No dudo de que en el país hay mucha inteligencia creativa para que salgamos a tiempo de la difícil coyuntura actual.
Cuando a mediados de la década de 1960 la guerra de Vietnam mostraba el máximo horror, en una manifestación de jóvenes en contra del involucramiento militar de Estados Unidos en ella, un estudiante de Oregón salió a la calle con un cartel que decía: Haz el amor, y no la guerra, una frase que se popularizó hasta convertirse en eslogan que recorrió el mundo. Las repercusiones de la inconformidad se reflejaron en los movimientos estudiantiles de mayo del 68 francés y el de julio-octubre del mismo año en México.
Yo llegué a París dos años después. Iba a estudiar en una de las universidades en donde se prendió el levantamiento estudiantil. Viajé entre la incertidumbre y el miedo, sin saber qué me esperaba: si una Francia apacible como la de algunos libros de literatura o la otra agitada por los restos de las pedreas que se dieron en las calles entre jóvenes y policías. Las noticias de entonces contaban que los enfrentamientos habían sido violentos, con cientos de heridos y comercios destruidos. Pero no fueron revueltas lo que encontré, sino movimientos pacíficos y culturales que algunos bautizaron como contracultura, quizás porque enarbolaban lemas que iban a contracorriente del statu quo. Fueron los hippies, los pacifistas, el Prohibido prohibir, e incluso los que reclamaban el reconocimiento del amor entre individuos del mismo sexo.
De la experiencia de esos primeros años de universidad me vuelve ahora la idea casi obsesiva de que la cultura puede lograr más que la sola política para formar sociedades en donde la convivencia hace posible la paz como propósito constructivo. Antes de las protestas contra la guerra de Vietnam, que también movilizaron a los estudiantes universitarios en distintas partes del país, apareció el Nadaísmo, creado por un grupo de jóvenes inconformes, con Gonzalo Arango a la cabeza, y que aún resuena por su aporte a la literatura y a la poesía. En los años cincuenta unos amigos escritores que se reunían en La Cueva fueron dando forma al Grupo de Barranquilla de donde surgieron nada menos que García Márquez y Álvaro Cepeda, entre otros. En política, pero con un marcado acento humanista, fueron célebres los discursos de Alberto Lleras Camargo que ofrecían una visión vigorosa de la construcción nacional, en medio y después de la dictadura de Rojas Pinilla. Ya en el plebiscito de 1957, tras la caída del dictador, y para elegir presidente, las mujeres colombianas ejercieron por primera vez el derecho al voto, que fue un logro inédito de la expresión política femenina.
En esos años se fundaron varias universidades privadas, hoy entre las mejores del país y de Latinoamérica, dando mayores posibilidades de acceso a la educación superior a los jóvenes, una constante positiva con el programa Ser Pilo Paga y el reciente de gratuidad de la matrícula para estratos 1, 2 y 3, demostración de nuestra capacidad de mover la cultura y la educación hacia mayor justicia y equidad para todos. No dudo de que en el país hay mucha inteligencia creativa para que salgamos a tiempo de la difícil coyuntura actual.
Publicado en El Heraldo (Barranquilla)
2 Comentarios
Como la misión de sabios, como la Coalición de la Esperanza, de la cual Daniel Samper pizano decía que, a pesar de las críticas, es mucho mejor que exista…tuve la misma sensación que tú, cuando estuve estudiando en la Universidad de Vincennes, entre 1974-77. El trabajo que haces desde tu columna me enorgullece. Adelante!!!
Gracias, Jorge Luis. Tratando de poner un grano de arena.