No vayan a Capri en verano. El panorama es hermoso, pero el sol es de plomo y el hormiguero de turistas es aún más asoleador.
Mareado por la canícula y el ajetreo me acerqué a una de sus playas donde se hallaba un grupo de hermosas sirenas con diminutos bikinis. Nadaban alrededor de un pequeño velero a cuyo mástil estaba amarrado un personaje con sotana negra, que lanzaba gritos desgarradores pidiendo que lo desataran. Recordé entonces que Capri era el refugio de las temibles sirenas que con sus melodiosos cantos atraían a los marineros para causar su perdición.
Lleno de curiosidad agucé la vista y, ¡oh sorpresa!, quien estaba atado al mástil era el padre Arturo Holguín Pardo, S.J.
‒Padre Holguín, ¿qué hace allí amarrado?, grité desde la orilla.
‒Estoy experimentando la receta de Ulises que les di en unos Ejercicios espirituales cuando eras un joven estudiante jesuita.
‒La recuerdo perfectamente, pues usted la expuso con mucho gracejo de la siguiente manera:
Muchachos, a lo largo de la vida van a escuchar los cantos de hermosas sirenas que van a poner a prueba su voto de castidad. Sigan entonces el consejo de Ulises. A sus marineros les hizo taponarse con cera los oídos y él mismo se hizo atar al mástil de la nave para disfrutar sin peligro los irresistibles cantos de tan extraordinarios seres. Llegado el momento de la tentación, las sirenas redoblaron inútilmente sus esfuerzos canoros y Ulises, al pasar frente a ellas, pudo gritarles muy orondo: ‘adiós, muchachas’. Hermanos, amárrense al mástil de la oración y de la observancia religiosa y así, cuando llegue la tentación de las sirenas, ustedes también podrán decirles: ‘adiós, muchachas’.
‒¡Ay, padre Holguín!, me temo que las sirenas dieron buena cuenta de muchos de nosotros.
‒ “Otros cantos de sirenas también dieron buena cuenta de nosotros”, dijeron tres viejos marineros que regresaban maltrechos de la isla de Utopía. “Viva el hombre nuevo”, “Por un futuro luminoso”, “Seamos realistas, pidamos lo imposible”, se alcanzaba a leer en los tatuajes de sus demacrados brazos. Me dijeron que se llamaban Fidencio, Justino e Inocencio.
‒Permítanme, señores, que los llame “amigos”, pues yo también soñé con un mundo mejor…, aunque ahora me contentaría con un mundo menos malo.
‒Ya la experiencia me enseñó que hay que ser amnésicos para poblar el porvenir con pajaritos de oro y amaneceres radiantes, dijo Fidencio.
‒De inmoderadas ilusiones estaba aliñado el pan que en la puerta del horno se nos quemó, expresó Justino.
‒Tomamos nuestros deseos por realidades y conocimos abruptos despertares, añadió Inocencio.
‒Era de esperar. Los horizontes fascinantes reposan sobre espejismos miríficos…, aunque muchas veces sean necesarios para poner en marcha la caravana social.
‒Utopía es una amante que no deja de ponernos los cuernos. Sin embargo, es demasiado hermosa, seductora y reconfortante para repudiarla, sentenció Fidencio.
‒Soy consciente de que los impulsos utópicos están cargados de sobredosis onírica. Pero solo quien está satisfecho con el orden establecido puede ofrecerse el placer de burlarse de los sueños. Sin duda no hay más paraísos que los perdidos, pero renunciar a ellos sería para muchos el infierno, declaró Justino.
‒Alabados sean, pues, los pesimistas porque construirán un mundo diferente; los optimistas ya están contentos con el que tienen, posiblemente porque no les ha tocado roer por largo tiempo los huesos del festín social inmoderado que se dan algunos.
‒El problema es que hasta las utopías del amor ‒como el cristianismo‒, de la libertad y la fraternidad ‒como la Revolución Francesa‒ y de la justicia ‒como el comunismo‒ engendran fanáticos. Y estos, cuando se alzan con el poder y se perpetúan en él, pasan de la proposición a la imposición y convierten el sueño en pesadilla, manifestó Justino.
‒Pero te aseguro que todo lo hicimos con las mejores intenciones, complementó Inocencio.
‒Las cuales movilizan dosis ingentes de sincero compromiso y buena voluntad…, que pueden alimentar admirablemente la perseverancia en el error, terció Fidencio.
‒No nos queda sino mantener los ojos bien abiertos, pues en la vida es muy difícil saber qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar, y en compañía de quién debemos quemarlo o debemos cruzarlo.
‒¿Quieren saber algo bien utópico? Construir un mundo donde nos divirtamos más y nos agredamos menos, opinó Justino.
‒ Y donde dejemos nuestra impronta sin haber pisado a nadie, finalizó Inocencio.
Luis García Montero, que casualmente también estaba en Capri y nos había escuchado, intervino diciendo:
Yo sé dónde acabaron nuestras revoluciones.
¿Pero dónde empezaban nuestros sueños?
Si empezaron por culpa del dolor
hay motivos recientes para seguir soñando.
Si empezaron por culpa
de nuestra envenenada estupidez,
puedes seguir soñando,
pues también hay motivos.
Vi en ese momento a León Felipe subiendo al velero donde se encontraba el padre Holguín, quien continuaba gritando que lo desamarraran para ir donde las sirenas. El viejo poeta le puso delicadamente una mordaza y trató de calmarlo recitándole con suave voz los siguientes versos:
“Hoy tengo el vino dulce y en la sangre
el ritmo vago y sordo de una canción lejana y luminosa.
¿Quién canta al otro lado de las nubes?
¿De dónde llega esa canción?
¿No estaban muertas las estrellas?
Después de que hayamos blasfemado
con la razón enfurecida,
hay que dejar abierta la loca ventana de los sueños.
Porque ocurre que hay días
en que el hombre quiere engañarse y que le engañen…
y él mismo se embarca en la primera playa
y en el barco más frágil
para ir a buscar a las sirenas”.
Rodolfo Ramón de Roux
Agosto, 2022
2 Comentarios
Simpatiquísima narración con el protagonista Ulises Holgúin amarrado al mástil mientras las sirenas lo atormentaban con su grata seducción.
Aún recuerdo al P. .Holguín en el Colegio Ortiz de Tunja, quien se había convertido en un héroe, a nuestros ojos adolescentes, por haberle propinado un golpe de KO a un sujeto cualquiera, en un episodio que nadie corroboraba. Era la leyenda que se contaba cada que lo veíamos. Lo veíamos pasar por los corredores y nos parecía hercúleo enfundado en su sotana negra como el gran protector del colegio, “por si acaso”…
Tus diálogos de ultratumba, querido _Rodolfo Ramón, siempre nos traen gratas sorpresas. Aprobaste Juniorado sobrado!!!
El P. Holguín llegó a darnos esos Ejercicios rodeado de un aura semiheroica pues nos dijeron previamente que él había estudiado en los Estados Unidos y que allá había sido campeón universitario de boxeo (lo que explica el KO tunjano). El consejo de Ulises que narro no es cuento. Gracias por la lectura amable que haces de mis bobadas.