Cada vez la democracia está más amenazada y hay mayores riesgos de elegir individuos incapaces. La desinformación y la mentira son una estrategia usada desde siempre por quienes quieren el favor del pueblo.
En estos días vale la pena resaltar la persistencia de las malas mañas en la historia humana. Hace veinticinco siglos Aristóteles definió la demagogia como la “forma corrupta o degenerada de la democracia” que lleva a la institución de gobiernos de unos cuantos que gobiernan como tiranos en nombre del pueblo.
En la Grecia clásica, cuando apenas se estaba inventando la democracia, ya aparecían dirigentes populares (demagogos) que aspiraban a conseguir el favor de los electores aprovechándose de la ignorancia de los pobres y manipulando los sentimientos colectivos. “Aduladores del pueblo” los llamaba el filósofo en La Política. Lo que le preocupaba era que los regímenes autoritarios surgían con frecuencia de esas prácticas que gradualmente eliminaban toda oposición y los demagogos, arrogándose el derecho de representar los intereses populares, confiscaban todo el poder para instaurar dictaduras personales.
Muchos de estos textos parecen escritos ayer y en vez de referirse a las ciudades antiguas podrían aplicarse textualmente a Venezuela, Nicaragua o cualquier país empobrecido en el que los dirigentes elegidos se comportan como reyezuelos. También parecieran comentarios sobre la campaña presidencial que avanza en Colombia, en la que prevalecen los discursos que prometen mucho y explican poco, atizan sentimientos radicales y presentan el mundo dividido entre los buenos y los malos para descalificar a los contrincantes. Desde luego, cada quien afirma su bondad sin siquiera mirarse al espejo.
También quedan hombres y mujeres con fuerte vocación de servicio. Para encontrarlos hace falta apelar al ejercicio de la razón y eso nos otorga el derecho a exigir seriedad en las propuestas.
Algo que no conocieron los griegos fue el poder de los medios de comunicación y su parafernalia tecnológica. El arma de los demagogos era la oratoria. Pero los de hoy cuentan con las redes sociales, que pueden replicar mentiras y tergiversar realidades a velocidades inconcebibles, llegando a millones de personas. Un escándalo se puede desatar en minutos y cambiar el curso de la historia de un país. Y cualquier oportunista puede aparecer en una transmisión de televisión y desbaratar en segundos un esfuerzo colectivo de meses, mientras pregona su pureza de corazón y perfección moral.
La desinformación y la mentira son una estrategia usada desde siempre por quienes quieren el favor del pueblo. Hay mentiras burdas, que calan mucho cuando están asociadas a producir miedo, y hay las que usan datos falsos, plantean soluciones imposibles y endulzan el oído de quienes desean que todo se resuelva como por arte de magia. No abundan, en cambio, quienes con franqueza muestren las dificultades y el esfuerzo que se requiere para superar grandes problemas.
Hasta ahora ninguno de nuestros demagogos de actualidad se ha referido con seriedad a temas cruciales como la educación. Venimos de dos años de crisis educativa en la que gran parte de los niños estuvieron sin asistir al colegio. A muchos de los que hoy han regresado apenas se los atiende tres o cuatro horas. Cada vez se invierten más recursos, pero los aprendizajes no mejoran y las brechas sociales se amplían progresivamente. El ingreso a la educación superior se ha estancado desde hace cinco años y la deserción sigue siendo cercana al 50 %. Ningún país del mundo ha progresado sin hacer profundas transformaciones en su sistema educativo para ponerlo como la estrategia central de su prevalencia en el concierto de las naciones. De esto tienen que hablar los candidatos, porque es el camino para producir ciencia, transformar la industria, generar ingresos y superar la pobreza.
Cada vez la democracia está más amenazada en el mundo y hay mayores riesgos de elegir individuos incapaces, con evidentes desórdenes de personalidad o con tendencia a asociarse con la corrupción. Pero también quedan hombres y mujeres lúcidos y con fuerte vocación de servicio. Para encontrarlos hace falta apelar al ejercicio de la razón y eso nos otorga el derecho a exigir claridad y seriedad en las propuestas para elegir a conciencia.
Febrero, 2022
2 Comentarios
Gracias Pacho, excelente artículo .UN ABRAZO
Pacho, como siempre, claro y conciso. Gracias. A los demagogos ahora los llamamos populistas. Difícil cernir los contenidos de quienes presentan “soluciones atractivas” para problemas tan complejos, que prefieren no abordar. Saben que la inversión en educación es la salida en el futuro, pero no les interesa el futuro, sino un presente de dar resultados en cuatro años mal contados.
Infortunadamente con las coaliciones se acabaron los partidos políticos, quienes tienen la tarea de estructurar planes de desarrollo a más largo plazo. Las elecciones que se vienen serán por visiones cortoplacistas.