¿Cómo asumimos la muerte? Creo y espero confiado con amor.

Por: Vicente Alcala
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La pregunta del título surgió un día en nuestra tertulia. Recientemente, muchos amigos nuestros, excompañeros, maestros, han muerto… La pregunta cobra mucha vigencia. Pero, al preguntarnos cómo asumimos la muerte, ¿nos referimos a la cercana o al propio fallecimiento?

Asumimos la muerte cercana de manera variable, según las circunstancias, el afecto que nos unía con la persona que fallece, la familiaridad que nos relaciona, el sentimiento que rodea esa muerte. 

Como ejemplo ‒por la empatía con un amigo y por el amor a la madre‒ leamos estos dos poemas: 

De la riada a las estrellas

¿Por dónde subió a las estrellas, que no la vi pasar?

Y me quedé llorando en la noche seca

paralizado por el dolor del aire. 

Me quedé mudo porque sabía de lejos

lo que tan cerca no podía escuchar.

Hasta los huesos dolía el agua

y la lengua seca no podía cantar,

porque el ángel había subido y subido más.

La esperanza atenta no dormía

soñando infancias alegres que se fundían

entre juegos de abuela y caricias de niña, 

mientras el ángel desde lejos sonreía.

El llanto nublado por el lodo no podía mirar

y los pies anestesiados por la angustia

no podían subir a las estrellas.

La luz y las tinieblas se enredaban

en el corazón, mientras que el tiempo

se paró para dejar paso a la nube blanca, 

que se evaporó en el agua.

Dios no se veía porque, más allá

de las copas de los árboles y detrás 

de las montañas, jugaba con el ángel.                                  

                                                                   (VAC)

In memoriam

Te nos fuiste muriendo como a escondidas.

Te nos fuiste muriendo

como vivías tu atardecer: 

arropada en la sombra de tu silencio.

         ¡Alas heridas

         golpeaban tan tenues 

         en mi ventana!

Te nos fuiste muriendo como amabas.

Recatada detrás de cosas tan sencillas:

         el mantel amoroso,

y las begonias blancas del patio, 

         la pregunta callada

         sobre el dolor y el gozo

         de nuestras vidas.

Te nos fuiste muriendo,

flor pequeña,

deshojada en el viento.

Y solo queda el corazón,

latiendo con esta insólita

suavidad de tu ausencia.                             

                                                       (Rodolfo E. De Roux S.I.)

Puedo añadir, en cuanto a la muerte cercana, que experimento la presencia y protección de mis seres queridos fallecidos, así como la de María, la madre de Jesús.

La propia muerte tiene varias perspectivas diferentes: ¿qué sentiré?, ¿qué pienso?, ¿qué creo?, ¿qué será de mí mismo?, ¿qué será de mis seres queridos que se quedan?, ¿cómo quedarán las cosas?, ¿cómo me preparo para mi muerte? 

Me referiré a las tres primeras preguntas.

No sé qué sentiré con mi propia muerte, porque una cosa es “saber” y otra sentir. El sentir se experimenta en el momento, pero no se puede sentir previamente ni se puede describir, expresar ni explicar. 

Queda entonces compartir lo que pienso y lo que creo acerca de la muerte.

Pienso que la muerte es un paso, un “nacimiento” a un nuevo estado de vida. Así como en el parto cambiamos de un estado de vida a otro, así en la muerte cambiamos de un estado de vida a otro. 

Antes del nacimiento vivíamos en el seno materno, en un ambiente ‒por lo general‒ protegido, seguro, apacible, dependiente… Al nacer, hay un paso, y salimos a un ambiente, semejante al principio, y que con el tiempo cambia a otro ambiente variable, incierto, progresivo… 

Antes de la muerte, cada uno vive su vida, multifacética y polimórfica: con muchas caras y muchas formas; con distintos papeles y en múltiples circunstancias; con muchas interrelaciones e incontables actividades. 

En la muerte hay un paso: a una vida diferente, inimaginable, activa y viva, interrelacionada… en la relación con Dios y en la relación con los demás y con la nueva realidad. Pienso, pero no sé más, ni puedo decir más… 

Y ¿qué creo?

Lo que creo sobre mi muerte es lo que Jesús dijo sobre la muerte y sobre la vida después de la muerte. Lo que expresó él mismo, directamente, y lo que nos dijo a través de lo que manifestaron sus discípulos: 

En primer lugar, Jesús nos aseguró la permanencia de la vida:

“Así ha de ser levantado el Hijo del Hombre, para que quien crea en él tenga vida eterna”. “Yo soy la resurrección y la vida. Quien cree en mí, aunque muera vivirá; y quien vive y cree en mí no morirá para siempre”. “Les aseguro que quien cumpla mi palabra no sufrirá jamás la muerte”. “Quien crea en el Hijo tiene vida eterna”

“No se inquieten. Crean en Dios y crean en mí. En la casa de mi Padre hay muchas habitaciones; si no fuera así, se lo habría dicho a ustedes, porque voy a prepararles un lugar. Cuando haya ido y les tenga preparado un lugar, volveré para llevarlos conmigo, para que donde yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino a donde voy… Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Jesús también nos dijo algo acerca del misterio que implica esa nueva vida tras la muerte:

“La luz verdadera que ilumina a todo hombre estaba viniendo al mundo… A los que la recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios”. 

“Yo voy hacia ti, Padre Santo, cuida en tu nombre a los que me diste, para que sean uno como nosotros… Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros… Yo les di la gloria que tú me diste, para que sean uno como lo somos nosotros. Yo en ellos y tú en mí, para que sean plenamente uno… Padre, quiero que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy, para que contemplen mi gloria; la que me diste, porque me amaste antes de la creación del mundo… Les di a conocer tu nombre y se lo daré a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo en ellos”. 

Unión y amor, imperecederos, es lo que creo para la vida que Jesús nos promete.

Por su parte,  los discípulos de Jesús trataron de explicarnos también, en cuanto pudieron, lo que será esa vida:

“Porque, si creemos que Jesús murió y resucitó, de la misma manera Dios llevará con Jesús a los que murieron con él… al encuentro con el Señor, y así estaremos siempre con el Señor”.

“Miren qué amor tan grande nos ha mostrado el Padre: que nos llamamos hijos de Dios y realmente lo somos… Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es”. 

“Proponemos la sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, la que Él preparó desde antiguo para nuestra gloria… como está escrito: ´Ningún ojo vio, ni oído oyó, ni mente humana concibió; lo que Dios preparó para quienes lo aman’ ”. “El amor nunca terminará… Cuando llegue lo perfecto, lo imperfecto será eliminado… Ahora vemos como en un mal espejo, confusamente, después veremos cara a cara. Ahora conozco a medias, después conoceré tan bien como Dios me conoce a mí”.

“Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos recibir al Señor Jesucristo; Él transformará nuestro cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para dominar todas las cosas”

“Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron… y oí una fuerte voz que decía desde el trono: ‘Esta es la morada de Dios con los hombres: habitará con ellos; ellos serán su pueblo y el Dios-con-ellos será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’… Mira que hago un mundo nuevo. Y añadió: ‘Escribe: estas son palabras ciertas y verdaderas’”. 

Dios Padre envió a Jesucristo para revelarnos nuestro destino final y para conducirnos a él; después de resucitarlo, envió al Espíritu Santo para confirmar y esclarecer lo que Jesús nos reveló. 

El amor de Dios nos conforta, en su palabra creemos y con esa esperanza vivimos y morimos. 

Vicente Alcalá

Febrero, 2021

1 Comentario

Hernando Bernal A. 20 febrero, 2021 - 10:26 am

Vicente; gracias por esa visión profunda, cálida, humana y especialmente espiritual sobre el final de esta vida y el comienzo de una nueva forma de ser en el espíritu y la visión de Dios. Muy importante y esclarecedora para nosotros los creyentes, que a veces por el ajetreo y las emergencias de la vida perdemos la visión del horizonte, que no es otro sino el mismo Dios. Solo espero que nos sigamos preparando… Saludos.

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