Después de más de 70 años volvió la ultraderecha al poder en Italia. Llegó de la mano de tres partidos: Hermanos de Italia, la Liga del Norte y Forza Italia.
Una mujer, Giorgia Meloni, fue elegida la Primera Ministra de la historia del país y dos hombres, Mateo Salvini y Silvio Berlusconi, líderes de sendos partidos, la acompañan. Los tres representan una mezcla tragicómica de corrupción, nacionalismo y lucha contra el pluralismo.
Resulta paradójico que la primera mujer en el poder sea distante del feminismo y abiertamente contraria a las reivindicaciones de los grupos LGTBIQ. Ni ser joven ni ser mujer aseguran la mirada progresista, plural o decente. Estamos condenados, afortunadamente, a una mayor complejidad en la que ni la raza, ni la religión, ni el género, ni el nivel de ingresos matricula a las personas en ideologías o principios.
Así como en algunos países de América Latina gobierna la izquierda (en varias versiones), en Europa resurge la extrema derecha en Hungría, Polonia, Turquía y, aunque no en el poder, en Francia (41 % de los votos en las pasadas elecciones presidenciales) y en Suecia (segundo partido más votado). Cuando las encuestas pronosticaron un triunfo de la ultraderecha, se prendieron las alarmas por lo que esto podía significar para Italia, para la Unión Europea y para el mundo. A pesar de que, obviamente, vendrán cambios en la política y en el día a día de los italianos, estas alarmas y advertencias son algo exageradas y quizás sobredimensionadas.
2022 no es 1922 (año de la llegada de Mussolini al poder). A pesar de inestabilidades, amenazas a las democracias y excursiones militares en el vecindario, la derecha dura llega al poder con una Europa unida por un mercado común, una moneda única y un sistema supranacional de justicia en múltiples frentes (comerciales y de derechos humanos). Esta integración, que puede ser criticada desde muchos frentes políticos (Meloni lo ha hecho insistentemente), ha sido un apoyo fundamental para la economía italiana en varios momentos, especialmente en la pandemia y pospandemia.
Italia tiene una deuda de 150 % de su PIB y tuvo que acogerse a un estricto plan de responsabilidad fiscal con la Unión Europea para poder recibir 200.000 millones de euros del fondo de recuperación. Sin estos recursos la economía italiana se hundoría. A pesar de todos los discursos anti Unión Europea, el nuevo gobierno ha expresado que trabajará dentro del sistema. Nada como un balance en rojo y un plan de ayuda del “enemigo” para bajar los ánimos populistas.
A pesar de los discursos antiaborto y antiderechos de la coalición ganadora, la realidad política italiana demuestra que en esos temas la derecha extrema está en una clara minoría, por lo que la nueva Primera Ministra, consciente del asunto, bajó el tono de su discurso a medida que la campaña avanzaba y viró hacia una mirada más pragmática que ideológica.
Italia también cuenta con un sistema, muy sui generis por lo demás, de frenos y contrapesos democráticos. La Primera Ministra tendrá que gobernar con el presidente Sergio Mattarella (centroizquierda), quien es elegido por el Parlamento y quien tiene la facultad, entre otras, de vetar los ministros que proponga Giorgia Meloni para hacer parte del Consejo. Así mismo, en la semana de las elecciones llegó a la presidencia del Tribunal Constitucional una jurista de centro, experta en leyes comunitarias y derechos humanos, Silvana Sciarra, la primera mujer en ocupar este cargo. Alexander Hamilton, promotor del sistema de frenos y contrapesos en la Constitución estadounidense, estaría orgulloso.
Para terminar de despejar algunas dudas sobre las posibles consecuencias de la llegada de la extrema derecha al poder es necesario mencionar que Italia es firmante de la Carta Europea de Derechos Fundamentales y está bajo la jurisdicción de la Corte Europea de Derechos Humanos, lo cual quiere decir que las normas y decisiones nacionales relacionadas con los derechos de sus ciudadanos podrán ser llevadas ante este tribunal supranacional.
Mateo Salvini, líder de la Liga del Norte, exministro del Interior y promotor de políticas agresivas con los emigrantes, impulsó en 2019 una nueva legislación para contener o redireccionar la llegada de inmigrantes africanos al sur del país, pero encontró que la normatividad europea no le permitía cumplir sus grandes promesas de inmigración cero.
No se puede prever qué pasara en la animada escena política italiana (el promedio de duración de un gobierno desde 1948 es de 13 meses), pero lo cierto es que la conjunción entre un sistema de frenos y contrapesos con la colaboración e interdependencia de normas supranacionales y la apuesta por los derechos fundamentales con su tribunal comunitario parecen servir de contención ante las aventuras extremistas de los políticos.
La democracia liberal puede estar en crisis en varios lugares del mundo, pero la paz sostenida y el crecimiento económico estable demuestran que el experimento europeo es exitoso y debe servir de ejemplo a otras regiones.
Santiago Londoño Uribe
Diciembre, 2022
1 Comentario
Santiago: creo que el último párrafo de tu artículo resume en una forma muy precisa, clara y alentadora la situación política que se vive en Europa. Gracias por tu contibución. Hernando