Sobre la estupidez puedo hablar con propiedad, pues llevo toda una vida observándome. El examen de conciencia diario durante diecinueve años me dejó bien clara mi no despreciable capacidad para cometer tonterías de pensamiento, palabra, obra y omisión: por mi culpa, por mi culpa por mi máxima culpa.
Al ejercicio del “conócete a ti mismo” le fui añadiendo la observación de la vida en sociedad y un gusto por el conocimiento histórico que me han consolado al ver que no estoy solo en el coro de los imbéciles (mal de muchos, consuelo de tontos). San Jerónimo en su traducción latina de la Biblia afirma que “es infinito el número de los estúpidos” (Eclesiastés 1,15), lo que implica una doble tontería: se trata de una traducción incorrecta y, por otra parte, el número de humanos es limitado. Pero no cabe duda de que el número de los tontos es elevadísimo, por lo que también es una tontería que no exista un estudio científico de esta pandemia y que, en consecuencia, no podamos ser atendidos por cretinólogos profesionales. Mientras tanto, sigamos el siguiente consejo bíblico y, por lo tanto, “revelado”: “No alargues la conversación con un insensato, no viajes con un hombre estúpido. Ten cuidado con él para que no tengas problemas: sus excesos podrían salpicarte. Apártate de él, estarás en paz en vez de cansarte con sus estupideces” (Eclesiástico 22, 13).
Resulta aleccionador que desde muy antiguo las mentes más brillantes se hayan maravillado al observar la extraordinaria difusión en el mal llamado Homo sapiens de la tontería, la estupidez y la imbecilidad. Son tres modalidades distintas de una sola sustancia verdadera: la falta del buen uso de la razón. La diferencia entre ellas es solo de grado, no de esencia, como dirían los filósofos en su jerga.
El tema que nos ocupa es tan viejo que Aristóteles pensaba que la imbecilidad remonta a lo que hoy llamamos prehistoria. Y el sutil Agustín de Hipona, santo “doctor de la Iglesia”, pensaba que la imbecilidad es consecuencia del pecado de Adán. ¿Será que como consecuencia de esa “naturaleza caída” nos repiten desde muy niños: ¡cuidado con ir a hacer tonterías!, ¡no vaya a decir bobadas!? Con pecado o sin pecado “original”, el hecho es que la estupidez es lo más democráticamente repartido e incluye a todas las clases sociales, a todas las etnias, a todas las épocas de la humanidad. Se trata de un recurso inagotable, por lo renovable. Como reza el proverbio castellano, “cada día hacemos una tontería, y damos gracias a Dios el día que no hacemos dos”.
Esta inquietante abundancia espacio-temporal de la estupidez llevó a que el genial Einstein afirmara que “dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”. Lo anterior supone que de la tontería no se salvan ni los inteligentes, pues también ellos están sometidos a la universalidad de la ley gravitacional de la tontería, que puede corroborarse fácilmente: basta reunir a cinco inteligentes y un estúpido para que pronto la conversación caiga al nivel del estúpido.
Nos hemos hecho la ilusión de que la educación es vacuna eficaz contra la estupidez. Dejémonos de tonterías. Algunos son impermeables al saber. Y, en otros, el saber les sirve para que su estupidez adquiera brillo y no sea sino más dañina. La historia ha mostrado abundantemente que un tonto sabio es más tonto ‒y peligroso‒ que un tonto ignorante. Se supone que el inteligente cae menos fácilmente en la tontería y se recupera más rápido, pero también sucede que el inteligente tome su tontería por sabiduría y se hunda cada vez más, haciendo realidad aquello de que la estupidez de los mejores es la peor, pues no hay nada como la tontería para hacernos creer inteligentes. No confundamos, pues, acumulación de conocimientos y sabiduría, saber y sensatez.
Difícil ‒por no decir imposible‒ es definir de manera clara y distinta la insondable riqueza de la humana tontería. Se trata de algo individualizado y tan diverso como lo son las actitudes y conductas que hacen que tengamos a otro por estúpido. Por otra parte, son también muy variadas las motivaciones de quienes califican a alguien de tonto, estúpido o imbécil. Sin embargo, una cuasi-constante es considerar que “la tontería son los otros”. Lo cual hace que, tarde o temprano, todos terminemos siendo los cretinos de otros cretinos o, como pretendía Lenin, sus “idiotas útiles”. Lo vio claro O’Henry al afirmar que “hay numerosas especies de imbéciles. Por favor, que todos permanezcan sentados hasta que cada uno sea llamado individualmente”.
Mientras espero que llegue mi turno, hago votos para que el Nuevo Año nos depare una prolongada sequía de tonterías.
Rodolfo Ramón de Roux
Toulouse, 1 de enero de 2022
19 Comentarios
Buenísima tu “constatación”, Rodolfo Ramón. Me sumo al grupo de quienes esperan la llamada. Poco a poco se va formando una definición más concreta de lo que es el ser humano. La respuesta a la pregunta clave: ¿Quién soy yo?. Lejos de podernos definir como seres racionales, vamos encontrando elementos más reales de lo que somos: seres predominantemente emocionales y estúpidos, con algo de razón que, muy frecuentemente nos ayuda a ser más emocionales y más estúpidos!. (y si no repasemos los nombres de quienes ocupan los primeros lugares en el ranking de la popularidad…!).
Mil gracias por la claridad de tus aportes. Va un abrazo con los mejores augurios para el presente año, entre ellos que nos sigas orientando con tus luces.
Gracias, César. Como soy corto de entendimiento, a pesar de mucho estudio le sigo echando cabeza a la pregunta “¿Quien soy yo?”. Lo que sí sé es que nos han contado muchos cuentos de hadas al respecto. Que tengas muchos buenos momentos en el nuevo año.
¿Quién soy yo?, como muchas preguntas fundamentales, no tiene respuesta final. Eso es lo apasionante de seguir “echándoles cabeza”: cada día nos revelan nuevos elementos! (Ojalá todos tuviéramos la “cortedad” de tu deslumbrante entendimiento)!
Hola, querido, recordado y admirado Rodolfo:
Al deleite de leerte, y a César, agrego si pretender encontrar la respuesta a esa pregunta es otra “estupidez”, o “estúpida” sea la pregunta misma…
Por ahora, quizás sea lo mejor “seguir siendo estúpidos conscientemente”, hasta lograr espantar la estupidez de aspirar a saber quiénes somos, cuando buscamos la respuesta fuera de “El Todo” y de sus manifestaciones o apariencias, para nada “estúpidas”.
Por ahora, les deseo a ustedes y a quienes nos lean, que disfrutemos del mayor número posible de “estupideces”, durante el 2022.
Sin más “estupideces”, ¡Abrazos!
EPG
Querido paisano,
Que la paz de la serena aceptación de nuestra ignorancia esté siempre con nosotros y que no nos abandonen los desafíos -y los gozos- del uso de la razón (que para algo nos fue dada). Amén
Hola, Rodolfo Ramón!
Me quedé atontado (es decir, a-tontado) y estupefacto (o sea estúpido-facto) ante tu deslumbrante y obfuscante panegírico de la estupidez, a la cual le atribuyes todas las cualidades que antes los estúpidos teólogos atribuíamos a la divinidad (que según la etimología se debería dividir en dos, a cuál más estúpida). Veo que afirmas con aplomo que la estupidez es inifinita y no indefinida ni definible, insipiente y omnisapiente, omnipresente y eterna y no sé cuántas más estúpidas y estupidificantes estupideces que son “propria et convertibilia” con el ser necesario. Basta una sola aplicación del argumento Anselmiano para demostrar infaliblemente que la estupidez es el único ser necesariamente existente.
Al principio pensé que te referías a todas las estupideces que figuran en nuestro blog (y a algunas peores que yo he enviado pero nuestros moderadores –casi digo “nuestros estúpidos moderadores” pero logré atajar esa estupidez— han decido acertadamente no dejar publicar por estúpidas). Al final veo que yo no me equivocaba (ni ellos tampoco), según aquel estúpido pero acertado dicho: “piensa mal y acertarás”.
Veo que tú también, como Sócrates y yo, has llegado con la edad a la máxima estupidez de la vejez provecta, que es la manía de los viejos que en su juventud y madurez se creyeron aquella estúpida ilusión de ser intelectuales, pensadores y sabios,s para luego estar seguros de que solo saben que no saben nada,. Aun en eso se equivocan, con lo cual es mejor no estar seguros ni siquiera de eso.
Afortunadamente, la principal diferencia entre Sócrates y yo es (al menos por ahora) que yo no soy tan estúpido de sacar la conclusión obvia de beber yo mismo la cicuta, Espero que tú también te aguantes un tiempito sin cometer la estupidez de autosuicidarte a ti mismo!
Carlos Eduardo
Estimado Carlos Eduardo,
Mi estupidez quedó anonadada con la fina ironía de tu comentario que me recordó viejas y gratas conversaciones contigo, en particular las que tuvimos en aquellas tertulias que animaste en los años 80 en casas de algunos de tus amigos.
Aclaro que critico como tonta la afirmación de que “infinitus est numerus stultorum”.
Me encanta tu alusión a Anselmo de Canterbury. Cuando leí en su Proslogium, “dixit insipiens in corde suo: non est Deus “, no pude dejar de pensar en el batallón de los que proclaman “dixit insipiens in corde suo: est Deus “. Lo que me hizo pensar (estudiaba entonces en Gallarate) que somos los insipiens de otros insipiens.
Pones tu dedo en la llaga del “solo sé que nada sé ” que es, por tanto, un saber. Te respondo con el amigo Montaigne, “Que sais-je?”.
Y, para tu tranquilidad, te cuento que no me atrae el gusto de la cicuta. Eso es algo que sí sé.
Tui studiossisimus,
Rodolfo
Maravillosas reflexiones de un grupo de sabios que parten de dos presupuestos con hondo significado: “Solo sé que nada sé” y “Stultorum infinitus es numerus”. Gracias Rodolfo por estas reflexiones que adquiere un hondo significado al comienzo de un año en el cual se van a dar múltiples oportunidades para probar ambos asertos. Feliz Año para tí, para César y para Carlos Eduardo.
Estimado Hernando,
Ojalá en el nuevo año que comienza tengamos la oportunidad de practicar mucha sensatez. Aquí en Francia también tendremos pronto elecciones presidenciales.
Que tengas un 2022 con abundantes satisfacciones.
Rodolfo
Me encanto el tratamiento de la estupidez humana. En los ultimos meses estupidez y estupido se ha vuelto mi palabra preferida es-tupido. con la cabeza tupida, densa. Solo la sabiduria del Espiritu Santo me permite no caer en la misma falla. Otros la llaman insensatez. Y, tengo que pedonarlos a los qu ejercen la es-tupidez, porque no quiero que mi duro juicio me caiga sobre mi a la vuelta de la esquina. Ah, que fueramos todos mas como Jesus.
Estimada Sonia Margarita, gracias por su comentario. Pueda la conciencia de nuestras propias tonterías hacernos un poco más comprensivos de las ajenas. Paz y Bien.
En los Evangelios se nos dice que Jesùs vino ante todo a los pobres de espíritu que serán los que herederan el “REINO” de los cielos. Las teorìas nos ayudan ciertamente, pero el dejarnos tomar por Jesús a un nivel que se aclara contemplando la Crucificaciòn y la luz de la Resurrección Qué difícil es creer, pero estamos avanzando y retrocediendo en nuestra visión gracias a Él.
Feliz Navidad y un Nuevo Año para ir
la respuesta a todas nuestras preguntas de quién soy y para donde camino sin llegar en nuestra búsqueda que no se podrá responder sino en la trascendencia
Gracias, Julio. Te deseo igualmente un feliz 2022.
No deseo agregar nada a lo dicho por los sabios anteriores, pues sería una perfecta estupidez. Sólo les comparto la fruición con que leí el texto de Rodolfo Ramón que nos pone en el sitio que merecemos, especialmente a los colombianos como el mejor ejemplo, exterminadores de la vida y depredadores de la Pacha Mama.
Que el cielo nos perdone, ya que nos ha permitido ser tan estúpidos…
Gracias, John. Es cierto que la inteligencia nos persigue…pero somos más rápidos.
Abrazos.
Hasblando de rapidez, como la que se observa en tenistas cuyo servicio supera los 100 km por hora, que gran estupidez la de Novak Djokovic de dejar escapar un triunfo con el que quería superar a otros grandes tenistas y perder una bolsa millonaria, simplemente por no querer vacunarse contra el covid. ¡Una estatua a la estupidez humana!
Bien dijo Gracián con gracejo: Tontos son todos los que lo parecen, y la mitad de los que no lo parecen.
Por no ponerse la vacuna, Djokovic debe estar añorando los 12.000 millones de pesos (para los que era el favorito) que se ganó Rafael Nadal al triunfar en el Open de Australia. ¡Menuda estupidez!.
Djokovic fue consistente con su estupidez: asegura que renunciará a jugar los torneos donde le obliguen a vacunarse contra el coronavirus. Ver https://elpais.com/deportes/2022-02-15/djokovic-asegura-que-renunciara-a-la-temporada-si-le-obligan-a-vacunarse-contra-el-coronavirus.html