En Fratelli tutti encontré que “sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo” y que “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar”.
Dos de los aspectos que contribuyen a la fraternidad, palabra utilizada 48 veces en la encíclica Fratelli tutti, son el diálogo y la escucha. Motivado por esto, quiero compartir las características del diálogo que hallé en este documento. Escuchemos al papa Francisco.
El diálogo enmarca la encíclica. Esta nació, precisamente, “de una reflexión hecha en diálogo” (5)* del pontífice con el Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb y culmina en la Oración al Creador, al final del texto de la encíclica y el Papa le pide a Dios: “Inspíranos un sueño de reencuentro, de diálogo”. Francisco espera que esta reflexión “se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (6), cristianas y no cristianas.
Caracterización del diálogo
El diálogo aparece en todos los capítulos, salvo en el segundo (que se centra en la parábola del buen samaritano). El diálogo es el tópico principal del sexto capítulo.
El pontífice asume “la cultura del diálogo como camino” (285). Para él, el objetivo del diálogo “es establecer amistad, paz, armonía y compartir valores y experiencias morales y espirituales en un espíritu de verdad y amor” (271). Se requiere, entonces, “una educación para la fraternidad, para el diálogo, para el descubrimiento de la reciprocidad y el enriquecimiento mutuo como valores” (103).
Dialogar es también una obligación, pues debemos “reconocer los valores fundamentales de nuestra humanidad común, los valores en virtud de los que podemos y debemos colaborar, construir y dialogar, perdonar y crecer, permitiendo que el conjunto de las voces forme un noble y armónico canto, en vez del griterío fanático del odio” (283).
El diálogo sirve para “buscar juntos la verdad (…) en la conversación reposada o en la discusión apasionada. Es un camino perseverante, hecho también de silencios y de sufrimientos, capaz de recoger con paciencia la larga experiencia de las personas y de los pueblos” (50). La confianza mutua “se puede construir solo a través de un diálogo que esté sinceramente orientado hacia el bien común y no hacia la protección de intereses encubiertos o particulares” (262).
Es necesario que el diálogo sea “paciente y confiado, para que las personas, las familias y las comunidades puedan transmitir los valores de su propia cultura y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás” (134), pues contribuye a arraigar y enriquecer “la propia identidad cultural” (148). Dialogar requiere “identidad personal, del mismo modo [que] no hay apertura entre pueblos sino desde el amor a la tierra, al pueblo, a los propios rasgos culturales. No me encuentro con el otro si no poseo un sustrato donde estoy firme y arraigado, porque desde allí puedo acoger el don del otro y ofrecerle algo verdadero” (143).
El dialogo ayuda a lograr “una verdadera paz (…) cuando luchamos por la justicia (…) persiguiendo la reconciliación y el desarrollo mutuo” (229). Abre sendas, pues “cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo” (284) y lleva a que “la verdadera reconciliación no escape del conflicto sino que se logra en el conflicto, superándolo a través (…) de la negociación transparente, sincera y paciente. La lucha entre diversos sectores «siempre que se abstenga de enemistades y de odio mutuo, insensiblemente se convierte en una honesta discusión, fundada en el amor a la justicia»” (244). No obstante, algunos creen que no es posible hacerlo “hasta el fondo” pues “la reconciliación es cosa de débiles, (…) y por eso optan por escapar de los problemas disimulando las injusticias” (236).
Políticamente, el diálogo ayuda al acercamiento entre Occidente y Oriente, “de modo que ambos puedan enriquecerse mutuamente a través del intercambio (…) de las culturas” (136). “Necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando (…) un diálogo interdisciplinario” (177). También, el diálogo “entre personas de distintas religiones no se hace meramente por diplomacia, amabilidad o tolerancia” (271).
La caridad no debe ser “excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad” (184).
El capítulo dedicado al diálogo
El diálogo es el protagonista del capítulo 6 de la encíclica, titulado Diálogo y amistad social. En doce numerales el papa Francisco complementa la caracterización de esta forma clave de la comunicación humana.
El diálogo:
- Compendia acciones como “acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto” (198).
- Es una necesidad “para encontrarnos y ayudarnos mutuamente” (198).
- Ha “mantenido unidas a familias y a comunidades” (198).
- “Persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (198).
- Es siempre una opción posible “entre la indiferencia egoísta y la protesta violenta” (199).
- Ayuda a que un país crezca “cuando sus diversas riquezas culturales dialogan de manera constructiva” (199).
- No es “un febril intercambio de opiniones en las redes sociales, muchas veces orientado por información mediática no siempre confiable” (200).
- Ve cerradas sus posibilidades por la “resonante difusión de hechos y reclamos en los medios (…) que permite que cada uno mantenga intocables y sin matices sus ideas, intereses y opciones con la excusa de los errores ajenos” (201).
- Su ausencia “implica que ninguno, en los distintos sectores, está preocupado por el bien común, sino por la adquisición de los beneficios que otorga el poder, o en el mejor de los casos, por imponer su forma de pensar” (202).
- Cuando es auténtico “supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo para aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo” (203).
- En su verdadero espíritu “alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos” (203).
- “En una sociedad pluralista (…) es el camino más adecuado para llegar a reconocer aquello que debe ser siempre afirmado y respetado, y que está más allá del consenso circunstancial” (211).
- “Necesita ser enriquecido e iluminado por razones, por argumentos racionales, por variedad de perspectivas, por aportes de diversos saberes y puntos de vista, y (…) no excluye la convicción de que es posible llegar a algunas verdades elementales que deben y deberán ser siempre sostenidas” (211).
- Permite reconocer y asumir “algunos valores permanentes, aunque no siempre sea fácil reconocerlos” (211).
- Contribuye a descubrir exigencias y estructuras básicas “que se derivan de la realidad misma del ser humano y de la sociedad, en su naturaleza íntima (…) que sostienen su desarrollo y su supervivencia (212).
- Facilita que “las personas se atrevan a llegar hasta el fondo de una cuestión” (212).
- Aporta a que la inteligencia pueda “escrutar en la realidad de las cosas, a través de la reflexión, de la experiencia (…), para reconocer en esa realidad que la trasciende la base de ciertas exigencias morales universales (213).
- Siempre deja un lugar para que “los principios morales elementales y universalmente válidos puedan dar lugar a diversas normativas prácticas” (214).
- Debe ser una herramienta con que “armemos a nuestros hijos (…). ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!” (217).
- Cuando es verdadero, en “un encuentro social real pone [a interactuar a] las grandes formas culturales que representan a la mayoría de la población” (219).
El diálogo y la escucha
El papa Francisco, que incluye la escucha como un elemento del diálogo (198), hace un retrato realista de ella y de sus exigencias.
Afirma que “sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Pero «el mundo de hoy es en su mayoría un mundo sordo. A veces la velocidad del mundo moderno, lo frenético nos impide escuchar bien lo que dice otra persona. Y cuando está a la mitad de su diálogo, ya lo interrumpimos y le queremos contestar cuando todavía no terminó de decir. No hay que perder la capacidad de escucha». San Francisco de Asís «escuchó la voz de Dios, escuchó la voz del pobre, escuchó la voz del enfermo, escuchó la voz de la naturaleza. Y todo eso lo transforma en un estilo de vida»” (48).
Continúa diciendo que “Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana. Se crea un nuevo estilo de vida donde uno construye lo que quiere tener delante, excluyendo todo aquello que no se pueda controlar o conocer superficial e instantáneamente. Esta dinámica, por su lógica intrínseca, impide la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común” (49).
Más adelante, al referirse a la caridad política ‒que se expresa en la apertura a todos‒ afirma que el gobernante “está llamado a renuncias que hagan posible el encuentro, y busca la confluencia al menos en algunos temas. Sabe escuchar el punto de vista del otro facilitando que todos tengan un espacio. Con renuncias y paciencia un gobernante puede ayudar a crear ese hermoso poliedro donde todos encuentran un lugar. (…) Parece una utopía ingenua, pero no podemos renunciar a este altísimo objetivo” (190).
Por otra parte, asocia la amabilidad con la escucha: “de vez en cuando aparece el milagro de una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia. Este esfuerzo, vivido cada día, es capaz de crear esa convivencia sana que vence las incomprensiones y previene los conflictos (224).
Hacia el final de la encíclica y refiriéndose a que no podemos olvidar el deseo de Jesucristo de que todos sean uno (Jn 17,21), “escuchando su llamado reconocemos con dolor que al proceso de globalización le falta todavía la contribución profética y espiritual de la unidad entre todos los cristianos” (280).
Estos planteamientos del papa Francisco nos invitan a reflexionar acerca de la manera como dialogamos y, en el diálogo, ejercitamos la escucha. Nos deja el reto de preguntarnos cómo y qué tanto dialogamos en diversas situaciones, desde las más tranquilas a las más apasionadas y apasionantes.
* Los números entre paréntesis corresponden a los párrafos en que está numerada la encíclica, que se halla en http://www.vatican.va/content/francesco/es/encyclicals/documents/papa-francesco_20201003_enciclica-fratelli-tutti.html
William Mejía B.
Noviembre, 2020
1 Comentario
Tu artículo ayuda a comprender mejor los aspectos transversales de la encíclica. Muy pedagógico tu aporte. Gracias