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Espiritualidad a rajatabla

Por Hernando Bernal Alarcón
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Nací con una visión religiosa fundada en el Catecismo Astete, es decir, absolutamente dogmática e inmodificable. Hijo de un hombre admirable, recio y profundamente severo consigo mismo, con un sentido penitente de la religión y una práctica agobiante de la misma como miembro de la congregación de la adoración nocturna (una noche entera cada semana de rodillas ante el Santísimo), bogotano rolo con las eses sibilantes, partícipe piadoso en las procesiones de Semana Santa, Corpus Christi y demás festividades; asiduo feligrés de las misas diarias en San Ignacio y billarista consumado en el segundo piso del Restaurante Internacional de la calle 13, donde vendían las mejores empanadas de la ciudad capital de entonces (años 40 del siglo pasado). Es decir, la que al norte terminaba en San Diego de la calle 26 con carrera séptima y al sur en el lago de San Cristóbal, cerca de la ciudadela del padre José María Campoamor S.J., a quien mi padre veneraba y en cuya Caja de Ahorros, con las Marías que atendían, nos enseñó a depositar los centavitos para nuestro futuro.

Por su parte, el sentido religioso de mi madre no era el Astete, sino el cultivo del bello canto en el coro de San Agustín, iglesia de enorme abundancia pictórica a la cual asistía para armonizar con su educada voz de soprano las ceremonias religiosas de entonces: misas, novenarios, motetes, horas santas, rosarios, bendiciones, trisagios, cuarenta horas, procesiones, aguinaldos y demás parafernalia litúrgica. Ella reflejaba el lado amable de la religión, heredada del abuelo boyacense a quien recuerdo cada vez que oigo la balada de Serrat sobre el tío Alberto ‒un hombre correcto, pero “buena vida”, a quien no solo quise, sino que admiré‒ y de mi abuela, ella sí muy estricta, pero práctica y empresaria en su devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro y en el enfrentamiento con los protestantes que por esa época hacían su aparición en Boyacá. 

En ese contexto dialéctico entre una religiosidad austera y orientada al sacrificio y una espiritualidad estética y amable me fui para la Escuela Apostólica a los 11 años, con gran complacencia de mi papá ‒que me visitaba con frecuencia‒, y con la reticencia y posible molestia y pesar de mi mamá, quien nunca estuvo de acuerdo con mi llamada vocacional. Cuando en el año que terminaba el juniorado murió mi papá, caí en la cuenta de que la vocación era de él y no mía. En ese momento comenzó la reflexión sincera sobre si debía quedarme en la Compañía o buscar otras posibilidades en mi plan de vida. Entonces, decidí retirarme cuando cursaba el segundo año de filosofía. Realmente no me sentía a gusto con la disciplina jesuítica y añoraba los placeres de una vida normal y sencilla, sin tantas complicaciones espirituales y búsqueda incesante, imposible y contradictoria de la perfección individual: vida en familia, con una compañera invaluable, con hijos y hasta nietos, con libertad de decisión, con riesgos, trabajos, felicidades, tristezas y responsabilidad cotidiana. Dios me lo ha concedido en abundancia. 

A la formación en la Compañía le debo, sin embargo, lo poco o mucho que haya podido hacer en la vida. Para mí no es solo agradecimiento, sino un reconocimiento profundo del enorme valor y significado de un humanismo integral que ha dado sentido a los ideales y trabajos emprendidos e implementados en favor de la educación de adultos campesinos y demás responsabilidades académicas asumidas en años posteriores.

Con otros tres compañeros exjesuitas que se retiraron en la misma época fuimos alumnos fundadores de la controvertida facultad de sociología de la Universidad Javeriana: una etapa sensacional de proyección intelectual y política que nos condujo a posiciones divergentes y opuestas. Mi orientación y las circunstancias vitales me llevaron a formar parte relevante en la construcción e implementación del modelo de las escuelas radiofónicas que pastoralmente era un derivado de las orientaciones de la entonces denominada teología de las realidades temporales, producto de la reflexión de los teólogos de la Universidad de Lovaina sobre el sentido de la encarnación del hijo de Dios en el mundo. 

François Houtart y Roger Vekemans, conjuntamente con Camilo Torres y Gustavo Pérez, adicionaron la reflexión sobre el ejercicio del poder, la violencia institucionalizada y la constatación de la injusticia social, que con Gutiérrez condujo posteriormente a la teología de la liberación, tendencia política que fue asumida muy tímidamente en nuestro trabajo pastoral. Fueron años preconciliares, conciliares y posconciliares de enfrentamientos, de enorme riqueza y discusión intelectual, y también de búsqueda de formas eficientes de espiritualidad aplicada a la transformación de las estructuras de la sociedad. Un tipo de espiritualidad no individual, sino colectiva, y con un profundo sentido existencial. Eso era lo que yo inconscientemente había añorado.

Los enfrentamientos profundos, desmesurados y un tanto violentos con las estructuras jerárquicas e inquisitoriales del catolicismo tradicional ayudaron a resquebrajar la armadura dogmática de una fe a rajatabla y a buscar con el estudio y la lectura de autores como Hans Küng una visión teológica para un mundo cambiante, heterogéneo, complejo y ecuménico, que a su vez diera sentido existencial a la religiosidad individual y colectiva.

Después de muchos ires y venires he podido reconstruir una espiritualidad no basada en el dogma, ni en la imposición, sino en la búsqueda y el afianzamiento de una amistad con el hijo del hombre y el hijo de Dios hecho hombre, tal como lo sugiere la lectura del Jesús histórico de José Antonio Pagola*, libro que me suministró Gonzalo Amaya S.J. para orientar y dar sentido a esta última etapa de mi vida.    

* José Antonio Pagola (2013), Jesús. Aproximación histórica. Madrid: PPC.

Hernando Bernal Alarcón

Diciembre, 2020

8 Comentarios
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8 Comentarios

Dario Gamboa 18 diciembre, 2020 - 7:55 am

Que bella narración de un devenir religioso honesto y sincero coronado por una madurez ejemplar. Gracias por tu hermoso testimonio. Eres un faro para nosotros!

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César Augusto Torres Hurtado 18 diciembre, 2020 - 9:40 am

Que emocionante narración de tu vida. Digna de leer y ejemplo para muchos. Mil gracias por compartirla, y colocar cada persona y tema en su lugar, con total transparencia, honestidad y seguramente el deseo de que sea una experiencia más de vida para aquellos que en su momento tengan dudas.

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Jorge Luis Puerta 18 diciembre, 2020 - 10:11 am

Fiel reflejo de las luchas internas y externas entre las ideologías de la época. Yo andaba por los lados de la Doctrina Social de la Iglesia, muy cercano al desarrollo de Gustavo Pérez (primo hermano mío) y de Camilo Torres. Época rica en ideas. Me remitiste, con fuerza, al libro de Joe Broderick sobre Camilo. Gracias.

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Julio Jiménez S.J. 18 diciembre, 2020 - 11:43 am

El sólo título me cautivó y lo acabo de leer ya que la descripción que haces, en algunos aspectos se parece a mi proceso espiritual. Somo hijos de esa cultura de la cristiandad y estamos precisamente buscando nuevos horizontes. Gracias a Dios, el Papa Francisco, nos está indicando el camino. Es el profeta que necesitamos. Gracias a Dios, sigo en la Compañía, como promotor de la Espiritualidad Ignaciana acomodada como decía él a “tiempos, lugares y personas”. Estamos recuperando a Jesús ya que lo habíamos institucionalizado más de la cuenta. Es la bendita tensión dialéctica entre “Carisma e Institución”, propia del devenir histórico. Gracias por tu aporte, Julio Jiménez, s.j., 55 años de jesuita y 45 de presbítero, muy pero muy feliz.

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Pedro Alejandro Suarez Ruiz 18 diciembre, 2020 - 3:28 pm

Hernando, mil gracias por compartir ese texto de vida en este contexto donde la sencillez y transparencia nos identifican y afirman lo que hemos recibido en abundancia.

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Silvio 19 diciembre, 2020 - 9:02 am

Hernando: todos ls caminos llevan a Roma, aunque esta ciudad aparezca diferente para cada quien. Muy refrescante el camino que sigues caminando.

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Luis Alberto Restrepo 19 diciembre, 2020 - 9:10 am

Excelente la síntesis de tu vida, sencilla, clara y honesta. Siempre, desde las eventuales conversaciones que sostuvimos quizás en las quietes en el juniorado, he admirado y apreciado la serenidad y bondad que reflejabas. Ya tu libro me había sorprendido por su gran profundidad filosófica, vena que yo no te había conocido, y ahora completas mi comprensión de tu personalidad con esta bella narración. Gracias!

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John Arbeláez 21 diciembre, 2020 - 6:28 pm

Hernando, mil gracias por tu serena narración de tu devenir espiritual que nos ayuda a comnprender el nuestro.

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