La espiritualidad se construye de muchas maneras, a veces duras, impredecibles y no necesariamente religiosas. El siguiente es el testimonio de la esposa de un exjesuita, que antes de que sus caminos se cruzaran, tuvo que vivir una vida llena de dificultades, que logró superar con alegría. Los versos de las canciones que cita así lo demuestran.
A mis amigos les adeudo la ternura
y las palabras de aliento y el abrazo,
el compartir con todos ellos la factura
que nos presenta la vida, paso a paso.
Alberto Cortez
Hola, soy Ro. No sé de música, ni contar historias, pero aquí estoy…
Esta historia nunca ha sido contada así, completa, ni siquiera para mí misma. Sin duda, no por falta de inspiración, porque está grabada en el alma; así, desnuda y sin dolor. Hoy lo hago segura, animada por un público abierto, amado y amoroso.
Hace 70 años, cuando mi madre llegaba a los 14, por esas cosas de la vida perdió contacto con toda su familia, así que desde ahí empezó a crecer y a hacerse mujer sola, hasta que yo llegué. Ya éramos dos, ella conmigo y yo con ella. Yo era su motor, su amor y aún soy su muñeca. Siempre muy unidas, pues la casa y la familia donde vivíamos siempre eran ajenas y siempre estábamos de paso.
Así que toda la espiritualidad, mis creencias, las oraciones y las ilusiones me las legó ella ¡y de qué forma!
Obviamente le fue difícil bautizarme, pues yo no tenía papá y la Iglesia lo requería. Con los años y gracias a personas que nos amaban y con alguna triquiñuela de justamente un jesuita amigo, un día en el papel tuve dos apellidos. Es decir, ya había papá, así figurara difunto. Sin ese requisito era muy difícil entrar a la escuela y acceder a los sacramentos. Los frutos del pecado eran hijos naturales y así contaran, como yo, con todo el amor y el buen ejemplo de su madre, no tenían muchos derechos en la sociedad y en la Iglesia. ¡Pero yo ya era legítima! Entonces, se abrirían puertas.
Ay, ay, ay, qué bonita es esta vida,
aunque a veces duela tanto
y a pesar de los pesares
siempre hay alguien que nos quiere,
siempre hay alguien que
Luis Carlos Monroy, Raúl Ornelas y Jaime Flórez
Mi madre asistía siempre a una misa cada día, durante 18 horas continuas, a una misa de trabajo, cansancio y, a veces, sin mucha compasión.
Hace 70 años, las “muchachas del servicio”, como les decían, por lo general no tenían horario, ni vacaciones, ni prestaciones; pero, sin duda, siempre, ayer y hoy, sí miles de ilusiones, con seguridad muchas más que sus patrones.
Primero, con dibujos, y luego, con mi mejor letra, cada año le escribía mi carta al Niño Dios, pero nada sucedía. Mi madre me decía que Él estaba muy lejos y que seguro no le alcanzaba a llegar. Pero no, yo sabía que el niñito no entendía mis cartas.
También hice la primera comunión y fui muchas veces a rogar a Dios que nos ayudara a estar mejor. ¿Tal vez sería que yo no era muy piadosa?
Igualmente, sé que un día ella no volvió a pedir clemencia.
Cuando el jilguero no puede cantar,
cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar…
Joan Manuel Serrat
Y claro que me enseñó el Credo: yo creo en el trabajo duro y honesto, creo en el amor sin condiciones, creo en la paz del perdón y, sobre todo, creo en la dicha del compartir incluso lo que nos hace falta.
Los mandamientos también los aprendí: amar al prójimo, gozar lo que tengo, perdonar, no robar ni mentir, no matar, no juzgar, no ser egoísta y no maldecir.
También teníamos nuestra feliz comunión, cada domingo en el parque infantil de 2.00 a 5.00 en su tarde de salida. Era un bombón Charms, rojo y grande, como regalo infaltable para nosotras dos. Para eso siempre había una moneda guardada.
Ella sufría porque muchas veces no había qué comer o qué calzar. Yo no me daba cuenta, era pequeña y muy feliz con su amor. Así, juntas seguíamos creciendo.
¡Qué fortuna haber nacido y crecido al otro lado!, al lado opuesto de donde hoy estoy, al lado de los que no tienen, de los hechos a un lado, al vivir sin lujos y luchando por el pan, por el espacio y por el respeto, aprendí a ser fuerte, a no quejarme, a no sentir envidia y, especialmente, a gozar el logro de cada día.
Saber que se puede, querer que se pueda,
quitarse los miedos, sacarlos afuera;
pintarse la cara color esperanza,
tentar al futuro con el corazón.
Diego Torres
La vida cambió tanto, que nos pasó ¡a este lado!
Vinieron las oportunidades y el trabajo. La casa llegó y la familia creció.
Silvia, mi hija, nuestra recompensa, mi mejor motivo y sus hijos, mi locura. Ella tiene ese mismo credo y mandamientos, con uno adicional: el cuidado indiscutible del planeta.
Hoy soy muy afortunada, tengo tanto que no lo necesito. Obviamente, lo disfruto y, sin dudarlo, lo comparto dichosa con mi hermano con hambre de pan o de amor.
Esa vida me tocó, nos tocó, pero repito ¡qué fortuna! A pesar del contraste entre pasado y presente, en nuestro espíritu seguimos igual, nos amamos, no maldecimos, amamos al prójimo y con ello tenemos gran paz interior. Somos muy felices.
Para terminar….
Cuando estoy entre tus brazos,
siempre me pregunto yo
cuánto me debía el destino,
que contigo me pagó.
José Alfredo Jiménez
Conocí hace 16 años a un caminante, un hombre que me enamora, que nos ama profundamente, que nos regaló un familión con sus 12 hermanos y que comparte conmigo la vida plena con el mismo credo y mandamientos. Así, con el alma liviana, caminamos uno al lado del otro.
Gracias. Los quiero mucho.