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El gusto por la perfección

Por Francisco Cajiao
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Es claro que en nuestra calidad de consumidores nos gusta la perfecciónNumerosos objetos, herramientas y servicios constituyen nuestro entorno cotidiano: son el resultado de procesos de investigación, innovación tecnológica y búsqueda de soluciones eficaces a problemas y necesidades diarias.

Es interesante ver la facilidad con que nos habituamos a multitud de cosas que en algún momento parecieron imposibles. Para nadie que viva en una ciudad moderna resulta sorpresivo que al abrir un grifo salga agua potable: lo inaceptable es que no suceda. Sin embargo, miles de comunidades humanas en el mundo deben seguir buscando el líquido vital en pozos y ríos, y transportarlo en vasijas, a lo cual dedican tiempo y esfuerzo importante cada día. Existe, por supuesto, una gran diferencia en las condiciones de progreso y bienestar de quienes disponen de agua corriente, y quienes carecen de ella.

Este ejemplo sirve para pensar en los innumerables objetos, herramientas y servicios que constituyen nuestro entorno cotidiano y que son el resultado de continuos procesos de investigación, innovación tecnológica y búsqueda de soluciones eficaces a los problemas y necesidades que surgen cada día. Ya sea que utilicemos un abrelatas, un computador, un automóvil o nos apliquemos una vacuna, lo normal es que funcionen bien, es decir, que sean perfectos o, por lo menos, muy cercanos a la perfección.

Está claro que en nuestra calidad de consumidores nos gusta la perfección: nos agradan las cosas buenas, que funcionan, que no muestran defectos, que duran… Otra cosa bien distinta es el gusto por hacer las cosas bien y no quedar satisfechos hasta lograr la máxima calidad: en el arte, el deporte o la ciencia solo quienes se exigen al máximo consiguen destacarse, y eso requiere pasión y dedicación.

La obsesión por conseguir los más altos niveles en cualquier actividad está presente en muchos individuos desde la infancia y tiene que ver tanto con características de personalidad, como con el ambiente en el que nacen y crecen. Grandes deportistas surgen en contextos socioeconómicos desfavorables, pero en los que abundaban bicicletas, ringsde boxeo, canchas deportivas improvisadas y muchos otros niños jugando y compitiendo por llegar a ser como sus ídolos locales. Otro tanto podría decirse de músicos, bailarines y cantantes populares. Pero también es cierto que quienes han llegado a los Juegos Olímpicos o a los escenarios mundiales han requerido no solo apoyo económico, sino años de formación, disciplina y superación que los van distanciando de quienes, teniendo talento, no se empeñaron en conseguir la perfección.

Algo parecido ocurre con las sociedades. Hay pueblos que asumen la perfección como valor colectivo y desde la infancia en la familia, luego en la escuela y posteriormente, a lo largo de toda la vida de adultos, desechan la posibilidad de conformarse con menos. Así como hay grandes diferencias entre quienes disponen de agua corriente y quienes no cuentan con ella, el progreso social y económico depende del grado de exigencia colectiva con respecto a hacer las cosas bien.

Los valores éticos relacionados con el respeto a la vida, a los bienes públicos o a los derechos legítimos de los demás también están sujetos al ideal de perfección. Quienes tienen un alto sentido de la dignidad, basado en su responsabilidad profesional o política, son incapaces de robarse los dineros públicos o de administrarlos mal. En la tradición japonesa, la deshonra llevaba al harakiri. Otras sociedades creen que una buena retórica es suficiente: tal vez por eso se habla tanto ahora de cambiar ‘las narrativas’, aunque las cosas se hagan mal.

La posibilidad de desarrollar ciencia, tecnología, industria o comercio internacional que genere empleo digno exige una población muy educada, con altos estándares de calidad que no solo permitan descubrir el enorme talento que hay en nuestros niños, niñas y jóvenes, sino que cree oportunidades y mecanismos para cultivarlos. 

Es imposible que una educación mediocre, que se conforme con lo mínimo, produzca cambios importantes en las condiciones de rezago de nuestras comunidades.

Francisco Cajiao

Julio, 2021

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