Esperando a los bárbaros

Por: Santiago Londoño Uribe
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art, graffiti, shoes

“Bárbaro” admite significados distintos, se trate de remontarse a su origen en Grecia, a quienes asolaron las fronteras del norte del imperio romano, a su significado en Argentina o al uso que le damos cuando vemos acciones violentas. Los meses de movilizaciones han servido, entre otras cosas, para resaltar el nivel de fractura, distancia y desconfianza en el que vivimos los colombianos

«Porque se hizo de noche y los bárbaros no llegaron. Algunos han venido de las fronteras y contado que los bárbaros no existen.» ‒ Konstantino Kavafis 

Fernando Aramburu, escritor vasco ganador de varios premios y autor de la novela Patria, dice en el prólogo de su libro Utilidad de las Desgracias que renunció a su columna de opinión semanal en el diario El Mundo después de 81 entregas porque, entre otras cosas, lo “acechaba el peligro de la repetición”. Este es un riesgo que efectivamente nos acecha a quienes intentamos semana a semana, mes a mes, darle forma a ideas, reflexiones, propuestas y hasta quejas en columnas de opinión. 

En este caso concreto, confieso que he caído en una doble repetición: me sirvo del título de dos célebres y profundos textos, el poema de Konstantino Kavafis*, escrito en 1898, y la novela del Nobel sudafricano J.M. Coetzee, de 1980. Repito también una reflexión sobre la condición humana que suele atravesar mis textos y mis preocupaciones y que ahora, en medio de las movilizaciones, protestas, violencia, reacciones y señalamientos, siento la necesidad de volver a compartir. 

El término “bárbaro” tiene origen en la Grecia antigua y se usaba para referirse a todo aquel que no hablaba la lengua. La palabra era sinónimo de “balbuceador” (aquel al que no se le entiende o solo se le entiende un bar bar bar; hoy, bla bla bla). Los romanos utilizaron el término para referirse a los pueblos que presionaban sus fronteras del norte (Godos, Visigodos, Suelos, Alanos) y, consecuentemente, además de extranjeros que no hablaban la lengua, eran también una amenaza. El término fue cambiando y se convirtió en un adjetivo para referirse a cualquiera que sea fiero, cruel, tosco, grosero o inculto (en algunos casos y culturas también significa llamativo, excelente y magnífico: ¡Bárbaro, che!). 

Los meses de movilizaciones han servido, entre otras cosas, para resaltar el nivel de fractura, distancia y desconfianza en el que vivimos los colombianos. Las reacciones y los discursos surgidos como respuesta o apoyo al paro nacional y sus formas dan cuenta de múltiples grupos que, entre el miedo, la rabia y las reivindicaciones simplistas, se enfrentan y se distancian. Todo manifestante es vándalo (de nuevo un término traído de la Roma antigua, cargado de amenaza) o enemigo de las instituciones, o perezoso y aprovechado. También, todo empresario es explotador, acaparador y enemigo de los pobres. Los policías son todos asesinos y torturadores y, finalmente, todos los políticos son corruptos, violentos y mentirosos. Los bárbaros, consecuentemente, ya franquearon las murallas y las puertas y están entre nosotros. 

Los discursos y la reacción armada con que se recibió a la Minga indígena en Cali demuestran que en pleno siglo XXI, y más de 30 años después de que la Constitución Política reconociera los derechos de los pueblos originarios, existen aún inmensas distancias, prejuicios y desconfianzas entre ciudadanos que viven en un mismo territorio. El presidente de la República, quizás mimetizado con la oscuridad en su visita furtiva a Cali, llegó incluso a pedir a la Minga que se guardara otra vez en sus resguardos (¿dónde deben estar?). “Indios = bárbaros”. La presencia de las Mingas en Bogotá en 2019 y en Medellín hace unos días, demuestran que el reconocimiento, el respeto y la buena comunicación permiten la manifestación pacífica, los acuerdos exitosos y que los indígenas no son una amenaza. 

En el sur de Medellín, para algunos, los bárbaros son los grafiteros que se atrevieron a cruzar el río y la Avenida 33 para pintar en la Transversal Intermedia de la Comuna 14, El Poblado, un mural que decía “Convivir con el Estado”. “Se nos metieron”, “que pinten allá en sus barrios, pero que no se vengan para acá”, “ojo que el paso siguiente es la destrucción de negocios” decían, alarmados, vecinos por grupos de Whatsapp. Días después, y con los himnos nacional y antioqueño de fondo, un grupo de personas acompañadas por la policía borraba el mural intruso. Un triunfo de la Roma civilizada sobre las hordas bárbaras del norte. Una expedición a borrar otro mural (pintado, borrado por el ejército y vuelto a pintar) en San Juan con la 80 (“puro norte”) fue abortada entre múltiples llamados a evitar las confrontaciones. 

Las obras de Cavafis y Coetzee coinciden en resaltar que, a pesar de las amenazas (reales o inventadas), los bárbaros son cómodos y necesarios para las “sociedades civilizadas” porque sirven como parámetro de medición y comparación y, lo más importante, son depositarios de la culpa para muchos de los problemas que la civilización no logra o no quiere solucionar. 

El paro nacional ha profundizado las distancias, ha resaltado los muros y ha demostrado que aún nos falta mucho para acercarnos a un “nosotros”. El liderazgo político es actor central para profundizar las fracturas o para construir narrativas y proyectos colectivos. 

¿Seguimos inventando bárbaros o nos ponemos a trabajar en un proyecto de país en el que quepamos todos? De eso se trata el 2022.

* Kavafis (1999). Poesía selecta. Barcelona: Edicomunicación, p. 24-25; Coetzee, J. M. 2016. Esperando a los bárbaros. Barcelona: Debolsillo.

Santiago Londoño Uribe

Agosto, 2021

3 Comentarios

Eduardo+Jiménez 25 agosto, 2021 - 10:01 am

Gracias a Santiago por esa lúcida explicación. Al parecer los bárbaros no eran tan “bárbaros”. Nos cuentan los historiadores que en realidad la mayoría de las “tribus bárbaras” aventajaban a los romanos en arte, en ciencia y en general en su cultura. Es decir superaban a los romanos casi que en todo, menos en su ejército.
Sin embargo, nos hemos “comido el cuento” de que nuestra cultura actual se la debemos a los romanos, ya que, gracias a Dios, arrasaron con esos bárbaros incultos e ignorantes. Es decir, hay opiniones o historias completamente opuestas de uno a otro extremo sobre lo que sucedió.
Sin querer meterme en honduras, y debido talvez a mi poco conocimiento de los intríngulis de la sociedad colombiana, no dejan de sorprenderme los comentarios tan opuestos que he leído luego de la reunión De Roux/Uribe. Desde comentarios bastante desdeñosos sobre el sesgo del “Farc-Cura” hasta la arrogancia de quien dicen sometió a la comisión a escuchar los relinchos de sus caballos.
En mi ignorancia o inocencia, yo parto de la buena fe de ambos, y no puedo entender cómo los dos lados de la mesa pueden tener posiciones tan distantes.
¿Quiénes son en este caso los “bárbaros”? y ¿Son realmente tan bárbaros?
Espero que algún día haya algo más del acercamiento que ahora se ve muy lejano.
Saludos

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Javier Escobar Isaza 25 agosto, 2021 - 10:57 am

¡Está bárbaro el artículo! ¿Cuál es la diferencia entre el nazi o el miembro del KuKluxKlan y sus víctimas, y el bien vestido y perfumado destructor de graffiti en la noche y los bárbaros grafiteros? ¿Habrá una diferencia más bien de grado o una esencial?

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John Arbeláez 25 agosto, 2021 - 3:54 pm

El ser humano, en general, es un “bárbaro” para sus semejantes pues sólo le importan sus propios intereses por encima de los otros “bárbaros”. Somos una especie con manifestaciones bárbaras que no se ven en otras especies animales. Lo dicho desde hace milenios: “homo homini lupus”.

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