Entre amigos, con Gustavo Alfonso Quintana Romero (1 de 4)

Por: Bernardo Nieto
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Alfonso Quintana es conocido en Colombia por ser el médico que más eutanasias ha practicado. En esta larga entrevista, que se ha dividido en cuatro entregas, otro exjesuita lo lleva a hacer un recuento autobiográfico que nos permite ver diversas aristas de este personaje y su experiencia y opiniones sobre temas controversiales.

Agradezco a Alfonso por haber podido conversar sin restricciones sobre los temas que hoy comparto. Lo conocí en El Mortiño (Zipaquirá) en 1961. Éramos unos adolescentes que soñábamos con ingresar a la Compañía de Jesús y servir a los demás toda la vida. Cantábamos en el coro del padre Forerito: él, como tenor, y yo, como soprano. Era un destacado gimnasta en las barras paralelas, en las argollas, en el pasamanos y un excelente estudiante que competía con los mejores del curso por las medallas y los primeros puestos.

Se retiró del noviciado de Santa Rosa a finales de 1962, casi un año después de ingresar. Hoy, después de más de medio siglo nos encontramos y hablamos largamente. A continuación, transcribo el contenido de nuestra conversación, que tendrá muchas entregas. 

BN. ¿Por qué decidiste estudiar medicina?

A.Q. Cuando yo ingresé a San Bartolomé, La Merced, a terminar bachillerato, nos hacían un test de orientación profesional, que era una prueba de clasificación de personalidades. De acuerdo con mi temperamento, resultó que yo era muy bueno para ser médico. Mi mamá me había insistido: tienes que ser médico. Lo otro que me aconsejaron fue ser militar; eso coincidía con lo que mi papá había sido en su juventud: cadete de la Escuela Militar de Bogotá. Pero claro, no me sentía con ánimo de meterme de militar pues me parecía que era como adquirir un poder, una cosa medio extraña. Entonces decidí estudiar medicina.

Cuando terminé bachillerato había cuatro buenas facultades de medicina: la Javeriana donde, como bartolino, tenía la entrada directa; el Rosario, que había inaugurado la Facultad de Medicina en 1964. También me presenté allí, y en la Nacional y en los Andes. Un día fui con mi mamá a ver a quiénes habían admitidos en Medicina en la Nacional. En la cartelera solo aparecía la cédula del individuo que había “pasado”. Mi mamá y yo lloramos cuando vimos mi cédula en la cartelera. Entonces, le dije: ¡estamos hechos, porque aquí puedo estudiar con los alcances económicos de mi papá! 

Llegó el día en que debía ir a matricularme con mi padre en la Universidad Nacional. Nos encontramos con un doctor Guzmán, un microbiólogo que fue durante mucho tiempo director del Instituto de Microbiología. Entramos y lo primero que le dijo a mi padre fue: ¡Señor Quintana, lo felicito! Casi se me sale el corazón. Mi papá le contestó: Doctor Guzmán, ¿por qué me felicita? Imagínese que su hijo sacó el segundo puesto en todos los exámenes de admisión de esta universidad y tiene el puesto aquí, ¡lógicamente!

Me acuerdo mucho que solo pagué la primera matrícula: $900 pesos. Mi papá, feliz porque yo había pasado en la Nacional, me dijo que tenía que esforzarme porque ser aceptado en la Nacional significaba que había entrado a la mejor facultad de medicina del país.

Siento que mis padres debieron exigirme un mayor rendimiento en la universidad, porque solo pagué dos semestres: el primero y el de medicina interna; este último porque un profesor me detestaba, pues yo usaba unas blusas que llegaban hasta el piso. Parecía un cura con sotana blanca, ja, ja, ja… Todas mis notas fueron por encima de 4.5 sobre 5.0.

BN En ese momento, ¿ya estabas pensando en dedicar tu vida a la especialidad que hoy ejerces en el país o no tenías ni idea? 

AQ. Ni idea, mano. Lo que pasa es que fui muy enamoradizo. Cuando veía anatomía en los primeros semestres, las compañeras más bonitas querían que fuera su buen amigo y, eventualmente, su novio, pero me había enamorado de una niñita de 15 años y yo tenía apenas 20. Se llamaba Nora Jaramillo y es la madre de mi primer hijo, que nació en Francia. Acababa de ennoviarme con ella. En vacaciones, yo trabajaba en el almacén norteamericano A. Pamp en Chapinero (fue la primera competencia de Sears), en la carrera 13 entre calles 60 y 61, vendiendo ropa, para ayudarme para Navidad. Hice unos centavitos y Nora me invitó a pasar el año nuevo en la finca de sus padres a media hora de Villavicencio. Nos fuimos para allá 

Imagínate que Nora y yo comenzamos a tener relaciones sexuales. Entonces, Nelsy, la mamá, por casualidad le mira la maleta a Nora y ¡encuentra unos condones! ¡Y llora y llora! Casi se muere de disgusto. Entonces le contó inmediatamente al marido, que fue mi suegro. Ellos consiguieron a una señora que leía las cartas y le dijeron: ¡tienes que leerle las cartas a Alfonso y debes convencerlo de que se case con Norita, así no sea todavía médico! 

Cuando esa señora empieza a leerme las cartas y me va diciendo:

– Bueno, mira, aquí aparece que vas a casarte con Norita. 

– Pero, ¿cómo se le ocurre que me vaya a ir a casar con Nora? Precisamente, quiero que ella me espere hasta que yo sea médico y pueda sostenerla y mantener mi hogar. 

No, pues…, me convencieron. Mi suegra consiguió que un cura nos casara en la catedral a las 5.30 a.m. el primero de enero. La víspera mis padres habían llegado a Villavicencio. 

La noche del 31 de diciembre se hacía una fiesta espectacular en el club Meta. Allí todo el mundo ya sabía que me iba a casar a la mañana siguiente. Yo me preguntaba cómo es posible que la gente sepa que mi matrimonio con Nora es mañana. Salimos de la fiesta a las 12.30 y nos fuimos a la casa de Nora. Nos acostamos porque la misa era a las 5.30 a.m. Mi papá y mi mamá estaban dormidos cuando nos estábamos casando, ¡y no lo sabían!

Después del matrimonio, volvimos a la finca de mi suegro. Yo ya era el esposo de Nora, pero  no podía acostarme en su cama. Hacia el 20 de enero decidí decirles a mis padres que me había casado. ¡No te imaginas la ira de mi mamá porque le hubieran cogido a su hijo mayor y se lo hubieran casado! De todos modos estuvimos unos cuantos días en la finca de mi suegro Guillermo con mi papá y mi mamá. En ese momento mi hermano Juan Carlos tenía apenas nueve meses y ya comenzaba a dar pasitos. 

BN ¡Estabas en plena carrera de medicina…!

AQ. Guillermo y Nelsy nos dicen: vamos a sostenerlos mientras usted termina sus estudios y vamos a conseguirles un apartamento. 

Alquilaron un tercer piso en el Park Way y allí empezamos a vivir. Yo estaba comenzando a estudiar fisiología y estudiaba francés en la Alianza, que quedaba justamente frente a la oficina de mi padre en el Colombo Americano. 

Un día mi profesora me dice que por qué no me voy a Montpellier con las notas que tengo. “El estudio es muy barato en Francia. Vete con tu señora, que allá te recibimos. Hay la gran ventaja de que te dan la misma seguridad social de cualquier estudiante francés”.

Imagínate que sin contarle nada a mis suegros empezamos a vender todo: muebles, sala, comedor, nevera, lavadora, todo lo que teníamos. Con la “platica” que reunimos, pudimos pagar un viaje a España, de Cartagena a Vigo en la Compañía Trasatlántica Española. La travesía duró once días. Llegamos y como no teníamos mucho dinero, teníamos que ahorrar. Era verano. Viajamos de Vigo a Madrid. Allí dormimos en un parque, no recuerdo cuál. Con la ropa que llevábamos nos cubrimos y pudimos llegar a Montpellier. 

BN. ¡Qué aventura! Aún estudiabas medicina…

AQ. Claro que sí. Alcancé a estudiar todo un año en Montpellier y comencé el segundo. En este, no me pidieron nada para matricularme y me dieron beca por las notas, ¡en medicina! 

Allá nos pasó una situación muy bella. Nora era una mujer muy hermosa, no te lo imaginas. En las vacaciones de junio, conseguí trabajo en una gasolinera. Tenía que engrasar los carros, lavarlos, vender gasolina y me dejaban como encargado del negocio, que quedaba en una avenida de Montpellier. Nora había conseguido un trabajo que consistía en barrer los salones de mi facultad de medicina. Como ya estaba barrigoncita, hablé con su jefa y logré que me permitiera hacer el trabajo de ella. Entonces, yo barría de 5 a 7 o 7.30 a.m. los mismos salones en donde iba a recibir clases. 

BN. ¡Qué historia!

AQ. Entonces nos sucedió otra cosa bella. Una familia muy amiga nos había brindado una bicicleta con motor. En ese velosolex íbamos de Montpellier hasta Palavas Les Flots, el puerto de Montpellier en el Mediterráneo y Nora se asoleaba con unos bikinis hermosísimos que mostraban toda su barriga. Ella trabajaba conmigo en la gasolinera. ¡No te imaginas las colas de gente que querían ser atendidos por una muchachita de quince años que mostraba la barriguita! Todo el mundo le daba como un dólar de propina. 

BN ¡La muchachita se llenó de plata!

AQ. Con ese dinero pudimos vivir el siguiente año, tener el niño y todo eso.

BN. ¿Te graduaste allá?

AQ. ¡No, no…! No terminé medicina allá. En la familia de Nora se pusieron muy bravos con nosotros porque habíamos vendido todo y nos habíamos ido a estudiar por fuera. No nos enviaban sino un chequecito mensual de 63 dólares. Lo cobrábamos y con el trabajo de los dos, teníamos para pagar la residencia. Alquilamos un apartamentico antiquísimo, pegado a la catedral gótica de Montpellier. Yo ya me defendía muy bien con el francés. Había estudiado en la Alianza Francesa y tomado clases en la Universidad Nacional. Al llegar a Montpellier empecé a tomar clases en octubre y en enero entendía y hablaba en francés, hacía preguntas y tomaba todas mis notas. Se me facilitan mucho los idiomas. 

Apenas nació Gustavo Andrés el 13 de septiembre de 1968, la familia de Nora empezó a decir: pobrecita Nora, cuidando a su niño allá ella solita, que regresáramos, que ellos nos seguían manteniendo si volvíamos a Colombia. Volvimos en febrero, cuando el bebé tenía tres mesecitos, pero alcanzamos a bautizarlo en Montpellier. Los padrinos fueron la familia que nos acogió allá. Cuando llegamos a Bogotá, mi mamá le hizo un batón de bautismo bellísimo. Vivíamos en El Recuerdo, justo al frente de la iglesia del barrio. Volvimos a bautizar a Gustavo Andrés con nuevos padrinos colombianos. ¡Quedó bautizado dos veces! 

El Recuerdo es el barrio ubicado arriba de Quinta Paredes, en el mismo espacio que ocupa el Centro Antonio Nariño. Vivíamos en un apartamento y yo comenzaba a ver psiquiatría, en el hospital San Juan de Dios. ¡El profesor estaba empeñado en que yo fuera psiquiatra!

En algún momento la familia de Nora nos mandó una muchachita como empleada. Nora bajaba con frecuencia a Villavicencio y sus papás me mandaban a hacer “vueltas” en Bogotá. Me criticaban porque yo tomaba “colectivos” ‒eran taxis Checker que iban del centro, desde la séptima y llegaban al barrio La Esmeralda, donde vivían mis padres‒. Me decían que por qué tomaba tanto taxi Checker en vez de buses. Les contesté que porque muchas veces tenía que llegar tarde a mi casa. Eso dio lugar a que hubiera una pelea entre Nora y yo en Villavicencio. Fue la única vez en que le di una cachetada. 

BN. ¡Ay!

A.Q. Entonces, Nora, un día de la madre, cuando Gustavo Andrés tenía tres añitos, decidió dejarme, sin decirme nada. La niñita empleada le sirvió de testigo para que dijeran que yo golpeaba a Nora, lo que era mentira. Con la afirmación de la empleada de que yo golpeaba seguido a Nora, sus padres encontraron la disculpa para llevársela a Villavicencio. 

BN. ¿Cuántos años tenía Nora?

AQ. En ese entonces Nora debía tener dieciocho años. Yo no sabía que Nora había tramado todo eso y que estaban haciendo una separación de hecho. Con eso pretendían quitarme la patria potestad de mi hijo.

BN. ¿Cómo así?

AQ. Seguí estudiando medicina y regresé a mi casa paterna. Nora me demandó, pero no me recibía ni un centavo. Entonces, opté por abrir una cuenta de ahorros en la Caja Agraria a nombre de Gustavo Andrés. En esa cuenta le depositaba 600 pesos mensuales, como testimonio de mi interés de mantener a mi hijo, pues ellos no querían recibir ningún dinero. 

Después me citaron en un juzgado de menores de Villavicencio porque Nora pretendía quitarme la patria potestad de Gustavo Andrés. En ese momento, un hermano mayor de mi mamá, el doctor Luis Enrique Romero Soto, era presidente de la Corte Suprema, cuando el presidente era Turbay Ayala. 

Fui y le consulté qué hacer. Viajé a presentarme a Villavicencio. Le dije a la juez que el Dr. Romero Soto había preparado mi defensa, pues Nora convivía con un muchacho y estaba en concubinato. Eso hacía que no pudiera quitarme la patria potestad. Redacté una defensa, se la llevé a la juez y le dije: Doctora, mi tío no puede litigar, pero fue él quien escribió esta defensa. ¡Mentiras!…, era yo quien la había hecho: no quería que me quitaran la patria potestad. 

Para el día de la sentencia, me llamaron y fui a Villavicencio. Me senté humildemente en la sala, rogando que no fueran a quitarme la patria potestad. Yo aporté la cuenta de ahorros donde yo le ahorraba. Los regalos que le daba eran bicicletas que compraba desbaratadas, las hacía arreglar y pintar y se las llevaba a Gustavo Andrés. En ese entonces, el niño tenía apenas tres o cuatro añitos e iba a comenzar a estudiar. 

El día que llegué a la sentencia me sorprendí cuando la juez dijo: “Se entregará a su señor padre al menor Gustavo Andrés Quintana, por las causales que están dentro del proceso”. Me sentí desesperado: ¿qué hago ahora con el niño? ¿Cómo puedo llevármelo y que sea mi mamá quien lo mantenga? ¿De dónde voy a sacar para matricularlo? Nora se levantó con quien hoy es su marido, salieron de la sala y ni siquiera voltearon a mirar a Gustavo Andrés. 

BN. ¿Dejaron al niño ahí?

AQ. Sí, lo dejaron ahí, sin un suéter, sin nada. No me entregaron ropa, ni juguetes, ni nada. No me atreví a ir a la casa de ellos, porque vi el disgusto con que se retiraron y porque Nora hubiera dejado solo al niño. Gustavo Andrés hoy se lo reprocha a su propia madre. 

BN. Entonces…

Regresé con el niño a Bogotá. Ese mismo día, cuando llegaba a Bogotá, intentaron robarme un reloj por la ventana de un bus. Con el raponazo, le hirieron la ceja al niño. ¡No te imaginas mi angustia porque lo hirieron y yo apareciera con él herido! Llegué a mi casa, le remendé la cejita, le puse esparadrapo y por fortuna cicatrizó perfectamente. 

Matriculé al niño en una escuelita privada en La Esmeralda. Dio con una profesora que adoraba a ese muchacho, pues era muy inteligente. Todo se lo comprendía. Era el mejor alumno de la clase. Todavía hoy frecuentamos a esa profesora.

BN. ¡Qué maravilla!

Con mi mamá mantuvimos a mi hijo en su casa. Entonces, me enamoré de Vilma, mi segunda esposa. 

BN. ¿Se hizo la separación legal del primer matrimonio o se anuló? 

AQ. Se hizo una separación de hecho, porque no estaba pidiendo separarme de ella. Como ella tenía un nuevo novio, no me iba a meter ahí. Nora se había venido a Bogotá, antes de iniciar el juicio, a trabajar en un almacén de calzado en la calle de los hippies. Pero como yo ya me había enamorado de Vilma, yo me decía, ¿Cómo puedo dejar a Vilma y volverme con la persona que había intentado quitarme la patria potestad del niño?

Bernardo Nieto Sotomayor

Mayo, 2021

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