El rito católico de la imposición de la ceniza coincide con el final de los Carnavales.
El martes pasado terminó el carnaval con la ceremonia del entierro de Joselito, llorado por su viuda la reina y sus plañideras. A la medianoche empezó el miércoles de ceniza, ritual que data del siglo VII de la era cristiana. Los fieles acudieron temprano a la iglesia para recibir las cenizas que en forma de cruz el sacerdote impone en la frente.
Muchos –no todos- acuden a recibir la ceniza con un sentido de expiación por los pecados de la carne, la lujuria y el goce pagano cometidos durante los carnavales, aunque el rito de las cenizas no fue establecido primordialmente para expiar los pecados de los festejos, sino más bien con el fin de recordarnos que estamos de paso por este mundo: “recuerda que en polvo te convertirás”.
Pero la conciencia religiosa suele cargar sentimientos de culpa tras los festejos mundanos. Se prefiere empezar los cuarenta días de la Cuaresma, que siguen hasta el Jueves Santo, con el alma y el cuerpo en trance de purificación. Así se practican desde antiguo los ritos con los que se pasa de un período de fiestas a otro de recogimiento y abstinencia.
El carnaval se goza en Barranquilla, y en la Costa caribe además, con bailes, música cumbiambera, disfraces y jolgorio popular que figuran un desorden colectivo que para los no habituados con todo ello sonará a excesiva relajación. Ese es el término que empleó, en un informe que dio de sus correrías por la provincia, el Obispo de Cartagena en los veranos de 1779 y 1780, publicado por Gustavo Bell Lemus en la revista Huellas #22 de Uninorte (abril de 1988). Lo he vuelto a leer ahora con motivo de los carnavales. Además de denunciar el estado de pobreza, y hasta de miseria, de los habitantes rurales –que parece no haber cambiado tanto, valga decirlo-, como también el maltrato que los hacendados daban a los campesinos –¿será igual todavía?-, el prelado afligido calificaba el comportamiento de los feligreses en los festejos populares como una relajación de las costumbres.
Hoy existen desmadres que no se pueden ocultar, pero es muy diferente el juicio que se tiene sobre el carácter notablemente festivo de nuestra cultura. Los carnavales tienen un significado cultural y social grandioso como expresión de identidad y autenticidad colectiva caribe: “la vida es un carnaval”, canta Celia Cruz con letra y música muy pegajosas. Y por si fuera poco, la Unesco declaró solemnemente que el Carnaval de Barranquilla es patrimonio inmaterial de la Humanidad porque reúne expresiones emblemáticas del pueblo barranquillero, del Caribe colombiano y del Río Grande de la Magdalena.
Jesús Ferro Bayona
Publicado en EL HERALDO de Barranquilla
2 Comentarios
Chucho, no sabía que el Carnaval de Barranquilla se celebra desde el siglo XVIII… y además, la relajación ¿puede ser excesiva? Dejémosla en relajo!
Vicente: a lo que se refería el obispo no eran los carnavales sino las fiestas y bailes populares.
Se cree que los carnavales en Barranquilla se empezaron a festejar en la segunda mitad del siglo XIX