La mayor dificultad de Petro no será asegurar mayorías en el Congreso, sino organizar la oposición, fundamental para que pueda decirse que hay condiciones plenamente democráticas. Pareciera, por las primeras señales de descontento, que esta también surgirá de las entrañas del Pacto Histórico.
Ha resultado muy interesante el escenario político, una vez elegido el nuevo presidente. Muchos tremendistas presagiaban los más graves desastres en cuestión de horas. Unos decían que si ganaba Hernández, el estallido social sería inmediato. Otros imaginaban a Petro proclamando su victoria al ritmo de la Internacional Socialista, con medio país en la más cruda oposición.
Nada de esto sucedió. Al contrario, Rodolfo desapareció del escenario después de la primera vuelta y Gustavo Petro sumó los votos que necesitaba para que su victoria fuera indiscutible. El primero, reconoció rápidamente su derrota; el segundo, lanzó un mensaje de unidad, paz, reconciliación y amor entre los colombianos. En cuestión de horas desaparecieron los insultos, las descalificaciones y los malos augurios que llenaron las redes sociales.
Luego, en un par de días los del No, los de Fico, los de Galán, los ‘azules’, los ‘verdes’ y todos los matices de caciques y colores manifestaron su disposición de colaborar constructivamente con el nuevo gobernante, quien a su vez ha dado todas las señales posibles de seriedad y sensatez designando para la comisión de empalme destacados personajes con amplia y reconocida experiencia en la gestión pública.
Lo que viene pasando da un parte de tranquilidad y es un buen punto de partida para crear un ambiente de confianza en la economía, que, nos guste o no, es la que decide si los cambios y las propuestas son posibles o son mera retórica. Y, como dicen por ahí, el dinero, los mercados y quienes los controlan suelen ser muy nerviosos, especialmente en una coyuntura internacional tan compleja como la actual.
Pero ya desde la antigua Atenas era clara una distinción entre escépticos y creyentes. Los creyentes de entonces, como los de ahora, incluyen a quienes profesan doctrinas religiosas, y a quienes, embelesados por el discurso de un líder, las promesas de un gurú o la esperanza de un milagro terrenal son capaces de dar su vida sin albergar la más mínima duda. La fe no necesita evidencia: se trata de creer lo que se dice.
Los escépticos, en cambio, desde Pirrón hasta Hume, pasando por Descartes, prefieren esperar, examinar los discursos, dudar de los enunciados y perseguir las evidencias. De hecho, la ciencia surge del escepticismo, pues solo dudando de lo que se considera verdadero es posible ir un poco más allá para intentar atrapar con mayor precisión la validez de nuestras afirmaciones.
Desde luego, hay matices de creyentes y de escépticos, tanto en la religión como en la política, y todos cumplen un papel importante.
Los verdaderamente complicados son los conversos que de un día para otro cambian de creencia, se bautizan en otro credo, pero siguen practicando sus viejas costumbres. Es posible entender este fenómeno en la España de la Inquisición, cuando de las apariencias dependía la vida. Pero hoy tenemos un montón de conversos políticos que declararon por años su odio a lo que representa el nuevo gobierno, practicaron la corrupción, legislaron en provecho propio, se opusieron a los acuerdos de paz y en cinco días acuden al llamado de unidad… y no están amenazados.
Mientras tanto, la mayor dificultad de Gustavo Petro –parece un chiste– no será asegurar mayorías en el Congreso, sino organizar la oposición, fundamental para que se pueda decir que hay condiciones plenamente democráticas. Pareciera, por las primeras señales de descontento, que también ella surgirá de las entrañas del Pacto Histórico.
Julio, 2022