Para este blog es un orgullo contar con autores costeños, caribeños, como Jesús Ferro y Alfredo Cortés, que no dejan de recordarnos la riqueza cultural, tesoro de esas zonas de Colombia.
Desde tiempos inmemoriales las fiestas identificadas con el carnaval se hacen en procesiones. En la antigua Grecia, cuando terminaba la vendimia, los campesinos celebraban tocando flautas, bailando en grupos y bebiendo en abundante vino tempranillo. Eran desfiles de festejos en torno al dios agrícola Dionisio. Se llamaron procesiones dionisíacas.
En el mundo rural romano se hacían fiestas pastoriles en febrero, con procesiones donde los participantes se comportaban como lobos ebrios al compás de la música, por eso las llamaron Lupercales, término derivado de lupus, el animal que, como el macho cabrío, tenía mucho en común con las fiestas dionisíacas.
No es un azar entonces, que los carnavales irrumpan el sábado con un montón de procesiones en diferentes puntos de la ciudad: la Batalla de Flores de la vía cuarenta, el carnaval de la 44, el de la calle 17 y, en fin, un sinnúmero de expresiones festivas en las que disfraces, cumbiambas, grupos folclóricos, comparsas y carrozas son el común denominador.
La procesión de la alegría y el jolgorio es hija de la gran madre, la madre de todos los ritmos: la cumbia. Pero si la cumbia es la madre, el río Magdalena es quien engendra todas las cumbias posibles nacidas en sus riberas. No hay comparsa, no hay gaiteros, no hay flauta ni tambora que no provenga en esencia del río, sea que hayan nacido unos en las sabanas de Bolívar y otros en los valles del Cesar; el río Magdalena los recoge y sintetiza para confluir en Barranquilla, el punto de encuentro de la fiesta más grande de Colombia. No es poca cosa decirlo.
Las más tradicionales fiestas del Carnaval provienen de las riberas del río y por ese motivo sus habitantes pasan todo el año, entre un carnaval y otro, esperando y preparándose para llegar al escenario barranquillero a lucirse y mostrarse con sus comparsas, disfraces tan originales, -partiendo de los orígenes- como las Danzas del Paloteo, las Farotas de Talaigua Nuevo, los Goleros, las Pilanderas y un etcétera grandísimo lleno de aves, peces, manatíes y culebras. Todos anhelan mostrarse en los escenarios urbanos, danzan para recibir aplausos y su mayor trofeo -aparte de la satisfacción personal y grupal- es el reconocimiento que les da el público.
Los testimonios de esa felicidad desbordan las crónicas salidas de El Banco, La Gloria, Plato y tantos pueblos ribereños sin los cuales los carnavales no serían expresión popular caribe. El Carnaval de Barranquilla le debe al río su grandeza, y el río se alimenta de la cumbia que es su madre.
Jesús Ferro Bayona
Febrero, 2023