Tanto nomini nullum par elogium (“Ningún elogio es digno de tan gran nombre”). Estaba absorto frente a la tumba de Nicolás Maquiavelo, descifrando su epitafio, cuando él se sentó a mi lado en una de las bancas de la basílica de la Santa Croce, panteón de las glorias de Florencia.
Entablé el siguiente diálogo con un Maquiavelo que no había perdido su sentido del humor, ni su ironía, ni la facilidad de palabra y argumentación que adquirió a lo largo de sus años como secretario de la segunda cancillería de Florencia, donde participó en importantes misiones diplomáticas. Su conocimiento de los intríngulis del poder no era, pues, puramente libresco.
Me admiró verlo igualito al descrito por sus contemporáneos: de mediana estatura, enjuto, de ojos muy vivos, cabellos oscuros, nariz ligeramente aquilina, labios finos y apretados. Todo en él daba la impresión de un pensador agudo; y no fue solamente impresión. Por eso, quiero compartir lo que recuerdo de nuestra conversación sobre su controvertido libro Il Principe.
–Dantesco, kafkiano, sádico, maquiavélico. Es un dudoso privilegio darle su nombre a un temor.
–En mi caso no solo es dudoso, sino injusto. Deformaron mi nombre, convirtiéndolo en un “ismo”, pero el maquiavelismo como sinónimo de actuar sin ningún tipo de principios no es mi doctrina, sino un invento de mis adversarios.
–Recuerdo que el término “maquiavélico” comenzó a utilizarse solo cincuenta años después de tu muerte.
–El infundio de ser “maquiavélico” se lo debo a un abogado y teólogo protestante que en 1576 inauguró el género de los tratados “antimaquiavélicos”. Ese sujeto tenía un nombre que parecía predestinarlo a luchar contra la maldad del mundo: Innocent Gentillet, Inocente Gentilito.
–Ni tan inocente ni tan gentilito, pues su Anti-Maquiavelo contribuyó a establecer malentendidos duraderos sobre Il Principe.
–Que quede bien claro que no escribí un manual para tiranos. Si así fuera, el papa Clemente VII no hubiera aprobado la primera edición impresa de El Príncipe, hecha en Roma cinco años después de mi viaje a ultratumba.
–Pero reconoce que prestaste el flanco a la crítica al separar la acción política de la moral cristiana vigente.
–Y asumo esa opción pues, en el contexto de las luchas encarnizadas por el poder que se daban entonces en mi patria, decidí no dejarme encandilar por las grandes declaraciones de principios morales y trabajé arduamente para mostrar sin tapujos ni engaños la verdad concreta –monda y lironda– de la lucha por el poder.
–Lucha en la que algunos se refugian hábilmente tras rimbombantes declaraciones de principios que terminan manipulando para sacar adelante sus propios designios.
–Veo que tienes suficientes canas para haberte dado cuenta de las innumerables masacres y acciones abyectas hechas a lo largo de la historia en nombre de la Justicia, de la Libertad, de la Igualdad, de la Patria y, aun, del Amor al prójimo.
–No vayas a darme ahora una lección sobre las Cruzadas, la Inquisición o las “guerras santas”.
–Menos mal que ya eres consciente de que los grandes principios no están fuera del alcance de las garras manipuladoras del poder. Gobernar, o aprender a no dejarse gobernar, es decir, comprender las cosas de la política, exige rasgar el velo de las apariencias.
–¿Acaso quieres hacernos perder la inocencia?
–Voy a darte una pista. Las controversias sobre mi supuesto “maquiavelismo” han pasado siempre por saber para quién escribo. ¿Para los príncipes o para aquellos que quieren resistirse a ellos? En el siglo XVIII, Diderot se inclinó por la primera solución y dijo que yo les enseño a los poderosos “una especie de política detestable que podemos sintetizar en cuatro palabras: el arte de tiranizar”. Pero Rousseau le respondió en El contrato social: “Este hombre no les enseña nada a los tiranos, ellos ya saben muy bien lo que tienen que hacer; al contrario, Maquiavelo instruye a los pueblos acerca de lo que deben temer”.
–Y tú, ¿qué dices?
–Lee el capítulo XV de Il Principe, dedicado a la descripción de las cualidades que este debe tener para mantenerse en el poder. Allí declaro en el primer párrafo que quiero expresar la “verdad real de las cosas” y no perseguir utopías políticas, pues mi objetivo es escribir algo útil para el lector.
–Tengo entendido que esta es una de las páginas de Il Principe que marcan la separación de la ética religiosa y la política, así como uno de los pasajes que más escándalo causó y que hizo que se hablara en años posteriores de “maquiavelismo”.
–Para evitar equívocos, voy a leerte textualmente lo que escribí allí.
En ese momento, Maquiavelo sacó un trajinado ejemplar de El Príncipe y me leyó el comienzo del capítulo XV, cuya traducción al castellano es la siguiente:
“Siendo mi propósito escribir una cosa útil para quien la comprende, he tenido por más conducente seguir la verdad real de la materia (la verità effettuale della cosa) que los desvaríos de la imaginación en lo relativo a ella, porque muchos imaginaron repúblicas y principados que no se vieron ni existieron nunca. Hay tanta distancia entre saber cómo viven los hombres y saber cómo deberían vivir que quien, para gobernarlos, abandona el estudio de lo que se hace para estudiar lo que sería más conveniente hacerse, aprende más bien lo que debe obrar su ruina que lo que debe preservarle de ella, puesto que un príncipe que en todo quiere hacer profesión de ser bueno cuando de hecho está rodeado de gentes que no lo son, no puede sino caminar hacia su ruina. Es, pues, necesario que un príncipe que desee mantenerse en el poder aprenda a poder no ser bueno, y a servirse o no servirse de esta facultad, según las circunstancias exijan”.
– Más claro no canta un gallo.
–No pretendí escribir un tratado de buen gobierno. En ese sentido rompí el espejo; me refiero al “espejo de príncipes”, ese género de la literatura política medieval que buscaba la educación moral de las cabezas coronadas, predicando la idea simple de que reinar es lo contrario de dominar. Yo, en cambio, digo las cosas como son, no como quisiera que fueran.
–En suma, eres maestro de desencanto.
–Ese es el problema de decir cómo funciona el poder y los que nos gobiernan. Lo que debería ser se lo dejo a quienes piensan con el deseo.
–Vaya, vaya. Voy comprendiendo por qué te has hecho tantos enemigos.
–Para que abras un poco más tus entendederas te recuerdo que mi libro no se llamaba Il Principe, sino De Principatibus (De los principados). Y no trataba sobre los principados que se heredan, sino sobre aquellos que se conquistan por la astucia, la fuerza o la suerte, esos Estados que se entregan a los audaces, los llamados “príncipes nuevos”.
–Pero más fácil es tomar el poder que conservarlo. Y al explicar qué medios se usan para conservarlo te achacaron el enseñar que el fin justifica los medios.
–Frase que nunca escribí. Por otra parte, las cosas no son así porque yo las dije, sino que las dije porque son así.
–No dudo de que los tiranos ni tenían ni tienen necesidad de tus enseñanzas. Recuerdo que cuando le preguntaron a Séneca por qué un maestro como él había formado a un discípulo como Nerón, respondió: “Aun cuando nadie enseñase a los reyes la perfidia y el crimen, el trono se los enseñaría”.
–Por mi parte simplemente expongo, a partir del capítulo XV, las “virtudes” que transforman al príncipe en un experto sin escrúpulos de la conservación de su poder. Y advierto en el capítulo XVIII que quienes nos gobiernan saben, según las circunstancias, ser zorros o leones, “porque el león no se defiende de las trampas y el zorro no se defiende de los lobos. Así que hay que ser zorro para conocer las trampas y león para asustar a los lobos”.
–El problema es que ese “asustar” implica, como dijiste antes, “aprender a no ser bueno” y estar dispuesto a utilizar según las circunstancias medios poco católicos.
–Lo cual no significa incitar al gobernante a ser un déspota desalmado y sin valores.
–Reconozco que dejaste bien claro que no le sirve de nada a un príncipe ganarse la envidia de sus súbditos atrincherándose en palacios lujosos o amenazantes, pues la mejor fortaleza que existe es no ser en absoluto odiado por el pueblo. Así que nada de crueldades inútiles, nada de violencia descontrolada.
–El gobernante debe saber dosificar la propia fuerza, es decir, aprender a no ser bueno. Lee el capítulo XVII. Ahí manifiesto que la obligación del príncipe “es proceder moderadamente, con prudencia y aun con humanidad”. Pero el príncipe también tiene que estar dispuesto a enfrentar la maldad de los hombres.
–Comenzando por la de sus allegados: no hay peor cuña que la del mismo palo.
–Por supuesto, más vale ser a la vez amado y temido por los gobernados. Pero si hay que elegir, mejor hacerse temer. Aunque preciso que “el príncipe que se hace temer debe obrar de modo que si no se hace amar al mismo tiempo evite que lo aborrezcan, porque uno puede muy bien ser temido sin ser odioso, y él lo conseguirá siempre si se abstiene de tomar la hacienda de sus gobernados y soldados, así como también de robar sus mujeres o abusar de ellas. A no ser que le sea indispensable derramar la sangre de alguno, no deberá hacerlo nunca sin que para ello haya una conveniente justificación y un patente delito”.
–Lo que equivale a decir que no hay poder absoluto.
–La moderación y prudencia que le aconsejo al gobernante no es por motivos morales, sino por cálculo político. El uso injustificado y prolongado de la fuerza –y del “asustar”– es contraproducente.
–Como le dijo Talleyrand a Napoleón: “Señor, con las bayonetas se puede hacer cualquier cosa menos sentarse sobre ellas”.
–Por eso afirmo en el capítulo IX: “Un ciudadano, hecho príncipe con el favor del pueblo, debe tender a conservar su afecto, porque el pueblo solo le pide no ser oprimido”. Claro está que también digo que el príncipe debe ponerse en situación de suponer siempre lo peor de parte de aquellos a los que gobierna.
–¡Qué pesimista eres!
–Tu mismo Maestro, que proclamaba el Amor incondicional a los demás, le dijo a sus discípulos: “Los envío como ovejas en medio de lobos. Por tanto, sean astutos como serpientes y sencillos como palomas” (Mateo 10,16).
–Tengo que admitirlo: la lucha por el poder transita por caminos tortuosos, ya se trate del poder político, económico o religioso.
–No me vengan a decir que le enseñé al príncipe el arte de engañar porque lo previne contra la hipocresía, la alevosía y la deslealtad que reina entre los humanos. Hay que ser angelicales para creer que se puede construir algo totalmente recto con el fuste torcido de la humanidad.
–Me queda claro que, para ti, comprender el implacable engranaje del poder exige describir la fuerza del conflicto, la discordia y la enemistad que acompañan el devenir político de una sociedad.
–Modestia aparte, formulo bien esa alternancia de persuasión y temor, de tensión y distensión, de represión y legalidad, de verdad y mentira, de la cual los regímenes autoritarios tienen el secreto, pero que, de manera más suave, también se da en los regímenes democráticos.
–Te advierto que viene hacia acá Innocent Gentillet.
–Me esfumo antes de que se me dañe el día. Pero te doy rápido unos últimos consejos. No te dejes engañar por grandes declaraciones de principios o por hermosas promesas; ni juzgues a un gobernante por sus buenas intenciones, sino por sus resultados.
–Sabido es que de buenas intenciones está empedrado el camino que conduce al infierno.
–Cuídate de los mesías políticos: hay plomo justiciero en sus albores y plata maloliente en sus ocasos.
–Además, crucifican o son crucificados, pues sus promesas incumplidas de redención engendran odio y destrucción.
–¡Caramba! Se nota que no te contentaste solamente con la lectura de El principito…
Maquiavelo esbozó una sonrisa estilo Mona Lisa. Giró los talones y antes de desaparecer exclamó: Stai sempre attento alla verità effettuale della cosa.
Rodolfo de Roux
7 Comentarios
A la buena literatura se le llama “clásica” porque es universal y perenne…
Magistral!!
Excelente Dialogo. Una visión profunda del libro que permite cambiar las ideas preconcebidas sobre el y sobre su autor. Gracias.
Maravilloso compendio del Príncipe, explicado por su autor y que sirvió de inicio a la teoría Política.
Espero que en tu visita a la Iglesia de la -Santa Croce, hayas podido conversar también con Galileo, Dante, Miguel Angel, Rossini que ocupan lugares cercanos a Maquiavelo en las naves laterales, y que serán suculentos relatos tuyos de esas entrevistas.
Iba a decir que este es un diálogo fabuloso, pero me abstuve de hacerlo pues comprendí que de “fabuloso” no tiene nada, pues aunque me duela, pocos escritos tan realistas he leído. Y es realista en las dos acepcionesprincipales del término, pero también, y sobre todo, magnífico (evidentemente, en diferentes acepciones de este).
Rodolfo, muchos son los que han oido el término maquiavelico; pocos los que conocen el origen del mismo, muchos menos los que han leido el libro que destapó el cajón de las interpretaciones alejadas del contenido. Gracias por ponernos El Principe en su justo medio y en lo que pretendia Maquiavelo al escribirlo. Magistral tu desmenuzamiento que nos permite quedarnos con el valor del libro, apreciar su analisis critico de las dinamicas del poder, los abismos en que caen aquellos que lo detentan, y la dificultad de gobernar justa y equitativamente.
En pocas y magistrales palabras nos invita y ayuda a profundizar en la obra de Maquiavelo. Gracias.