Lo peor es que siempre habrá quienes las justifiquen, pero son mayoría los que reconocen que en las guerras no se trata de vencer al enemigo sino de matarlo. La que terminó hace 50 años fue apenas una de las incontables guerras que siguen enlodando la dignidad humana.
El pasado 29 de marzo, hace 50 años, fue el día cuando, después de la muerte de casi sesenta mil norteamericanos -muchachos que rondaban los veinte años en su inmensa mayoría y de haber arrasado por completo el país invadido, lanzando sobre él diez veces más bombas que sobre toda Europa a lo largo de la segunda guerra mundial- el ejército estadounidense salió por fin de Vietnam.
Cuando acabé de leer el párrafo anterior, que cito al pie de la letra de la novela de Javier Cercas, La velocidad de la luz, sentí que la memoria es borrosa, pero también, y eso es lo más desconcertante, que la guerra de los otros, se diría la guerra que creemos es ajena porque no ha tocado nuestra piel, no nos produce el choque emocional que la distancia y el olvido van borrando de la memoria. Yo era entonces un estudiante en una universidad de París. Las imágenes de los miles de jóvenes recorriendo durante meses los Campos Elíseos, portando banderas rojas, mientras gritaban en contra de una guerra odiada hasta las vísceras de su ser, se me volcaron como si hoy fuera ayer. En la novela, Cercas traza la historia de esos hechos atroces acudiendo a las figuras de dos hermanos, Rodney y Bob, provenientes del estado de Illinois que fueron reclutados para ir al frente de uno de los conflictos bélicos más traumáticos e infernales de los últimos tiempos.

No es sino traer al recuerdo la fotografía, que recorrió el mundo entero, de la niña vietnamita huyendo desnuda y llorando con otros niños, producto de las quemaduras de una bomba de napalm, para volver a recuperar la compasión que lleva uno adentro medio dormida, trasunto de la Pietà que esculpió Miguel Ángel Buonarroti para dejarnos la imagen de María mirando inconsolable a su hijo Jesús recién bajado de la cruz.
Mientras que su hermano Bob murió tras pisar una bomba de setenta kilos de explosivos, Rodney no quiso dar por terminado su servicio en el ejército. Sin embargo, es quien transmite en las cartas a sus padres el horror de una guerra sin propósitos, sin dirección definida y sin sentido como fue la de Vietnam en la que no cabía ni la más mínima posibilidad de redención o grandeza o decencia, como no cabe tampoco en la de Ucrania a pesar de todos los motivos que se inventen para maquillarla y cambiar su nombre por un conflicto territorial o étnico.
Lo peor es que siempre habrá quienes las justifiquen, pero son mayoría los que reconocen que en las guerras no se trata de vencer al enemigo sino de matarlo. La que terminó hace 50 años fue apenas una de las incontables guerras que siguen enlodando la dignidad humana.
Jesús Ferro Bayona
Mayo, 2023
Publicado en El Heraldo de Barranquilla, Colombia.