Cuando se menciona el 11 de septiembre se tiende a pensar en el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, celebración que ayer copó los medios en gran parte del mundo al conmemorarse 20 años de ese luctuoso hecho. Pero en América Latina hubo otro 11 de septiembre, hace 48 años: el golpe que derrocó a Salvador Allende, el primer presidente socialista elegido por voto popular.
Los medios y la opinión pública están colmados de noticias y artículos sobre los 20 años del atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas de Nueva York. Con razón, porque ese atentado marcó la historia del siglo XXI, que en su eterno retorno vuelve ahora con la retirada del ejército estadounidense de Afganistán, después de 20 años de una guerra inútil que solo sirvió para reemplazar al gobierno autocrático y represivo de los talibán con un gobierno autocrático y represivo de…. los talibán.
Tanta difusión mediática sobre este aniversario opaca el recuerdo y la conmemoración de otro 11 de septiembre luctuoso, el de 1973, del que se cumplen 48 años, que también cambió la historia de América Latina. Ese día aciago se produjo uno de los más sangrientos golpes de Estado de la historia latinoamericana, cuando el traidor general Pinochet derrocó al gobierno legítimo de Salvador Allende, el primer presidente socialista elegido por el voto popular.
Por esas paradojas de la historia, Estados Unidos fue actor principal de ambos hechos: en el de 2001, como víctima del terrorismo, y en el de 1973, como victimario terrorista, pues el paso de los años ha permitido conocer el papel protagónico que tuvieron en el golpe militar la CIA y Nixon, el “sanguinolento presidente, el genocida de la Casa Blanca”, como lo llamó el gran Pablo Neruda, que financiaron y organizaron los cacerolazos y entrenaron a los militares golpistas.
Todavía están vivas en la memoria las imágenes del día del golpe, con el ejército tomándose las calles y disparando contra civiles desarmados, y el bombardeo del Palacio presidencial por la misma aviación chilena. Después, las noticias dolorosas de la represión contra los opositores a la dictadura, la violencia, los asesinatos y la tortura cometidos en nombre de la civilización cristiana para conjurar el peligro comunista. Luego, las reformas económicas neoliberales de los Chicago Boys que hicieron de Chile uno de los países con mayor desigualdad en la región.
También resuenan las proféticas palabras del presidente sacrificado, en su última alocución al pueblo chileno bajo el estruendo de las bombas de los traidores: “Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. (…) Trabajadores de mi patria, sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Pasaron 17 largos años para que el pueblo chileno tumbara en las urnas la corrupta dictadura y se abrieran las grandes alamedas. Volvieron la libertad y la democracia, aunque restringida porque siguió vigente la Constitución de Pinochet. El modelo neoliberal se suavizó un poco con reformas sociales que disminuyeron la pobreza, pero continuó la enorme concentración de la riqueza.
Como es conocido, las tensiones sociales producidas por la inequidad explotaron a finales de 2019, cuando se armó el baile de los que sobran, que condujo primero a un referendo y luego a una inédita Asamblea Constituyente, en la que la mayoría no la tienen los partidos tradicionales, ni de izquierda ni de derecha, sino nuevos movimientos, ambientalistas, de izquierda o independientes.
Este otro 11 de septiembre es un aniversario luctuoso, pero lleno de esperanza porque se vislumbra que abiertas las grandes alamedas se podrá construir una sociedad mejor.
Mauricio Cabrera Galvis
Septiembre, 2021
1 Comentario
Mauricio, si de desigualdad e inequidad se trata, necesitamos otro 11 de septiembre perenne en nuestra sufrida y saqueada Colombia para transitar por nuestras propias alamedas.