Frente a las guerras sin fin, unas mundiales y otras regionales, a los desplazamientos forzados de poblaciones, a las tiranías de poderes, la contaminación y destrucción de los recursos naturales, sumada esta pandemia universal que se volvió catastrófica en la India y agobiante en Suramérica, la esperanza está no solo en la ciencia y las vacunas sino, y mucho más, en la ética de las naciones que pueden unirse.
Los colombianos que han podido viajar a Miami a ponerse la vacuna gratis, sin tener que esperar el turno de acuerdo con la edad y por etapas, han reforzado la imagen de un mundo sin fronteras, justo cuando ese sueño requiere ser tangible. Es más, la pandemia que se reparte por el planeta sin distinguir razas, credos, lenguas o divisiones políticas, ha mostrado que la globalización no es un mero fenómeno comercial. Al contrario, la pandemia demostró que la catástrofe sanitaria no ha respetado frontera alguna para convertirse en un hecho global.
El ideal sería que las naciones más desarrolladas y ricas del mundo hicieran causa común en la solución universal del desastre planetario, si no regalando, al menos produciendo vacunas menos costosas y al alcance de los países más pobres, sin acumular cantidades monumentales como se informa que ha sucedido en países donde se tienen compradas y almacenadas hasta el triple, si no más, de las vacunas necesarias por habitante. Si ese ideal se realizara, o se hiciera el intento, podríamos celebrar en poco tiempo que la pandemia le dio a las naciones la oportunidad de adquirir un rostro humano y comprobar que la ética mundial es posible.
El teólogo católico Hans Küng, fallecido el pasado 6 de abril en Alemania, dedicó su vida a pensar y divulgar en numerosos escritos el proyecto de una ética mundial. En mi época de estudiante tuve la ocasión de escucharlo en París y desde entonces, hace más de cuarenta años, seguí la trayectoria del diseño y propuesta de un acuerdo posible entre líderes, organizaciones e individuos de distintas clases sociales, partidos y convicciones religiosas, para construir un conjunto de principios éticos que nos salven de posiciones egoístas y antagónicas, y nos den la posibilidad de sobrevivir cuando todo parece arrastrarnos al derrumbamiento.
Y si bien Hans Küng era un teólogo católico, pensó en términos ecuménicos, porque, según decía en 1991, “la credibilidad de las religiones va a depender, en un futuro próximo, de que acentúen cada vez lo que las une, y no lo que las separa”. Ese futuro llegó. Su propuesta ética no es solo desde la religión y para los creyentes, sino que se presenta como una respuesta universal a la pregunta de “¿por qué necesitamos modelos éticos globales para sobrevivir?” como lo expuso en Davos en 1989.
Modelos éticos globales: una expresión oportuna en estos tiempos en que necesitamos estar abiertos a un mejor porvenir sin que nos atropelle la desesperanza. Frente a las guerras sin fin, unas mundiales y otras regionales, a los desplazamientos forzados de poblaciones, a las tiranías de poderes, la contaminación y destrucción de los recursos naturales, sumada esta pandemia universal que se volvió catastrófica en la India y agobiante en Suramérica, la esperanza está no solo en la ciencia y las vacunas sino, y mucho más, en la ética de las naciones que pueden unirse para distribuirlas, compartiendo generosamente sus avances entre países ricos y pobres. La práctica de la ética global va en contra del ¡sálvese quien pueda!
Publicado en El Heraldo (Barranquilla)