Esta vez los días del Carnaval no están alineados con los ciclos de la luna, ni con la rueda del tiempo que natural o religiosamente desemboca en la Cuaresma, lo que es también la tradición del eterno retorno que aquí o en Tenerife o en Maguncia o en Río de Janeiro se manifiesta como un carácter universal de las civilizaciones.
Ayer sábado empezaron en firme los días del Carnaval, que se terminan el martes con la muerte de Joselito. Estos carnavales presenciales, y no más virtuales, son una novedad tras dos años de interrupción que la pandemia impuso. El largo ayuno de carnestolendas explica por qué la gente lleva más de una semana poniéndose disfraces y bailando en toda clase de espacios públicos y privados.
“Batalla de Flores” es el nombre con el que fue bautizado desde antaño el desfile que en la actualidad se ha tomado la Vía Cuarenta. El nombre ha sido opacado por el de “desfile” cuando se empezó a anunciar la venta de palcos hace unos días, pero no debiera archivarse el de “Batalla de Flores”. Además de conservarse la tradición, es un mensaje que envía cada año al país el pueblo de Barranquilla y la Costa para expresar nuestro talante pacifista frente al empleo de las armas que por decenios de violencia ha caracterizado la forma de arreglar –si es que se ha arreglado alguno por esa vía– los conflictos sociales y políticos en que hemos estado metidos.
El Carnaval es una fiesta de Tradición, con mayúscula, y ese distintivo tampoco debe pasar a segundo plano pese a que el licor abunde y los excesos festivos traten de tomarse el protagonismo. Desde hace tiempo se ha instalado la costumbre de que gran parte del público se suba a los palcos a mirar el paso de las carrozas y comparsas, pero dejando de contemplar con la atención que se merece el ingenio de los disfraces que pasan y las comparsas que bailan sus mejores pasos, tras meses de ensayo, para seguir tomando licores y echándose maicena.
Aquí y en todas partes del mundo donde se celebra, el Carnaval es una fiesta de tradiciones populares que se remontan a épocas inmemoriales para recordarnos y festejar las cosechas de la agricultura, las bendiciones de los dioses, el milagro de la vida que prosigue –a pesar de los muertos que está poniendo Ucrania frente a una invasión infame–, y para poner en ridículo a políticos, dictadores, caudillos y toda esa fauna de individuos que maltratan nuestra existencia con el uso y abuso del poder, como lo estamos viendo en estas contiendas electorales que nos tienen en ascuas. Además, los días del Carnaval son la gratificación económica al trabajo de mucha gente que ha estado tejiendo trajes y disfraces, y arreglando carrozas durante meses. Los Carnavales son un motor de la economía para infinidad de comerciantes y vendedores de toda índole que mejoran sus ingresos, particularmente después de una pandemia tan desastrosa.
Esta vez los días del Carnaval no están alineados con los ciclos de la luna, ni con la rueda del tiempo que natural o religiosamente desemboca en la Cuaresma lo que es también la tradición del eterno retorno que aquí o en Tenerife o en Maguncia o en Río de Janeiro se manifiesta como un carácter universal de las civilizaciones. Tocó este año cambiar la secuencia, pero quedamos en deuda con la Naturaleza para volver a engancharnos como se debe con sus ciclos. No obstante, lo importante es que sigan vivas las tradiciones populares.
Abril, 2022
Publicado en El Heraldo (Barranquilla)
4 Comentarios
Chucho, qué bella semblanza del Carnaval de Barranquilla; nunca me habia percatado de la profundidad humana que encierra. Muchas gracias por hacérnoslo «vivir» desde lejos.
Así lo vivimos acá, -aunque noto todos-porque sentimos que no es una fiesta tipo saturnales, sino una expresión de tradiciones de un pueblo humilde que trabaja todo el año para hacer los disfraces y carrozas que lo mantengan vivo.
La dimensiones política y humana que rescatas del carnaval hacen de tu artículo un regalo valioso. Gracias.
El carnaval de Barranquilla es un crisol de las tradiciones que no son solo de la ciudad sino de toda la cuenca baja del río Magdalena. El libro de Davis, “Magdalena”, saber exaltar esa realidad popular, Jorge Luis.