No se trata de idealizar lo que se ha logrado en Europa, pero nos separan abismos de educación. Un recorrido por La Mancha muestra que es posible habitar el mundo en forma amable y civilizada. Algo tuvo que ser más fuerte que el odio colectivo y hubo que encontrarse opciones razonables que hicieran posible dar pasos importantes hacia el bien común.
Después del largo encierro psicológico causado por la pandemia es interesante enfrentar de nuevo la experiencia de ser turista, pues se recuperan otras perspectivas sobre el acontecer del mundo y, desde luego, del país.
Recorrer los parajes de La Mancha siguiendo las huellas de don Quijote y constatar que se puede habitar el mundo de forma amable en ciudades limpias y seguras, viajar horas por carreteras secundarias perfectamente pavimentadas y señalizadas en medio de campos interminables de viñedos y olivares cuidadosamente trabajados suscita la esperanza de alcanzar algún día formas de civilidad que hagan posible progresar de esta manera y, también, la gran pregunta de cómo lo lograron después del agotamiento y la destrucción que dejaron la guerra civil y la Segunda Guerra Mundial.
Algo tuvieron que hacer estos países para superar las profundas heridas que dejaron los regímenes de Franco, Mussolini o Hitler, con sus respectivos contradictores y víctimas, que se contaron por millones. Algo tuvo que ser más fuerte que el odio colectivo y tuvieron que encontrarse opciones razonables que hicieran posible dar pasos importantes hacia el bien común.
Ningún país es el paraíso terrenal. También los noticieros dan cuenta de duros debates políticos, casos de corrupción, conflictos entre vecinos o situaciones de intolerancia, pero ocupa mucho más tiempo la preocupación colectiva por el volcán de La Palma, que lleva más de un mes escupiendo lava. Nosotros, en cambio, no cesamos de vomitar los más bochornosos escándalos por cuenta de ministros, senadores, representantes y funcionarios judiciales, por no hablar de expresidentes. Unos roban, otros dejan robar, los de más allá sobornan, los de más acá se escabullen y los asuntos que nos deberían unir para pensar en un mejor futuro no encuentran tiempo ni lugar.
No se trata de idealizar lo que se ha logrado en Europa y satanizar lo nuestro, pero nos separan abismos de educación, de cultura y de civilidad. Es posible que la clave más evidente de comprensión de las diferencias sea la educación. Los datos estadísticos muestran el enorme progreso en todos los niveles a lo largo de los últimos 30 años y eso se siente desde el nivel más básico de la producción agrícola, pasando por todas las modalidades del turismo, hasta las enormes empresas de tecnología.
Esto contrasta dolorosamente con los datos entregados hace poco por el Dane, que señalan que de la población ocupada en Colombia solamente el 19 % tiene formación técnica, tecnológica o universitaria, mientras el 46 % de los desempleados apenas terminó la educación media. Es claro que no contamos con gente suficientemente educada para tener una industria pujante, ni los dirigentes para generarla ni los gobernantes capaces de entender que haber tenido diez millones de niños sin estudiar durante año y medio se traducirá en más pobreza los próximos decenios.
También vale resaltar que del total de ocupados sin ningún nivel educativo logrado, la mayor proporción correspondió a trabajadores por cuenta propia con 61,3 %. El 46,7 % de los ocupados que completaron la educación universitaria y/o posgrado reportó ser obrero o empleado particular, mientras que el 29 % manifestó trabajar como cuenta propia.
Esto significa que no basta tener educación media, técnica o superior si ella es de mala calidad y el aparato productivo no está en capacidad de generar empleo formal. El país está lleno de bachilleres y profesionales en el rebusque (eso significa trabajador por cuenta propia). Naturalmente no puede esperarse mucho de la civilidad para resolver conflictos o de la calidad de quienes ocupan los cargos públicos.
En esta época preelectoral es bueno recordar que el alimento más eficaz para que proliferen los populismos, la corrupción y la pobreza es la ignorancia.
Noviembre 2021
1 Comentario
Hace años, conviviendo con una familia alemana, la señora de la casa contaba que después de la guerra con su ciudad casi destruida, lo primero que hicieron fue garantizar que funcionaran las escuelas para los niños. Estos niños contribuían de ida y de regreso a la escuela, haciendo montoncitos de piedras y escombros para limpiar las vías. Lo que siguió, lo podemos reconocer fácilmente en nuestros viajes por ese “viejo mundo” que nos da muchas lecciones de novedad.
Si buscamos, entre todos, podremos encontrar soluciones para nuestros campos y ciudades, soluciuones en las cuales podamos colaborar todos, sin enriquecimientos distintos del logro de una mejor calidad de vida para todos. Gracias Pacho.