En ruta hacia Santiago de Compostela (2)

Por: Bernardo Nieto
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Los “ángeles” del camino

Muchos son los nombres de los ángeles que aparecen en diferentes momentos y pasajes bíblicos. Los que aquí mencionaré son de carne y hueso y significaron una gran ayuda para mantener la decisión de recorrer lesionado el camino de Santiago desde Lourdes hasta el corazón de Galicia. 

Ante todo, fue necesaria la valoración médica que me autorizara a caminar. De acuerdo con los resultados de la resonancia magnética y el nivel de dolor, yo tenía una “falsa ciática”, consistente en una fuerte contractura en el músculo piramidal. Los analgésicos y antiinflamatorios ayudarían en el lento proceso de recuperación. 

Quisimos hacer el camino sin ayuda de empresas turísticas y de acuerdo con nuestras posibilidades físicas y financieras. Eso nos ahorró un buen dinero. De acuerdo con nuestros nuevos planes, iniciando en Lourdes la peregrinación el 16 de abril, llegaríamos a Santiago hacia el 6 o 7 de mayo. Para ello deberíamos estar en Sarria el 30 de abril, de modo que pudiéramos caminar el tramo final. En cada población donde pasáramos la noche iríamos a pie desde la estación del autobús o del tren hasta el hotel. Escogimos hoteles que estuvieran cerca de la estación y del “casco viejo” de cada sitio, para recorrer los sitios históricos, visitar las catedrales y algún otro lugar de interés histórico o artístico. 

También analizamos nuestras finanzas. Habiendo pagado los tiquetes y algunos hoteles, cancelar el viaje o posponerlo para otoño implicaba costos importantes. Se impuso nuestra determinación de peregrinar en primavera, como experiencia personal, espiritual y en pareja. Mi lesión nos permitiría conocer lugares que solo se recorren despacio y sin afanes.  Entonces comenzaron a manifestarse los “ángeles de carne y hueso” que nos acompañaron antes y durante el viaje. 

Eliana Montaño

Esta joven fisioterapeuta trabaja a domicilio en Bogotá y siguió estrictamente las indicaciones médicas. Con sólidos conocimientos para tratar lesiones y manos entrenadas para aliviar dolores recomponiendo músculos y tendones, me atendió diez días antes del viaje, cuando peor estaba la lesión, en terapias cuidadosas, intensas y dolorosas. El tiempo no fue suficiente para que la lesión desapareciera, pero me animó para persistir en el viaje. Eliana me puso en movimiento para poder subirme al avión. Además, me dio su pequeño listado de súplicas que dejé a los pies de la Virgen de Lourdes, como lo prometí. 

Diana González

En el teléfono su voz siempre sonó paciente, cálida y comprensiva. Sé que aún trabaja en la aerolínea que nos transportó de Bogotá a Madrid y nunca vi su rostro. Faltando apenas 24 horas para el vuelo escuchó la historia de mi lesión. Nos asignó sillas cómodas para estirar mi pierna y aliviar la fatiga de las más de 10 horas de vuelo. Además, logró que en Bogotá y Madrid un funcionario especial me condujera en silla de ruedas por los largos corredores y controles aduaneros. Diana arregló todo esto cuando ya se habían cerrado todos los plazos. Este ángel tiene un auricular, un buen computador y un corazón de oro, dispuestos a servir a quienes lo necesitan.

Jairo, un servidor sin apellido

En Madrid me recogió un hombre de mediana estatura, fornido y con un inconfundible acento paisa. Desde hace cuatro años recibe personas que necesitan silla de ruedas en el aeropuerto. “Soy Jairo, un servidor”, me dijo con una sonrisa al vernos llegar a la sala de equipajes. Él y mi esposa me ayudaron a acomodarme en una nueva silla de ruedas. Sin decir su apellido, nunca se apartó de nosotros, recogió nuestras maletas, nos llevó a la aduana y a la oficina de correos, nos ayudó a despachar una valija para Berlín y, luego, se subió con nosotros al autobús que nos llevó hasta el terminal 4, donde, finalmente, nos puso dentro del tren de cercanías que nos permitiría conectarnos con el tren a Bilbao. Este antioqueño, caficultor de origen, fue guía, portamaletas, enfermero y amigo, lleno de sonrisas y energía. Jairo, estaremos siempre agradecidos por tu bondad. Tus manos recolectoras de café aprendieron a servir el mejor: el de la entrega a los demás. Ojalá algún día vuelvas a tu patria a enseñar sobre servicio amoroso con la convicción tuya.

La familia de Tarbes

El domingo 15 de abril eran casi las siete de la noche. Unas horas antes habíamos tomado el autobús en San Sebastián, en la frontera vasca. La “diligente” vendedora de pasajes que nos dio las sillas delanteras del autobús, nunca nos dijo que en Tarbes la parada no sería en la estación de autobuses. Al llegar allí, a 20 kilómetros de Lourdes, el conductor nos dejó en un descampado solitario. Por decencia, nos ayudó a bajar los morrales y la maleta y se marchó sin más. No había taxis por allí, el celular no funcionaba en ese descampado y comenzaba a caer la noche. No había un alma con la que pudiéramos hablar en ese frío atardecer de domingo. Decidimos “echar dedo”. En silencio me encomendé a la virgen y sentí la seguridad de que encontraríamos una solución en la aventura.

Durante unos desalentadores 30 minutos ningún automóvil se detuvo, ni siquiera para curiosear o preguntar qué hacíamos allí. Cuando ya comenzaba a anochecer, cerca de las ocho de la noche, una pequeña camioneta Volkswagen cruzó frente a nosotros. Se detuvo y comenzó a dar marcha atrás unos cincuenta metros más adelante. Era una hermosa familia de inmigrantes albaneses con tres hijos pequeños. Sin dudarlo Omar, el papá, nos escuchó. El y su esposa hablaban muy poco francés y sus tres hijos pequeños fueron nuestros interlocutores. Recogió nuestros equipajes y los acomodó como pudo en el baúl. En su idioma les indicó a los niños cómo acomodarse y nos subió al auto. El niño más pequeño se sentó adelante con su mamá, Mariah. Eliah y Elsa, los otros dos hijos se acomodaron uno sobre otro y Myriam y yo pudimos sentarnos en la silla de atrás. 

Al saber que íbamos para Lourdes, nos explicaron que estaba a 20 kilómetros. Omar, sin dudarlo ni un momento, nos llevó a hasta la estación del tren, a dos cuadras de nuestro hotel y no nos cobró ni un solo centavo. Durante el viaje conversamos sobre Santa Teresa de Calcuta, que nació en Albania. Ellos honraron su nombre y se solidarizaron con los extranjeros. A ellos también, los llevamos en el corazón. 

Javier Murugarren. El kinesiólogo de Pamplona

Unos días después ya habíamos visitado Bilbao, Gernika, Loyola y San Sebastián, pero mi pierna mejoraba poco. Además del morral que llevaba en mi espalda, nos turnábamos con Myriam para arrastrar la única maleta en la que llevábamos toda nuestra ropa. Tenía que descansar cada dos o tres cuadras, buscando cualquier lugar para estirar la pierna. 

Este bulto con ruedas era nuestro equipaje conjunto: un error que no hay que cometer. Pesaba 25 kilos!

Al llegar a Pamplona, a las 8.00 p.m., dejamos el equipaje en el hotel del casco viejo y salimos a buscar un lugar en donde nos sellaran nuestro pasaporte de peregrinos. 

Myriam en la calle del Hostal Bearan, nuestro hospedaje en Pamplona
Al fondo, el edificio del Ayuntamiento, cerca de la tienda del peregrino

En una de las callecitas del centro entramos a La tienda del peregrino. Por el letrero, cerrarían a las nueve de la noche. Un vasco de nombre Ignacio nos atendió amablemente y nos puso el sello. Al verme caminando “como chencha”, apoyado en mis bastones, me miró detenidamente y me preguntó qué me pasaba. Brevemente le narré mi aventura, escuchándome con toda atención. Nos dijo que si pasábamos al día siguiente a las diez de la mañana, nos daría noticias de un amigo kinesiólogo y masajista profesional que prestaba su servicio, certificado por la autoridad de sanidad de Pamplona, a caminantes y deportistas. Él, con seguridad, podría ayudarme. Le agradecí sinceramente, esperanzado en recibir una ayuda que me aliviara la dolencia. Mientras curioseábamos la tienda, dieron las nueve, hora del cierre. 

Sin que lo advirtiéramos, Ignacio hizo una llamada a alguien. Cuando íbamos a salir, entró a la tienda un sonriente, fornido y macizo navarro cuyo nombre nunca olvidaré.  

– Hola, soy Javier Murugarren, para servirte, me dijo tendiéndome la fuerte mano y se saludó de abrazo con Ignacio, el dueño de la tienda. Sin más, me ordenó: 

– A ver, macho, ¡camina un poco sin bastones! 

Ante su indicación, le entregué los bastones a Myriam e intenté dar unos pasos con mi pierna adolorida y tiesa. Me observó y, luego de cuatro pasos, me dijo: 

– ¡Suficiente!  Y, sin más, me hizo presión justo en el centro del dolor de mi pierna. 

–  A ti te duele aquí, ¿verdad?, dijo con absoluta seguridad. 

– Sí, le respondí, intentando retirarme para aliviar la presión. 

– Te espero mañana a las diez en mi consultorio. ¡Tienes una falsa ciática y te la voy a quitar mañana mismo! Ya lo verás.

Les mencioné a dos navarros que llevaban los nombres de Ignacio y Javier, fundadores de la Compañía de Jesús. Reconocieron complacidos la coincidencia y nos despedimos. 

Javier Murugarren, el kinesiólogo que me puso a caminar bien. Luego del duro masaje, nos ofreció una cerveza para compensar el maltrato

Para hacer breve la historia, Javier en dos intensas sesiones, una muy dolorosa y otra más suave y de recuperación, logró soltar el nudo que tenía en el músculo y sentí inmediatamente el alivio. A partir de Pamplona pude comenzar a caminar más relajadamente y, cuando llegué a Sarria, el 30 de abril, estaba listo para caminar el tramo final recuperado prácticamente de mi lesión.

Ruinas de la ciudadela donde fue herido el capitán Ignacio de Loyola.
En el recinto amurallado, con un cañon de la época

Hay muchos otros ángeles de carne y hueso que nos acompañaron en este camino y a quienes quisiéramos recordar desde estas líneas. Gracias a ellos, esta peregrinación marcó un hito en nuestras vidas y hoy seguimos caminando uno al lado del otro, despacio y apoyándonos en nuestros bastones del peregrino. Con un solo destino, somos compañeros de camino. 

Bernardo Nieto Sotomayor

5 Comentarios

Hernando Bernal A. 19 noviembre, 2020 - 3:17 pm

Hermosa historia. Como tu dices, llena de ángeles de carne y hueso. Alabar a Dios en la bondad de todos los que te ayudaron en tan hermosa peregrinación. Saludos.

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Stella Jimenez 5 diciembre, 2020 - 4:43 pm

Bernardo disfrute mucho tu historia sobre los ángeles de carne y hueso.Me alegro mucho que hubieran realizado el viaje.
Bellísima experiencia

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luis arturo Vahos 7 diciembre, 2020 - 6:17 pm

Creo que Dña. Myrian fue tu ángel de cabecera. Y todavía sigue ahí. Qué hermoso es ver parejas así.

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David D. 21 febrero, 2021 - 5:13 pm

El deporte es salud tal y como tambien dice esta web

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Carlos Posada 3 mayo, 2021 - 6:03 pm

Encontraste ángeles, querubines y serafines!!! Qué buen recuerdo del camino de Santiago; el problema de la pierna lo hace más inolvidable. Gracias por la fluida narración. Ojalá yo alcance a hacer esa ruta.

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