Preámbulo.
Tres personajes tejen este relato: Edgardo Carvajalino (q.e.p.d.), un alacrán (q.e.p.d.) y Guido Arteaga Sarasti (q.e.p.d). El sainete tiene por escenario la finca de San Claver, municipio de Santandercito, clima cálido, húmedo por sus cercanías al Río Bogotá. Suelo pedregoso. Es tiempo de vacaciones mayores de los teólogos, a comienzos del mes de enero, año 1961 o 1962.
Composición de lugar.
Recrear en la mente el predio de San Claver, sus naranjales, plataneras, los ecos del río Bogotá que fluye por sus contornos, el terreno pedregoso del lugar, el aire húmedo, la ocasional neblina, la vieja casona de dos pisos en madera, con sus corredores; los teólogos “quiermeditando, quier contemplando el paisaje, quier leyendo,quier jugando dominó, quier practicando algún deporte.
Ver emergiendo, muy temprano, la figura de Edgardo Carvajalino armado con la red de captura de mariposas y con un frasco de vidrio en cuyo fondo coloca algodón empapado en tetracloruro de carbono para darle muerte digna a los bichos atrapados en sus diarios recorridos:insectos de todo tipo, avispas, mariposas y cualquier otra presa desprevenida.
Precaución al espontáneo lector.
“Como persona que da a otro modo y orden para recordar o gozar, narro fielmente la historia de la tal contemplación, [sainete o relato], discurriendo solamente por los punctos con breve o sumaria declaración; porque la persona que contempla, tomando el fundamento verdadero de la historia, discurriendo y raciocinando por sí mismo y hallando alguna cosa que haga un poco más declarar sentir la historia”, pueda regresar al pasado, revivir el goce del momento y dar “gracias a la vida que le ha dado tanto”.
Entomólogo en ciernes.
Carvajalino demostró con el tiempo, que su campo no era ni la teología ni el altar, ni el confesionario ni “la opción por los pobres”. De modo irrefutable quedó patente a los ojos de todos que su vocación era la entomología, rama de la biología, su especialidad luego de abandonar la Compañía.
La habitación de Edgardo no se distinguía por los ejemplares de la Summa Theologica, sino por la suma de sus capturas en campo abierto, debidamente clasificadas y adheridas con alfileres, a una pieza cuadrada de icopor para cada especie y debajo, en tinta china, con pulcra y diminuta caligrafía, el nombre científico de ejemplar por ejemplar. Ingresar al cuarto de Carvajalino era como asomarse al museo de historia natural o al museo de ciencias, como se llamaban esos lugares en nuestros colegios de antes.
¡Un alacrán!
A la manera de Marroquín y su inolvidable “Perrilla”, Carvajalino “salió al campo de mañana / un experto cazador, / el más hábil y mejor / alumno que tuvo Diana”. Durante el día, algunos bichos se ocultan entre piedras y rastrojos; por ello, es necesario remover hojarascas, hierbas y por supuesto, piedras.
En su “safari” habitual, Edgardo removió algunas piedras y salió a luz el inesperado trofeo: un alacrán que, quizás paralizado por lo inesperado de la visita, quedó inmóvil a la espera del desarrollo de los acontecimientos. Entonces, tal como Pombo en sus versos del gato y el ratón, “pronto, pronto, como hombre listo / que nadie pesca de desprovisto, púsole” el frasco para que ingresara el alacrán a la cámara de gas.
Como quien regresa de cacería con los despojos de sus víctimas, nuestro biólogo trajo exánime al alacrán, en compañía de uno o dos “finados” más, pues la emoción del hallazgo, al parecer, le cortó toda ilusión de continuar su búsqueda.
Revuelo en casa por la presencia del ya inofensivo alacrán. Entre los curiosos amontonados en torno al catafalco vítreo, se oyen voces de admiración, estupor, curiosidad y hasta precauciones “a tomar” en el predio de San Claver, pues si apareció un alacrán hoy, nadie garantiza que mañana no aniden otros por ahí y le hagan pasar un mal rato a cualquier desprevenido que le dé por mover piedras con algún fin piadoso o mundano.
Guido Arteaga entra en acción.
Entre los observadores del alacrán estaba Guido Arteaga de quien Hernando Bernal afirma que la música le era connatural; le fluía hasta por los poros. De temperamento festivo y travieso, Arteaga dio origen a incontables historias que circulaban de boca en boca -a falta de redes sociales- algunas de sus “travesuras” fueron verdaderas y otras imaginadas, pero ajustadas a la confesión del mítico Odiseo: “Soy Ulises Laertiada, tan conocido de los hombres por mis astucias de toda clase; y mi gloria llega hasta el cielo”.
Mucha música surgió del talento artístico de Guido:religiosas como aquel himno al Santísimo “Oh Señor, del Sagrario me miras / vedme aquí a tus plantas postrado”; el Himno del Juniorado con letra de Alberto Múnera; el Himno de la Apostólica de San Alonso, letra y música, “Apostólicos en marcha / San Alonso nos anima; / adelante que en la cima, / nos espera el ideal”; burlescas como aquella de “La gripa Asiática”; “El Lago del P. Emilio”; “El torete Cecilio”. Antes de partir “al destierro” compuso casi una elegía que hizo derramar más de una lágrima a sus numerosas amigas: “Yo ya me iré / nunca más volveré / y en la playa lejana / tu nombre escribiré”.
Al calor de las emociones suscitadas por el alacrán de Edgardo, no tardó Guido en hacernos cantar con enorme regocijo y un poco a la manera de carranga que años después inmortalizaría ese vate criollo que es Jorge Velosa.
El alacrán
Letra: Guido Arteaga Sarasti. Música: a medio camino entre porro y carranga.
Coro:
El alacrán, cran, cran.
El alacrán, cran, cran.
¡Ay! te va a picar.
¡Ay! te va a picar.
Estrofa:
Mata el alacrán abuelita,
Mátalo con una escopeta
y si no te salen las balas,
¡Mátalo con una chancleta!
Coloquio.
Voy recorriendo por los cinco sentidos mis emociones del momento, de la mano de Violeta Parra: “Gracias a la vida que me ha dado tanto; / me ha dado la risa y me ha dado el llanto; / los dos materiales que forman mi canto / y el canto de ustedes que es mi mismo canto / y el canto de todos que es mi propio canto. / Gracias a la vida que me ha dado tanto”
Jaime Escobar
Marzo,
8 Comentarios
Genial sainete seudoignaciano y plenamente escobariano. Jaime, sigue regocijándonos con tus reminiscencias tan picarescamente evocadas. Como cantaba Julio Jaramillo, “son lenitivo para nuestros grandes males”.
Humor, música y amistad, tres regalos de la vida entre esos otros tanto. Cuando invité a “Recordar, revivir y escribir” no sabía todo lo que estaba diciendo, como en otros muchos escritos. La inspiración común lleva mucho más lejos y nos acerca unos a otros. Gracias Jaime por hacernos vivir lo que apenas vivimos en parte.
Gracias Jaime. Recordar es vivir, sobretodo cuando son recuerdos gratos de personas queridas y lugares colmados de recuerdos gratos. Gracias.
JAIME: Qué maravillosos recuerdos, no solo del alacrán, sino de todos sus contextos, incluyendo a Carvajalino y a Guido Arteaga. Saludos. Hernando
WUAOOOO!!! Maravilloso relato, maravillosos recuerdos de personajes tan queridos como Edgardo, y el inolvidable Guido a quien visité dos veces en Quito, En una de ellas, con mi hermana en la que nos dedicó un miniconcierto silbando a dos tonos simultáneos. He visitado su tumba en el colegio San Gabriel cada vez que voy a Quito.
El estilo de esta narración es digna de un premio de las academias de diciembre en el Juniorado.
Esperamos, Jaime, muchas narraciones como ésta con esos recuerdos imborrables y maravillosos vividos en nuestra juventud al lado de seres maravillosos.
Disfruté con fruición ese sainete en la paradisíaca mansión de San Claver.
Excelente narración, Jaime. San Claver siempre me genera nostalgia. Me hiciste recordar que, según el inolvidable Guido, “no es lo mismo las cataratas del Niágara que no me negarás que te acatarras”.
Genial recordar compartir tan epopéyicos momentos. Aplauso y 1/2.