En Fratelli tutti encontré que “sentarse a escuchar a otro, característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcisismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo” y que “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo dialogar”.
William Mejia
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Comentando con unos amigos ‒por zoom‒ acerca de las ventajas que ha tenido este medio de comunicación durante la pandemia salió a relucir, entre sus características, una que me parece muy importante: nos obliga a escuchar. Quien está hablando no es interrumpido y hay que esperar el turno para hablar.
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El dilema de las redes sociales es “un híbrido entre documental y drama que ahonda en el negocio de las redes sociales, el poder que ejercen y la adicción que generan entre nosotros” (Netflix). Con ese poder y la información que recopilan pueden predecir comportamientos y preferencias, exponer a los individuos a un solo punto de vista y, de alguna manera, controlarlos. Carlos Castaneda había profetizado eso hace casi medio siglo.
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Un comentario frecuente sobre la manera como diversos gobiernos del mundo han afrontado el manejo del COVID-19 es el papel destacado que han desempeñado las mujeres gobernantes. Se cita a Jacinta Ardern (Nueva Zelanda), Katrín Jakobsdóttir (Islandia), Tsai Ing-wen (Taiwán), Erna Solverg (Noruega), Sanna Marin (Finlandia), Mette Frederiksen (Dinamarca) y Angela Merkel (Alemania), a la que se refiere el texto que sigue.