Expiación y lágrimas

Por: Jesús Ferro Bayona
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El solo penacho de plumas de quetzal, igualmente colorido, del emperador azteca Moctezuma, que se exhibe permanentemente en un museo de Austria, era hasta ahora uno de los testimonios de adornos indígenas más visibles, pero tristes, de lo que fue la destrucción de una de las civilizaciones precolombinas más importante y extendida del continente americano.  

La foto de un indígena con su penacho de plumas coloridas inclinándose para saludar al papa Francisco, a su vez tocado por otro penacho y sentado en una silla de ruedas, durante la reciente visita del Pontífice a una de las comunidades nativas en la provincia de Alberta, Canadá, me trajo el recuerdo de la imagen de las cajetillas de cigarrillos Pielroja, que hace años eran los que fumaba la mayoría de fumadores del país. 

Pero la imagen de las cajetillas Pielroja que la memoria guarda de otras épocas no encaja ahora en las  viles historias de cuando los niños eran llevados a los internados indígenas del país nórdico de América a recibir una educación que en el interior de los claustros terminaba convirtiéndose en abusos y maltratos sistemáticos a los que los educadores los sometían siguiendo los dictados de una política de asimilación cultural forzada de menores que se veía con ojos benignos, o “por medio de la indiferencia”, según lo expresó el papa Francisco quien, pese a sus dolencias físicas en una de las rodillas fue a Canadá a pedir perdón por los atropellos cometidos por clérigos de la iglesia. 

Lo que sucedía en la red de internados de las 139 instituciones canadienses similares a las que el papa visitó en la región de Alberta fueron actividades de educación perversa, según los informes de las investigaciones históricas realizadas desde hace algunos años en torno a las prácticas  escolares residenciales desde el siglo XIX hasta 1990 en Canadá. Hay que reconocerle al papa Francisco el valor moral de ir a afrontar en persona una oprobiosa culpa comunitaria del pasado eclesial. La historia de la conquista y colonización de América se ha ensañado más que todo en las iniquidades de líderes militares españoles como Hernán Cortés en México o Francisco Pizarro en Perú, para citar apenas un par de ejemplos dramáticos. El solo penacho de plumas de quetzal, igualmente colorido, del emperador azteca Moctezuma, que se exhibe permanentemente en un museo de Austria, era hasta ahora uno de los testimonios de adornos indígenas más visibles pero tristes de lo que fue la destrucción de una de las civilizaciones precolombinas más importante y extendida del continente americano.  

No todo fue destrucción y exterminio. La obra educativa de frailes franciscanos, dominicos y jesuitas fue un valioso rescate y revaloración de las culturas de comunidades mayas, incaicas y guaraníes durante la época de la conquista y la colonia. Un fraile como Bernardino de Sahagún, que convirtió una escuela de nativos mexicanos en lo que puede llamarse la primera universidad de México, o las misiones de los jesuitas en el Paraguay, y la Orinoquia colombiana, son ejemplos de respeto y conservación de los valores culturales de los pueblos nativos dignos de admiración, como lo atestigua el misionero jesuita Joseph Gumilla en su libro sobre la Historia natural, civil y geográfica de las naciones de las riberas del río Orinoco. Que reconocer y expiar las infamias del pasado sirva para distinguir lo que fue bueno y debe ser mejor en la educación.

Jesús Ferro Bayona

Publicado en El Heraldo (Barranquilla)

Agosto, 2022

6 Comentarios

Guillermo Sanz 1 septiembre, 2022 - 5:00 am

Muy importante la labor de los jesuitas en las Misiones. Destaco la estevia, edulcorante de altisima calidad y benefico para la salud.

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EDUARDO JIMENEZ 1 septiembre, 2022 - 6:17 am

Junto con el comentario sobre los lamentables abusos a indígenas (los autóctonos como los llaman en Canadá) que se cometieron en Alberta, ,y de la valentía de Francisco al aparecerse a peidr disculpas, me agrada mucho la referencia que hace Jesu del Padre Gumilla.
Gumilla fue un enamorado del río Orinoco, y a pesar de varios cargos importantes que había tenido en la Compañía, decidió pasar sus últimos años casi que como ermitaño en la cuenca de ese río que tanto lo fascinaba.
Como homenaje a ese investigador y enamorado de nuestras tierras que fue Gumilla, el colegio de los Jesuitas en Puerto Ordaz/Ciudad Guayana, en la confluencia de los rios Orinoco y Caroní, se llama Colegio Loyola/Gumilla, uniendo el nombre de Gumilla al de nuestro fundador. Un Abrazo

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Humberto Sánchez Asseff 1 septiembre, 2022 - 8:53 am

Querido Chucho: Me alegré al ver que tu artículo divergía hacia una mirada positiva de lo que fue la colonización de América, principalmente en lo concerniente a las comunidades religiosas. También estoy del lado de “salvar la proposición del próximo”. Aseguro, sin temor a equivocarme, que la mayoría de misioneros de todas las comunidades religiosas vinieron a América haciendo un gran sacrificio de sus comodidades y vida, todo por amor a Dios y al prójimo. Sin desconocer los errores y abusos, con seguridad que existieron muchos más casos de caridad y heroísmo. Es una distorsión juzgar los resultados de una época con los ojos de la actual. Salvo los casos de abuso que resaltan, estoy seguro de la buena labor e intensión de todos los misioneros que se aventuraron hace ya casi 5 siglos.
sé que piensas igual, pero el corazón nos lleva a condolernos del “más débil”, en este caso los indígenas, y olvidamos el sacrificio de los demás. Un abrazo.

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jesús 2 septiembre, 2022 - 4:38 pm

Estoy de acuerdo, Humberto, con lo que afirmas. Sin dejar de condenar los excesos y abusos de los misioneros, que los hubo y no fueron pocos, es justo también señalar los aspectos positivos que hubo en la evangelización de los indígenas de América, aunque la expresión “evangelizar, no la encontremos tan laudable hoy, pero que en su momento, el de la conquista y la colonia, sí fue apropiada y acertada por parte de muchos misioneros que fueron más lejos educando y mejorando las condiciones de vida de los nativos como en los casos, y otros, que mencioné en mi artículo. Gracias y recibe otro abrazo.

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Reynaldo Pareja 1 septiembre, 2022 - 9:10 am

Gracias por tu reflexion sobre la necesidad historica de reconocer la culpa institucional y el valor para pedir perdón. Es un ejemplo vivo del espiritu con que fue hecho el informe Para el Esclarecimiento de la Verdad. No se puede construir sobre el dolor infligido en los indefensos sin antes haber reconocido el daño causado. Que estos ejemplos sean celebrados constantemente para ir adquiriendo una conciencia colectiva de la responsabilidad historica que todos en alguna medida la tenemos.

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jesús 2 septiembre, 2022 - 4:43 pm

Estimado Reynaldo, yo también creo que se debe reconocer la culpa institucional y no solo la individual en todo el mal que se pudo hacer desde la Iglesia. Pero tengo ciertas reservas en hacernos culpables de todos los males infligidos por los que abusaron y ultrajaron a los más débiles. Muchos no estábamos mirando para otro lado cuando se cometieron los atropellos, sino que nos sentíamos impotentes ante la maldad causada por otros.

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