Y aunque el de Defoe es un relato de aventuras encantador, como lo es el Robinson Crusoe que todos llevamos dentro, la corta narración de Garcilaso, que tiene sus raíces míticas, se basa en hechos verosímiles y en lugares ciertos como los de Serrana y Serranilla que ahora son testimonio de nuestro pasado y presente colombiano en el Caribe.
Cuenta la leyenda recogida por Garcilaso de la Vega en los Comentarios Reales que la nave del marinero español Pedro Serrano naufragó en 1526 cerca de unos islotes en el mar Caribe, sobre los cuales nuestro país tiene hoy la soberanía después de infinidad de tratados internacionales, principalmente con Estados Unidos, Honduras y Nicaragua. Me refiero a los cayos Serrana y Serranilla que junto con San Andrés y Providencia forman un archipiélago, organizado como un departamento colombiano en aguas del Caribe.
Evidentemente los bancos llevan el nombre de Serrana y Serranilla por Pedro Serrano que llegó a ellos sano y salvo en un mar repleto de tiburones, barracudas y rayas, a punta de brazadas porque era “grandísimo nadador”, anota Garcilaso. El náufrago se refugió en ese pedazo de tierra, prosigue la narración, despoblado, inhabitable, sin agua y sin leña durante siete años. Logró sobrevivir “con industria y buena maña que tuvo para tener leña, y agua, y sacar fuego”, comiendo carne de las inmensas tortugas que llegaban a anidar y utilizando sus caparazones para recoger el agua de las lluvias, que se vuelven tormentas de huracanes en los meses de junio a diciembre.
Es un relato fascinante, pero más elocuente aún si se sabe que el Inca Garcilaso lo escribió antes de que apareciera la novela Robinson Crusoe del inglés Daniel Defoe en 1719, es decir, con cerca de siglo y medio de anterioridad. La gente –todo el mundo, para ser franco– que ha leído el libro de la aventura de Crusoe juraría que la historia del náufrago que se refugió en una isla cerca de la desembocadura del río Orinoco, desierta y apartada del mundo habitado, después de huir de sus captores en África, es una creación exclusiva y brillante de Defoe. Es más, cuando la leí por primera vez en mi adolescencia, soñaba día y noche con esa isla en donde siempre quise vivir porque encajaba a la perfección con mis sueños –los de todos los jóvenes, valdría decir– de un mundo incontaminado, virginal, alado y puro que no sé bien si sigue atrayendo de esa forma intensa como uno soñaba en la juventud sus mejores sueños.
Lo curioso es que el Garcilaso que había nacido en Perú, hijo de un capitán español y de una inca de linaje, y por lo tanto mestizo, escribió el relato apenas como un corto fragmento dentro de sus Comentarios, cuando ya se encontraba refugiado en España, huyendo de las intrigas y conflictos entre españoles y los indios incas a los que pertenecía de parte y parte, pero cuyas guerras no lo dejaban vivir en paz para realizar su gran obra sobre la Conquista del Perú y de la ascendencia real de sus ancestros indígenas. Y aunque el de Defoe es un relato de aventuras encantador, como lo es el Robinson Crusoe que todos llevamos dentro, la corta narración de Garcilaso, que tiene sus raíces míticas, se basa en hechos verosímiles y en lugares ciertos como los de Serrana y Serranilla que ahora son testimonio de nuestro pasado y presente colombiano en el Caribe.
Continuaré con el relato y otros más en mi próximo curso de Historia de las Civilizaciones.
Publicado en El Heraldo (Barranquilla)
Agosto, 2022
6 Comentarios
No tiene mucho que ver con la historia de Pedro Serrano que relata Jesu, excepto haber ocurrido más o menos al mismo tiempo y en lugares cercanos.
Cuando, por esos años, Cortés estaba en plan de someter a los aztecas, se enteró que había dos españoles que desde hacía 8 años vivían entre los mayas, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero. Cortés les envió cartas ofreciéndoles que se unieran a su expedición.
Jerónimo de Aguilar aceptó irse con Cortés y como después de 8 años hablaba el maya, le sirvió de intérprete. Cortés llevaba en su expedición a la Malinche, una mujer náhuatl que había aprendido el maya cuando había sido vendida a ellos cuando joven.
Entonces, en las negociaciones de Cortés con los aztecas, la Malinche traducía lo que estos decían en náhuatl al maya, y Jerónimo de Aguilar lo traducía del maya al español. Después de un tiempo, la Malinche aprendió español, ya no fue necesaria la ayuda de Aguilar, quien regresó a España. La Malinche llegó a tener gran prestigio al lado de Cortes, e incluso tuvieron un hijo, Martin Cortés si recuerdo bien.
Simpático lo que ocurrió con el otro español que estaba con los mayas, Gonzalo Guerrero. Cuando llegó la carta de Cortés ofreciéndole unirse a su expedición, Guerrero se excusó pues ya había ganado gran prestigio entre los mayas, estaba casado, tenia tres hijos y era una especie de cacique. Además según le dijo a Aguilar para que le transmitiera a Cortés, él tenía “la cara labrada y horadadas las orejas”, pensaba que los españoles no lo recibirían bien por este motivo, y se quedó con sus mayas.
Los españoles no tomaron bien la actitud de Guerrero y en adelante lo llamaron “El Renegado”. Los mexicanos, en cambio, lo llaman “El Padre del Mestizaje” e incluso le erigieron una estatua con esa inscripción, donde aparece vestido de indio, junto a sus tres hijos, pero con su barba y bigote propia de los conquistadores.
Quiere decir que para algunos uno puede ser un renegado, pero otros le levantan una estatua….
La historia de Guerrero, tal como la cuenta Bernal Díaz, es muy interesante. Éste se sublevó contra Cortés, Eduardo.En cambio, Jerónimo de Aguilar fue muy buen traductor con la Malinche al servicio de los conquistadores.
Como simple anécdota reproduzco el epígrafe de mi libro “Dos mundos enfrentados” (CINEP, 1990):
“Y dijo..que no habían quedado de todos sino él y un Gonzalo Guerrero que estaba casado y tenía tres hijos, y que tenía labrada la cara y horadadas las orejas y el bezo de abajo, y que era hombre de la mar, de Palos, y que los indios le tienen por esforzado…” (Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, cap. XXIX).
A la memoria de un conquistador conquistado, que prefirió compartir con los mayas la vida y la muerte.
Tal cual, Rodolfo.Gracias.
Estupendo artículo, cargado de historias, desconocidas para mí. Lo disfruté.
El sueño de sobrevivir y prosperar en una isla es tan arraigado entre nosotros que debió ser un hecho muy común entre humanos. Mi novela Semillas de fuego, hizo posible que cumpliera tal obsesión atávica, durante el confinamiento al que nos obligó la pandemia.. Ubico mi isla en los mares de Grecia 2600 años atrás.