Tal vez resulte más inteligente recurrir al diálogo y a la confianza en el ejercicio de la razón. Es difícil entender por qué la protesta social organizada y pacífica, cargada de razones y argumentos susceptibles de ser debatidos y negociados en un marco de racionalidad democrática, termina activando grupos violentos y energúmenos completamente impermeables al ejercicio de la razón.
No siempre es sencillo el ejercicio de la razón. Con mucha frecuencia nos mueven emociones muy primitivas, ancladas en el origen de la especie. La supervivencia, en su forma más básica, tiene exigencias de alimentación y protección frente a las condiciones hostiles del entorno, y los seres vivos hacen hasta lo imposible para conseguirlas. El miedo, entre otras emociones, es una forma de protección que desencadena mecanismos de huida del peligro o genera formas de agresión necesarias para enfrentarlo.
En momentos como los actuales es difícil entender por qué la protesta social organizada y pacífica, cargada de razones y argumentos susceptibles de ser debatidos y negociados en un marco de racionalidad democrática, termina activando grupos violentos y energúmenos completamente impermeables al ejercicio de la razón.
Quienes inician una acción política legítima para reclamar en las calles que el Gobierno atienda las condiciones de pobreza que amenazan la supervivencia de millones de personas afectadas por una parálisis económica de más de un año son incapaces de ayudar a proteger la vida, honra y bienes de aquellos en cuyo nombre protestan.
La destrucción de los sistemas de transporte público, el bloqueo del suministro de alimentos, medicinas y combustibles afectan los precios, el empleo y la salud en mayor medida de los más pobres. Por eso no es fácil entender. Sin duda, el miedo está presente: alguien con miedo se vuelve muy peligroso, sea gobernante, policía o manifestante.
En los sesenta, el obispo brasileño Helder Camara publicó su libro La espiral de violencia para tratar de comprender la violencia estructural en América Latina y las posibles formas para enfrentarla. Dice que hay una violencia inicial que se expresa en las condiciones de pobreza extrema de grandes masas poblacionales en los países subdesarrollados. Esta situación suscita una segunda forma de violencia ejercida por los oprimidos hacia sus opresores que termina, a veces, en una lucha armada sustentada en ideologías de izquierda. Pero la generalización de que toda idea de izquierda conduce a la violencia descalifica cualquier cambio que lleve a reducir las brechas sociales y da origen a una tercera forma de violencia: la represión y la persecución sistemática de quienes sueñan una sociedad más justa, con el argumento de que están subvirtiendo el orden.
Se decía entonces que la única solución era la lucha armada. Camara, sin embargo, plantea la necesidad de soluciones no violentas. En estos cincuenta años hemos explorado otras soluciones. A pesar de las dificultades que siguen teniendo los países para resolver sus problemas, se han conseguido salidas razonables a dictaduras militares, ha habido gobiernos de izquierda capaces de atender necesidades colectivas en marcos de acción democráticos y hay también, por desdicha, países que se encuentran estancados porque no han entendido ni superado sus propias espirales de violencia.
Ahora nos ha tocado el turno. Se han buscado salidas a las guerrillas con procesos de paz. Hubo logros importantes en la Constitución del 91. Se logró un buen acuerdo con las Farc, pero los descontentos reactivaron la espiral moviendo el miedo para ‘emberracar’ a la gente. Los mismos sectores hablan de ‘rabia social’, desencadenada por su propio gobierno con una reforma tributaria que en las condiciones de pandemia era un acto violento. Para rematar, acogen la teoría de la ‘revolución molecular disipada’, inventada por un neonazi chileno que ha estado instruyendo a nuestros altos mandos militares. Se suman iniciativas de venta de armas a particulares, disparar contra los revoltosos y declarar el estado de conmoción interior.
Tal vez resulte más inteligente escuchar a Helder Camara y recurrir al diálogo, a la búsqueda de acuerdos pacíficos y a la confianza en el ejercicio de la razón.
Francisco Cajiao
Mayo, 2021
2 Comentarios
Muy oportuno tu artículo Pacho. Como siempre, nos invitas a la prudencia y a la confianza en resolver todo con el diálogo y sin destruir lo que es de todos y afecta sobretodo a quienes entran en el juego del miedo y la angustia. Gracias!
Pacho, el ejercicio de la razón que tú postulas tan acertadamente, no será posible, por ahora, mientras permanezcan incólumes y sin condena, esos sociópatas que “movieron el miedo para emberracar a la gente” y que lo siguen moviendo como si fueran los amos y señores del país y de sus gentes… Y siguen disparando contra la población inerme…