Y de repente, ¡llegamos a viejos! Y, ahora, ¿qué? Siempre fue claro lo que nos correspondía hacer en las etapas previas de nuestra vida: la niñez, la juventud y la edad madura, pero nunca tuvimos tiempo para pensar en la mejor de ellas: ¡la vejez! Una manera de hacerlo es explicitando su relación con lo que significa ser humano.
I – El ser humano
Todos los seres son ‒se definen, se entienden como‒ participación del Ser (fundamento de su inteligibilidad). La participación del Ser que recibe el ser humano le confiere dos propiedades únicas: razón y libertad. La razón le da la posibilidad de un conocimiento ilimitado y la libertad la autonomía para tomar decisiones. Kant, en el epílogo de su Crítica de la razón práctica lo expresaba bellamente al referirse a la naturaleza humana: “hay dos cosas que generan en mí admiración creciente cada vez que pienso en ellas: el cielo estrellado sobre mí, y la ley moral en mí”.
Razón y libertad, complementadas por las emociones, proyectan el ser humano hacia el Ser (causa y meta final, fundamento de su dignidad) y le permiten, consciente y libremente, seguir la proyección hacia el más que llena de sentido su vida. Abierto al conocimiento sin límites y guiado por la ética en sus decisiones, el ser humano experimenta, como efecto necesario de la participación que recibe, esa proyección existencial y sin término al Ser que lo constituye y fundamenta, (hacia lo “positivo” que caracteriza y hace posible la existencia: la unidad, la bondad, la coherencia…), y la sigue o rechaza libremente.
Definida por su proyección al Ser, la vida humana se llena de sentido y nos da, sin atenuantes, el derecho y el deber, la oportunidad y la responsabilidad de ser cada vez mejores seres humanos¹, día a día y durante toda la vida, continuando el proceso milenario que antecedió e hizo posible su aparición entre los seres vivos. Derecho y deber de tomar la posta, transformar en desarrollo consciente lo que antes era evolución ciega, construir la historia del hombre y su relación con la naturaleza, a través de subidas y caídas, de logros y fracasos, de momentos de lucidez y de estupidez, de conciencia social y de egoísmo, de progreso y de retroceso, de bienestar y de sufrimiento. Derecho y deber de fortalecer, profundizar y enriquecer, autónomamente y sin interrupciones el ser individual y diferente que nos identifica como personas y, al mismo tiempo, el ser comunitario que nos conforma como sociedad (Vallejo C., 2020 y 2022)². Derecho y deber, individual y colectivo, de seguir la proyección al Ser, parecerse más a Él y perfeccionarse como ser humano, esencialmente individual y esencialmente colectivo (como grupo, como comunidad, como humanidad).
Así, el ser humano puede definirse como proyección al Ser que le participa su existencia y le sirve de fundamento (sin el que es inexplicable); proyección sin término, consciente o inconsciente, que se realiza desplegando las propiedades que lo distinguen como humano, la razón y el conocimiento, de una parte, y la libertad y la ley moral (la ética) de otra.
El despliegue del ser humano, su proyección al Ser se da, entonces, en la dimensión del conocimiento (con ayuda de la razón) y en la dimensión de los valores (con ayuda de la libertad). La emotividad y la pasión, con sus profundas raíces en el proceso evolutivo de su organismo, son el complemento necesario. Sometidas y subordinadas a la razón le dan fuerza y dinamismo a la voluntad en su avance hacia el Ser; dominadoras y superpuestas a ella, por el contrario (la razón al servicio de la pasión), alejan el ser humano del Ser y lo conducen hacia la destrucción, hacia la Nada.
Ese despliegue sin término, avance individual y colectivo, se da en todas las etapas y momentos de la vida del ser humano, cada una con oportunidades y limitaciones diferentes. El despliegue individual contribuye al de la sociedad y el de esta al desarrollo del individuo. Historia de avance hacia el Ser que le da sentido a su vida y que él construye cada día, solo y en comunidad, consciente o inconscientemente, desde la infancia hasta la vejez, hasta la partida final.
II – La vejez
Hay visiones negativas y visiones positivas sobre lo que significa ser viejo. En las primeras son frecuentes los estereotipos que transmiten la idea de deterioro, de obsolescencia, de finalización de la “vida útil”, de “término de oportunidades”. Incluso es común, entre quienes se ocupan del cuidado de las personas mayores, presuponer en ellas comportamientos de deterioro mental, quebrantos de salud, dificultades para aprender e incapacidad para actuar y tomar decisiones, que llevan a prácticas indiscriminadas de cuidado e influyen en la autoestima y en la opinión que tienen los viejos sobre sí mismos (“estigmas” que se autocumplen).
Ese concepto equivocado sobre lo que significa la vejez encaja con el no menos equivocado de lo que es el sentido de la vida humana (o mejor, su ausencia de sentido), como un proceso, las más de las veces penoso (“buscarás el pan con el sudor de tu frente”) de satisfacción de necesidades (individuales por lo general) y de búsqueda de un estado de bienestar o de felicidad en el que predominan las emociones, en el que desaparecen los trabajos y al que se llega gracias al dinero y al poder.
Y encaja también con la manera como hemos terminado por definir las distintas etapas de la vida, en función de la forma, también equivocada, como nos hemos organizado en sociedad, con decisiones (individuales y colectivas) en las que la emociones predominan sobre la razón: en lo económico buscando la máxima rentabilidad en el corto plazo, a costa de la sostenibilidad, de las generaciones futuras y de un concepto científico de especie y de naturaleza; en lo político subordinando los intereses de la comunidad a las ambiciones personales, de partido o de grupo; en lo social, aceptando o tolerando (y frecuentemente justificando) prácticas discriminatorias absolutamente incompatibles con la dignidad de todo ser humano. La razón, y la pauta ética de nuestro comportamiento, se subordinan a la pasión (la emotividad, la ideología); el interés individual predomina sobre los propósitos de la sociedad; la competencia desplaza a la colaboración y se subestima (o se desconoce) la naturaleza humana como fenómeno esencialmente individual y esencialmente colectivo.
Y, por supuesto, en esa forma de organización, la vida tiene su “oportunidad”, principalmente durante la niñez y la juventud. Ellas son las etapas del aprendizaje, de la producción y de la acumulación; el lapso “útil” de la vida, en el que se adquieren conocimientos que facilitan la generación de ingresos y la satisfacción de las necesidades presentes y futuras, predominantemente individuales y familiares. La vejez, en cambio, por oposición a la juventud, termina siendo la ausencia de oportunidades, el comienzo del ocaso y, si se han hecho ahorros suficientes, una etapa en la que la vida se agota en tareas secundarias y en actividades “inútiles”, rodeada, en el mejor de los casos, del afecto de la familia y de los amigos. Pero si esos ahorros no existen, las personas que llegan a la vejez quedan a merced del Estado o de sus familiares. Y si aquel no otorga financiación suficiente, con una legislación adecuada, o estos “no aparecen”, la etapa de la vejez se convierte en un tránsito vital lleno de penurias y discriminaciones³. Los viejos se convierten en objeto de políticas de cuidado, personas pasivas que no se afirman en su diferencia ni toman decisiones sobre lo que les conviene y les hace felices, ni sobre lo que pueden aportar, en su condición de mayores, al progreso de los demás y les hace crecer como seres humanos. Personas a quienes es necesario proteger, como a los niños, de riesgos menores y que siempre dependen de sus familiares y cuidadores⁴.
Pero también hay visiones positivas que ven a las personas mayores como un grupo cada vez más numeroso y vital que tiene importancia para la democracia y cuya esperanza de vida ha ido aumentando; grupo que busca su bienestar a través de un alto nivel de actividades productivas, formativas y recreativas, que llenan el vacío dejado por la vida laboral.Individuos que “constituyen ellos mismos su mundo como resultado de un proceso de relaciones sociales hechas gestos y respuestas”⁵. “Personas que deben ser valoradas por sí mismas, más que por la función que cumplen en el sistema familiar, social o económico”⁶.
El concepto de envejecimiento ha cambiado con el aumento en la esperanza de vida. “En esta nueva etapa de la historia los mayores están adquiriendo una creciente importancia, tanto cuantitativa como cualitativa”⁷. Hoy se habla de tercera edad, de cuarta edad, ancianos jóvenes, ancianos mayores y viejos. Distinguimos la vejez cronológica de la biológica y de la sociocultural. Y vemos la última etapa de la vida, como aquella en la que aparecen nuevas inquietudes y preguntas trascendentes sobre el ser humano, un concepto distinto de ocio y un mayor aprecio por las cosas inútiles⁸, una mayor claridad sobre lo que significa en la práctica la realización personal.
Hoy se reconoce que los distintos grupos de edad tienen diferentes expectativas y responsabilidades, en cuanto individuos y en cuanto grupo. Y esto es particularmente relevante en relación con el grupo de población de las personas mayores. Como lo decía Cicerón, “a cada período de la vida se le ha dado su propia inquietud: la inseguridad a la infancia, la impetuosidad a la juventud, la sensatez y la constancia a la edad media, la madurez a la ancianidad”⁹.
Se acepta que los mayores tienen una cosmovisión y unos valores que, en buena medida, contrastan con los valores de las generaciones más jóvenes, especialmente en lo relacionado con asuntos políticos y sociales: familia, natalidad, religión (y religiosidad), participación ciudadana y ubicación en el espectro político.
La tercera edad y su bienestar es un bien social (igual que los demás grupos de edad), una etapa fundamental de la vida, para los individuos y para la sociedad, y en ningún caso un estorbo o un grupo obsoleto e inútil. Aunque con limitaciones físicas, que difieren entre los individuos, la vejez manifiesta la realización personal, intelectual y emocional, alcanzada hasta ese momento durante la vida; representa acumulación de experiencia y conocimiento, sabiduría como resultado del camino de crecimiento personal y de su contribución al progreso de la humanidad; etapa avanzada del proyecto de perfeccionamiento humano y de aproximación al Ser. “Ni los cabellos blancos, ni las arrugas hacen surgir de repente la autoridad. Los frutos de la autoridad los produce la edad vivida honestamente desde el principio”¹⁰.
César Vallejo Mejía
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¹ En el sentido que le da Fernando Savater cuando afirma: “nacemos humanos, pero eso no basta, es necesario llegar a serlo”. Ya en 1528, Erasmo lo había dicho: “…los hombres (…) no nacen, se hacen, moldeándose” y Simone de Beauvoir, cuatrocientos años después, escribe “No se nace mujer, se llega a serlo” (citado por Rodolfo R. de Roux (2021)).
² Vallejo, César (2020). “El ancla del desarrollo”. En: Universidad y Región. Ibagué: Universidad de Ibagué; Vallejo, César y Antonia Maturana (2022). “Equidad, tema central en Cifras y Conceptos”. En: Travesía de un sueño, 15 años de Cifras y Conceptos. Bogotá:
³ Se han formulado teorías sociológicas negativistas que conducen a la discriminación de las personas mayores por razones económicas (porque son improductivas o menos productivas), o por razones de clase social, grupo étnico y género. En una visión funcionalista, se piensa que para que la sociedad se mantenga estable es necesario reemplazar las personas mayores incapaces de realizar sus tareas satisfactoriamente. Lo cual no garantiza que los beneficios sociales de ese retiro sean mayores que sus costos sociales; menos aún si entre estos se incluyen los costos individuales para las personas que no desean retirarse o para quienes no cuentan con seguridad ⁴ económica para hacerlo.
Se dan las cuatro causas que según Marco Tulio Cicerón agravan sobremanera la vejez: “porque aparta de la gestión de los negocios…, porque la salud se debilita…, porque te priva de casi todos los placeres… y porque, al parecer, la muerte ya no está lejos”. En Cicerón, Marco Tulio. (2005), Sobre la vejez (De senectute). Traducción de Rosario Delicado. Madrid: Tal – Vez.
Rodríguez Ibáñez, E. (1979). “Perspectiva sociológica de la vejez”, Revista española de investigaciones sociológicas, n. 7, 1979, pp. 77-79. Citado en Proyecto AEPUMA (2007). Análisis y evaluación de programas universitarios para mayores. Universidad de Alicante: San Vicente del Raspeig, p. 44.
⁶ Z. Blau, citado en Proyecto AEPUMA, p. 44.
⁷ “Análisis y evaluación de programas universitarios para mayores”, Proyecto AEPUMA, p. 41.
⁸ En el sentido que le da Nuccio Ordine (2013) en su libro La utilidad de lo inútil. Barcelona: Acantilado.
⁹ Cicerón, Marco Tulio, o. c. p. 16.
¹⁰ Id., p. 27.
4 Comentarios
Cesar, amplias sabiamente la tradicional definicion del ser humano como «Animal racional» y puede traducirse tu ampliación como «Animal racional, libre, emocional, ético, político y progresivo» (creo que tambien «proyectado a lo infinito»)
Esperamos y necesitamos las dos próximas entregas de tu profundo y documentado artículo. Muchas gracias con afecto cordial.
César, gracias por hacer que ejercitemos nuestras neuronas con tus apretadas reflexiones. La vejez es el momento en el que Padre Tiempo empieza a llevarse lo que nos había dado Madre Naturaleza pero si bien, hacerse viejo es una pena, es la única manera de no morir joven. Por otra parte, envejecer nos da el privilegio de poder contemplar el curso de nuestra propia vida; nos permite regresar de muchas ilusiones y bagatelas (a condición de que todavía nos funcione el cerebro); y nos libera del peso del “qué dirán” los demás porque muy pronto no volveremos a verlos.
CESAR: Muchas gracias por este comentario tan profundo, completo y sabio sobre la vejez. Lo he leído con enorme interés. Aprecio su contenido y estoy de acuerdo con sus apreciaciones. Saludos. Hernando
Excelente análisis sobre la etapa “mayor” de la existencia humana, querido Chésar. Un factor que me llama la atención desde hace muchos años, es el de la edad mental. Cuando tienes la actitud mental de sentirte vital, los procesos de deterioro físico se retrasan, vives con alegría tus años y vas aceptando la normal disminución de tus fortaleza física pero conservas tu agudeza mental, tu alegría de vivir, tus deseos de iniciar nuevos proyectos, de intensificar tus relaciones sociales con los amigos del alma, como sorbiendo la vida antes de que se acabe. En esta etapa provecta es cuando caen tan bien esas sabias palabras de Horacio: “Carpe diem”