la casa. Desde allí mismo funcionaron oficinas y negocios. Así se han celebrado cumpleaños y velorios, conciertos y partidos de futbol, protestas y sesiones parlamentarias. El lenguaje inventado para la ocasión nos dice que vivimos una “nueva normalidad”, que para mi gusto significa que así más o menos vislumbramos el futuro que vendrá con el 2021.

Lo cierto es que más allá de la forma como cada quien ha enfrentado la pandemia, estamos frente a una aterradora catástrofe social. Hay un consenso entre los economistas sobre las dificultades que nos esperan debido a la pérdida de empleos, la reducción de la producción, el aumento de la deuda pública y el gran incremento de los índices de pobreza. A esto debe añadirse que el grupo de población más golpeado han sido los niños y jóvenes, que vienen mostrando atrasos enormes en su desarrollo por la ausencia de escolaridad presencial. 

A diferencia de lo que han hecho otros países, nosotros concluimos el año manteniéndolos en esa “nueva normalidad” que no incluye el contacto con sus pares para jugar, aprender y soñar el futuro colectivamente.

Ojalá el nuevo año nos regrese, por lo menos en este aspecto, algo de la vieja normalidad para salvar lo antes posible las enormes brechas sociales que se han abierto en estos meses.

Francisco Cajiao Restrepo

21 de diciembre 2020

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