Timeo hominem unius libri (Temo al hombre de un solo libro) es un viejo dicho que recientemente reformuló Arturo Pérez-Reverte[i] en una larga entrevista: “El fanático de un solo libro es el elemento más peligroso de la humanidad”.
No pertenezco a la clase de fanáticos que menciona Arturo Pérez Reverte ‒el fanático de un solo libro es el elemento más peligroso de la humanidad‒, no por especial virtud mía, sino porque la vida no me ha permitido serlo, a pesar de que suelo caer en cuanto despropósito critico.
Desde niño, cuando vivía en Davenport, una ciudad pequeña sobre el río Mississippi, me refugiaba en los libros. Me entusiasmé de tal manera con Las aventuras de Huckleberry Finn, el joven habitante de aquel río, y con Robinson Crusoe, el náufrago solitario, que los leí y releí varias veces. También leí las series de libros para jóvenes de los Hardy Boys (alrededor de 30 volúmenes, devorados), o los ocho de los Mercer Boys, y también releía los cómics del Capitán Marvel y el Capitán Marvel Jr., Supermán y Batman.
En el mundo de estos personajes me escondía e iba creando un entorno imaginario –un mundo mío, y solo mío– que seguía alimentándose con más aventuras, Miguel Strogoff, Sandokán, etc. Por las tardes, cuando llegaba del colegio, salía a repartir mi ruta de periódicos. Para entretenerme en el camino, inventaba cuentos (aventuras, detectives, vaqueros) que luego, en casa, transcribía en un cuaderno de pasta negra, que me hacía sentir escritor. Este mundo me llevó a desear ser escritor cuando fuera grande.
Sin embargo, acabé por hacerme jesuita, pues allí, según dictaba mi ilusión, podría realizarme, no solo como sacerdote salvador de almas, sino como escritor. Me interesé luego por la filosofía, y encontré a santo Tomás, a Bernard Lonergan, con su Insight, a Paul Ricoeur y la hermenéutica, además de san Agustín, san Anselmo, Kant y Nietzsche. Era, pues, tal la mezcla, que se volvía imposible llegar al tan peligroso libro único.
En 1974 salí de la Compañía, pero seguí siendo el mismo, con la dualidad entre el mundo imaginario y el mundo físico, que se contraponían siempre y se realimentaban entre sí. Y en medio de lecturas y escritos, a medida que voy escribiendo mis diferentes novelas y cuentos, voy también construyendo la novela única, que es mi vida, como alguna vez dijo don Quijote.
Ojalá pudiera añadir, con Fabricio, el alter-ego del Padre Elías, que se trataría más bien de que, dejando de lado lo demás, “cada uno estuviese atento a la novela que en él se representa y vive”[i].
Javier Escobar Isaza
Junio, 2021
[i] González, Fernando (1962). Tragicomedia del Padre Elías y Martina la Velera. Medellín: Ediciones Otraparte. https://www.otraparte.org/fernando-gonzalez/ideas/1962-tragicomedia/
[i] Goitia, Fernando (2021). Arturo Pérez-Reverte y los libros (vídeo completo de la entrevista). XL Semanal, abril 23.
https://www.xlsemanal.com/personajes/20210423/perez-reverte-libros.html