En 2018, mi esposa Myriam y yo decidimos hacer el camino de Santiago luego de la semana de Pascua, al comienzo de la primavera europea.
La expresión “hacer el camino” tiene pleno sentido. Desde el año 814, al encontrarse en Galicia los restos del apóstol Santiago ‒el evangelizador de Europa‒ la ruta se fue construyendo y se abrió a los peregrinos. Caminarlo y sudarlo en peregrinación no exenta de aventuras, a caballo, en bicicleta o en una combinación de transportes es hacer el camino. Y más si se comienza en otro país, desde lejos. Requiere preparación, atención a los detalles y, en nuestro caso, fe y mucha perseverancia.
Habíamos planeado comenzar nuestro recorrido en Saint Jean-Pied de Porte, el legendario pueblecito medieval de apenas 1500 habitantes y punto de partida del llamado Camino francés. Esa zona del país galo abarca la región vasca francesa y los pirineos vascos de Navarra. Por allí y por Roncesvalles pasó Carlomagno. La Canción de Rolando exalta esas épocas y luchas.
Yo quería recorrer el camino en bicicleta, con el esfuerzo físico que exigen las agrestes y bellas rutas francesas y del norte de España hasta la ciudad del apóstol Santiago. Desde enero me había inscrito en un grupo de ciclistas aficionados para recorrer los más de 800 kilómetros desde Saint Jean hasta Sarria, en el corazón de Galicia. Ascenderíamos los Pirineos, llegaríamos a Roncesvalles y pasaríamos luego a Pamplona para conocer el cerco amurallado donde un bombazo destrozó la pierna del capitán Iñigo de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús. Entre una ciudad y otra, Myriam viajaría en bus y nos encontraría en los hoteles donde pasaríamos la noche. Los últimos 130 kilómetros, desde Sarria hasta Santiago, los caminaríamos juntos. Todo estaba listo: habíamos comprado los tiquetes aéreos y de tren hasta Bilbao. Los primeros hoteles estaban reservados.
Contra todos los planes, diez días antes del viaje tuve una dolorosa lesión en mi pierna derecha y me vi obligado a abandonar la bicicleta. Aún convaleciente, con analgésicos y antinflamatorios, no tuve más remedio que pensar en hacer el trayecto en bus o en tren y, de pronto, caminar en algunos tramos. Con el grupo de ciclistas acordamos que nos encontraríamos en varias ciudades a lo largo de la ruta y eso nos daría alguna ventaja para conocer un poco más los lugares más emblemáticos. Esta fue la primera lección de nuestro viaje: aunque todo esté listo y en orden, muchas veces es necesario cambiar la estrategia si se quiere llegar a la meta.
Con mucho dolor físico, pero con gran ilusión, salimos de Bogotá hacia Madrid el 11 de abril. Yo iba en silla de ruedas y me ayudaba con un bordón para mover mi adolorida y rígida pierna.

El 15, aún muy resentido, pero apoyado en mis bastones de caminante, llegamos a Lourdes para iniciar el 16 la peregrinación.

Lourdes nos significó, ante todo, una experiencia de fe y un lugar de oración. Cimentada sobre una formidable roca, se levanta hoy la catedral gótica que recuerda las apariciones de la Virgen María a Bernardette Soubirous.

De acuerdo con los hechos, ella era una adolescente analfabeta de 14 años, originaria de la comarca. Transmitió al mundo lo que la señora llena de luz que ella veía reiteradamente en la gruta de Massabielle le había dicho el 25 de marzo de 1858: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
Este dogma católico lo había proclamado el papa Pío IX tres años antes, el 8 de diciembre de 1854. Ante la declaración de la jovencita, las autoridades eclesiásticas y civiles quedaron desconcertadas. Bernardette, siempre tranquila, nunca pretendió explicar ni tener ningún conocimiento sobre el significado de esas palabras, ni de lo que vio en la gruta.
Luego de largos interrogatorios que se prolongaron durante casi cuatro años, el 18 de enero de 1862 el obispo de la población de Tarbes, a 20 kilómetros de Lourdes, declaró en una carta pastoral que “la Inmaculada Madre de Dios se ha aparecido verdaderamente a Bernardita”. Ese mismo año, el Papa autorizó al obispo que permitiera la veneración de la Virgen María en Lourdes. Desde entonces, se relatan cientos de milagros ocurridos allí y atribuidos a la intercesión de María, Madre de Dios. El más reciente se reconoció en 2018 después de una peregrinación al santuario, con la curación de una monja francesa de 69 años aquejada por una grave discapacidad física.
La fuente que brotó en el lugar que “la señora” le indicó hurgar con el dedo a Bernardette, delante de una multitud de lugareños, produce desde entonces 100.000 litros de agua cristalina cada día.
Así pues, sin límite de tiempo, sentados en el interior de la catedral frente al altar y en la primera banca, los dos esposos oramos y conversamos sobre nuestra fe en Jesucristo y sobre María, Madre de Dios. Pusimos ante ellos toda nuestra vida, nuestros proyectos, nuestros hijos, nuestra familia, nuestros amigos, las tareas pendientes y pedimos la bendición del Señor para el camino.

Luego, caminando despacio, fuimos hasta la gruta de las apariciones y nos declaramos oficialmente en camino, peregrinos hacia Santiago, antes de que nos entregaran nuestro pasaporte con el primer sello que indicaba el punto de partida y el origen de nuestra ruta y que debíamos sellar luego en cada población donde nos albergáramos en la ruta hacia Compostela.

El próximo relato alude a los “ángeles” que encontramos en nuestra aventura de peregrinos.
Bernardo Nieto Sotomayor
Abril, 2018
1 Comentario
Bernardo y Myriam: maravillosa experiencia. Un gran abrazo. Saludos