Como es usual en las presentaciones de nuestros invitados a las reuniones de los jueves, terminadas estas sigue una tertulia en la cual dialogamos con ellos a través de comentarios y preguntas. A continuación, presentamos las que se le hicieron al presidente de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición en Colombia.
¿Qué ha significado para ti como sacerdote jesuita, como colombiano y como ciudadano estar al frente de esta labor tan importante para todo el país?
A mí me ha cuestionado muy profundamente, me ha llevado a una metanoia brutal. Yo conocía la guerra. Estuve durante 14 años en el Magdalena Medio en medio del conflicto, dialogando todos los días. Fue cuando la guerra era más dura, entre 1996 y el año 2006. 24 de las personas que trabajaban en proyectos que estaban haciendo fueron asesinadas por diversos actores. Yo mismo hice los funerales.
Esto me ha mostrado cosas inauditas: la victimización en todas las direcciones me ha ayudado a comprender la hondura de nuestra tragedia, la dificultad de los colombianos para mirar esto de frente, enrostrarlo y ser capaces de no solo mirar a las víctimas de un lado, sino también a las víctimas de todos los lados y tratar de ponerse en los zapatos de unos y de otros y captar el dolor, la indignación, la rabia, y con eso, también el miedo que existe y esta pregunta inmensa de cómo podemos trabajar nosotros por la reconciliación.
Me ha cuestionado en muchas cosas muy hondas. Todos los días, a las siete de la mañana con los miembros de la Comisión que quieran, hago un rato de silencio, muy profundo. Luego, generalmente, durante no más de un minuto, hago una pequeña lectura de la Escritura o de Francisco de Asís o de Ignacio de Loyola y luego nos quedamos en silencio. De estas cosas que a uno le quedan leyendo el evangelio ustedes recuerdan cuando, en el evangelio de Mateo, Jesús se plantea el problema de las animadversiones y los odios entre los hermanos y dice: “si estás en el momento del culto y estás ofreciendo el sacrificio y te acuerdas de que tu hermano tiene una ruptura profunda contigo o de que entre tus hermanos hay desavenencias profundas, ¡deja el culto!”. Esto quiere decir “¡detén la misa!”, para ponerlo en términos concretos, y ve primero a reconciliarte con tus hermanos y a luchar por la reconciliación entre ellos.
Es decir, para este misterio de Dios en que nosotros creemos, es mucho más importante la reconciliación entre los hermanos que cualquier otra cosa. ¡Que no vayamos a morir nosotros, que no nos vayamos a encontrar con Dios, estando los unos separados de los otros!
Se los digo porque yo creo que en La Habana, con todas las deficiencias ‒los procesos de paz están llenos de deficiencias‒, yo le decía a Álvaro Uribe: “hombre, mire”, en el encuentro que tuve con él, porque nos encontramos con los cinco presidentes de Colombia en distintas instancias, de distintas maneras, porque para la Comisión era muy importante haberlos tenido a todos. Yo le decía: ¿por qué, cuando usted hizo el proceso de paz con los paramilitares ‒ese proceso tuvo muchas fallas‒, sin embargo, todos, en gracia de la paz, lo apoyamos. Y fue muy importante haberlo hecho, a pesar de que quedan distintos grupos. Yo les digo: el Magdalena Medio, con el bloque central Bolívar marchando como ejército ‒como decíamos cuando estudiamos latín, como acies ordinata (ejército ordenado)‒, es muy distinto a lo que queda del paramilitarismo de ahora. ¡Es que eran 500 hombres vestidos con prendas militares atacando los pueblos! Entonces, yo le decía: hombre, lo que usted hizo con el proceso de paz con los paramilitares tuvo muchos problemas, pero todos lo apoyamos. Los que queremos la paz, en estos procesos… ¡tenemos que luchar para que esto termine! ¿Usted por qué no apoyó el proceso de La Habana? Entre otras cosas, fíjese que ese proceso no se hubiera podido hacer si usted, con la fuerza que tuvo, no hubiera logrado lo que logró. Es una obra suya que las Farc bajaran de 21.000 a 11.000 hombres. Pero no fue posible.
Cuando yo le decía a Pastrana: hombre, por qué no hacemos una comida y ustedes, los cinco expresidentes de Colombia vivos, se reúnen ante el país e lo invitan a la reconciliación… No. ¡Ahí hay unos odios humanos muy profundos, muy profundos, muy duros! Yo le decía: hagámoslo en la verdad. Las verdades son bien conocidas. Es verdad que Samper ganó las elecciones con plata del narcotráfico, es decir, hay un montón de verdades que son verdad, pero ¡reconciliémonos! Quiero decirles que en La Habana se ganó una cosa que es muy distinta. Hoy en día hay masacres en Colombia: más o menos una mensual; son masacres de tres personas o cuatro personas. ¡Eso es durísimo! Más o menos cada semana matan un líder. Nosotros venimos de una época en que las masacres eran de 100 personas, de 120, de 70. O la masacre de Barrancabermeja en nuestra parroquia, de 34 personas. De donde los secuestros eran todos los días. Los asesinatos a líderes eran todos los días. El Hospital Militar mantenía 2000 hombres heridos. ¡Y hoy en día hay 12! Es decir, ahí hubo un cambio, ¡sin lugar a dudas!, a pesar de que 20 % de la gente de las Farc volvió a la guerra, como suele pasar en estos acuerdos.
Colombia está partida, Colombia está dividida. Las acrimonias y los señalamientos uno los encuentra continuamente en Twitter, en Facebook, en WhatsApp. ¡Y yo siento en eso una responsabilidad muy grande de trabajar por la reconciliación como jesuita y como sacerdote!
Antes de la prolongación otorgada por la Corte para proseguir las actividades de la Comisión, se notaba un abrumador fortalecimiento de asociaciones ciudadanas contra la guerra y la muerte. ¿Este legado de la Comisión podrá mantenerse luego de su existencia?
Jorge Luis, tenemos tres cosas en las que estamos trabajando. Estamos tratando de conformar una red de aliados. Yo quiero invitarles a ustedes a que sean parte de esa red. Cada red y cada grupo humano de la manera cómo funcionen. Es una red que recoja el legado de la Comisión y continúe trabajándolo. Nosotros, de ninguna manera, pensamos que vamos a llegar a un punto final. No habrá una verdad de Estado. Sería lo más estúpido. Quedan unas búsquedas de verdad para continuar profundizándolas y estamos conformando una red de aliados de muchas organizaciones, de muy distintas clases, para continuar en eso. Queda un comité de monitoreo y seguimiento institucional, pagado por el Estado, que durará siete años. Estamos trabajando para dejarlo establecido, como está dentro de nuestro mandato. Su responsabilidad es cuidar que las recomendaciones que dejemos sean monitoreadas y se les haga seguimiento en su puesta en práctica. Vamos a dejar un sistema colocado en la web lo llamamos la transmedia; es una masa de información que contiene de todo. No solo los datos, los testimonios y las entrevistas habladas, sino también películas, pequeños videos, para que cualquier persona del mundo, si quiere hacer una tesis sobre lo que pasó en Colombia durante el conflicto o si quiere seguir profundizando en lo que hicimos y darle nuevas interpretaciones, pueda continuar esta tarea. Y, por supuesto, también vamos a publicar en varios idiomas y también en lenguas indígenas los resultados finales.
¿Qué le dirías a los que tachan de guerrilleros o de izquierdistas camuflados a los líderes sociales que matan?
Pues yo les diría que estas cosas tienen que hacerse desde un análisis riguroso sobre los distintos casos o sobre los diferentes grupos de casos y que cualquier afirmación precipitada es temeraria e irresponsable. Es temeraria porque puede traer como consecuencia la activación de procesos de asesinatos. El asesinato de los líderes en Colombia es muy doloroso porque ¡por ningún motivo se puede matar a una persona!: en Colombia no hay pena de muerte. Y porque en muchísimos casos, como me tocó ver en el Magdalena Medio, los líderes son muy incómodos para la gente que está armada. Porque la gente sin armas le pone la cara al armado y le dice: usted puede tener armas, pero yo vengo aquí a defender a una comunidad. Por supuesto, las defensas son de muy distintas clases: hay líderes que están luchando por el medio ambiente; otros, para que los procesos de erradicación de la coca puedan llevarse a cabo con toda determinación; otros están luchando por la tierra, en escenarios a veces muy oscuros, porque en este país donde el catastro nunca se estableció con rigor, los problemas de tierras son complicadísimos. Otros están en otras actitudes y defienden a los sembradores de coca porque dicen que no tienen una forma distinta de ganarse la vida y no van a dejar que la coca se la toquen. Hay otros que dejaron las armas de las Farc y con toda seriedad están en un proceso de paz, pero han matado más de 300. Esta semana asesinaron a un par de mujeres. Son situaciones muy dolorosas; los matan con mucha frecuencia disidencias de la misma guerrilla.
Independientemente de las tradicionales causas de la violencia, con base en las realidades que ustedes han conocido y sentido, ¿cuáles se destacan como causas para que nos hayamos portado tan inhumanamente?
Gracias, Edmundo, por esa pregunta. Una de las cosas ‒hablando de causas‒ que hemos encontrado es que no vemos razones, como si dijésemos modelos lineales que expliquen lo que está pasando, de manera que por una razón única una persona sale a matar a otras en Colombia. No es porque me dieron una orden y fui a matar o porque se me ocurrió durante la noche que tenía que meterme en la guerra y salir a matar personas, sino que son entramados muy complejos de causas, en las que juegan simultáneamente elementos subjetivos, elementos estructurales, elementos culturales, elementos políticos, presiones de la guerra y en ese conjunto se producen estas realidades tan duras.
Mi sentir personal es que sí hay un problema muy hondo entre los colombianos, que juega un papel, porque cada una de estas cosas necesita de otras para explicarse, pero nos es muy difícil aceptar en la vida concreta. Teóricamente lo aceptamos, y más los que hemos pasado por la Compañía de Jesús, que todos los seres humanos y todos los colombianos nos merecemos el mismo respeto y que debemos tratarnos con la misma acogida. Yo lo que siento ‒y se los digo con sinceridad, créanme‒, es que eso no se da así. Se da, de pronto, en algunas familias, en algunos asuntos individuales, en algunas personas conscientes pero, en general, el sentir general ‒es lo que yo siento‒ es que no todo el mundo se merece el mismo respeto. Los indígenas no se merecen el mismo respeto que los blancos, ni los negros del Chocó se merecen el mismo respeto. ¿Qué se traen ustedes cuando vienen a exigir…? ¡Eso es para la gente respetable!: los que tienen plata, han hecho carrera, han estado en las universidades, vienen de familias buenas, son sacerdotes, obispos o empresarios; pero ustedes, ¿de dónde vienen aquí a pedir que se los trate con el mismo respeto, si eso no es lo normal?
Por otra parte, creo que la guerra sí se nos metió muy profundamente. Esa es una pena muy honda, porque todo lo que la guerra tocó en Colombia, lo dañó. Y creo que ahí hay un problema muy delicado. Tenemos problemas de inequidad social durísima. Miren las cifras internacionales. Eso está divulgado y se hallan en Google. Colombia, desde hace mucho, se mantiene dentro de los 10 países más inequitativos del mundo, incluso entre los seis más inequitativos, pues compartimos el sexto lugar con otros cuatro. Los países más inequitativos son los más violentos, son los países que, paradójicamente, tienen dificultades para ampliar sus mercados, para ser más tranquilos. Eso es una pena, porque este es un país de una extraordinaria creatividad, de una fuerza cultural inmensa.
Pero eso no es razón para que haya guerra. La mayor parte de los otros nueve países inequitativos no tienen guerra. ¿Por qué eso en Colombia se mezcla con la guerra? El narcotráfico juega un papel muy importante en esto y, desafortunadamente, se ha acrecentado, entre otras, también, porque la forma como se trató el narcotráfico en La Habana dio un aliciente perverso para que se sembrara coca, con la expectativa de que al campesino que se lo encontrara con coca no iban a penalizarlo.
Otro elemento muy fuerte es la corrupción, que en Colombia es tan profunda. Otro elemento importante es que al desbaratarse los partidos tradicionales ‒que jugaron un papel hasta bien entrado el Frente Nacional‒, las formas como se comunicaban las regiones a través de las dos grandes colectividades políticas se fragmentaron inmensamente y las cosas quedaron en manos de gamonales donde la corrupción tomó muchísima fuerza y el narcotráfico también, y las mezclas de eso con el paramilitarismo complicaron inmensamente los asuntos.
Otro elemento es la mezcla de las Fuerzas Armadas con el narcotráfico, como nos decía uno de los generales en servicio, porque otros no han querido reconocer, fue: el enemigo de mi enemigo es mi amigo y nosotros nos cruzamos con ellos. Para poder ganar la guerra la combinación con los paramilitares fue indispensable, porque la derrota era inaceptable. Ustedes se acuerdan…, Bogotá estuvo al borde de ser tomada por la guerrilla cuando la guerra fue grande. Todas estas cosas, Edmundo, se mezclan y el punto es cómo desagregarlas y. además, se dan de formas distintas según las regiones.
Transcripción de Bernardo Nieto S.
Enero, 2022
2 Comentarios
La información que circula en las redes es que en 2021 la Comisión de la Verdad gastó $320 millones diarios, si multiplicamos esta cifra por 365 nos da una cantidad considerable.
Se dice también que con esta cifra se hubiera podido dar empleo a más de 1000 personas.
Sin dudar de la buena intención de Pacho De Roux y talvez de algún otro miembro de la tal comisión, no estoy seguro que valga la pena seguir incurriendo en este gasto.
Cordiales Saludos y Feliz Año 2022
El Padre De Roux, siempre tan claro, auténtico y sincero en sus apreciaciones. Larga vida a la Comisión de la verdad, La verdad es luz.