Para continuar la línea de elogio a objetos de la vida cotidiana, iniciada por Jorge Luis Puerta con su elogio al clip, Juan Gregorio Vélez nos relata su experiencia con una pequeña, pero valiosa, caja de herramientas.
Cuando me podía acompañar colgada en mi cintura… era una verdadera caja de herramientas: con ella se podía pelar y tajar la fruta, destapar la gaseosa o la cerveza, descorchar el vino, apretar o zafar tornillos, tanto los de pala como los de estrella, cortar con tijeras, asegurar con alicates, escoger con pinzas, escribir con esfero, apretar las gafas, cortar y pulir maderas, abrir huecos, hacer puntadas en cueros o costales, agrandar objetos para verlos mejor, lijar pequeñas superficies, transportar paquetes que estuvieran amarrados con una cuerda, medir objetos en centímetros o pulgadas, abrir latas y un sin fin de operaciones más.
Para quienes nos inculcaron la dinámica del servicio desde pequeños, esta navaja suiza era la compañía ideal del servicial. Muchas personas a nuestro alrededor se beneficiaban de nuestra navaja y les facilitábamos la vida con este objeto, pequeño pero maravilloso. Más de una amistad comenzó por un servicio oportuno prestado por esta navaja. Era el símbolo perfecto en el mundo de la amistad y la fraternidad en el cual se presumía la inocencia de todos.
En los viajes era el utensilio perfecto, al estar lejos de las comodidades de la casa y del taller. Ahorraba muchísimo tiempo, pues permitía hacer las cosas fácilmente en toda circunstancia, sin tener que salir a comprar objetos que en la casa estarían duplicados.
Pero en nuestra historia, el 11 de septiembre del año 2001 sucedió una situación de muy ingrato recuerdo. Un grupito de mal iluminados convirtió varios aviones comerciales en armas de destrucción y otro grupito de negociantes mundiales encontró un nuevo gran negocio: instalar en todos los aeropuertos detectores de cortaúñas y otros objetos metálicos pequeños con los que se puede “matar” a un piloto.
¡Qué solución tan inteligente para un problema tan simple! Es como en la empresa de 100 empleados en la cual dos de ellos se portan mal y la gerencia saca una nueva norma que fastidia la vida de los 98 restantes que se portan bien. De ahí para acá, los códigos de policía encerraron nuestras navajas en las casas. Nos volvieron a todos presuntos asesinos.
Añoro los tiempos en los cuales podía portar mi navaja suiza, premio de seguridad que recibí en Ecopetrol, por 20 años de trabajo sin accidentes incapacitantes.
Juan Gregorio Vélez
Abril, 2022
2 Comentarios
Goyo: un capítulo más muy entretenido y profundo de lo que conjuntamente con Alonso Moncada llamábamos LA IMPORTANTE HISTORIA DE LAS COSAS (APARENTEMENTE) SIN IMPORTANCIA. Gracias y saludos. Hernando
Comparto al 100% ese elogio merecido a la navaja suiza. La primera que tuve, me la regaló mi segunda suegra, como herencia dejada por su marido, al que nunca conocí. Cuando la perdí, mi angustia duró, meses hasta que me pude conseguir su reemplazo. La versión que actualmente tengo tiene una lupa utilísima para nuestra edad. Cada vez que salgo de viaje, es lo primero que pongo en el equipaje. Casi, casi tan útil como el cortauñas que me ha acompañado toda la vida. Le debemos también un elogio.