Aprender para ser libres de cualquier prisión

Por: Bernardo Nieto
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Diseñar y producir una aplicación digital que permita alfabetizar adultos marginados tiene que hacerse probando su eficacia, eficiencia y validez con personas que requieren aprender, independientemente de dónde se encuentren. En el proceso de validar Mi Escuela fuimos a la cárcel de un pueblo que concentra población campesina adulta. Allí comprobamos que si algo desea un recluso campesino es liberarse de carencias y exclusiones, en especial la de no haber tenido la oportunidad de aprender y que un cautivo está dispuesto a romper sus cadenas si se le brinda la oportunidad de educarse que merece, a la altura de su dignidad.

Un viernes, después de terminar nuestro frugal almuerzo, nos encontramos con el guía que nos había citado a las 2.00 p.m. en la puerta de entrada de la cárcel de Ubaté. Éramos siete profesionales: cinco mujeres y dos hombres. Estábamos un poco recelosos con nuestra visita al penal, que ocupa casi todo el primer piso de un edificio republicano de dos plantas, donde tiene su sede la alcaldía municipal. Es una amplia casona con ventanas verdes, rejas de hierro y tejas de barro, ubicada en el marco de la plaza central de la población.

A la canícula del mediodía le había seguido un cielo encapotado y un descenso abrupto de la temperatura, presagio de la lluvia que caería al atardecer. En el portón nos recibió un joven guardián de uniforme de dril, entre gris y azul claro. Nos explicó que su jefe aún no había regresado de almorzar y que solo él podía autorizar nuestra entrada a la sala de lectura de la biblioteca del presidio, donde haríamos una nueva prueba de la primera lección de Mi escuela, el método de alfabetización digital que estamos desarrollando con Acción Cultural Popular, ACPO. Trabajaríamos con 16 reclusos que, supuestamente, no sabían leer ni escribir. 

Por la gestión del guía, dos jóvenes guardianes con rostros desconfiados nos condujeron por un corredor estrecho hasta una especie de sala de espera donde debían requisarnos. Nuestra visita estaba anunciada, aprobada y anotada en el libro de registro y podríamos estar allí hasta las cuatro de la tarde, pues a esa hora los presos harían formación, serían contados y recibirían la cena. A las cinco debían formar para ingresar a las celdas. Teníamos dos horas preciosas para probar la primera lección.

La sala de espera desemboca en un pequeño espacio flanqueado por una reja firmemente clavada entre el piso y el techo e impide el acceso al interior de la cárcel. Pusimos nuestros morrales en el piso y nos acomodamos en cuatro sillas y un par de butacos plásticos que había en el zaguán. Por el desgaste de la pintura en los barrotes podía deducirse el frecuente tráfico de personas que salían o entraban al penal. Con un poco de curiosidad quise ver qué había más allá de la reja, hacia el interior; sin embargo, desde la sala solo escuchábamos las voces desordenadas de unos rostros que aún no identificábamos.

Nos recogieron todos los teléfonos celulares y los guardaron en una bolsa que pusieron bajo llave en un viejo mueble de madera. Expliqué que no podía entregar mi teléfono pues sus datos móviles alimentarían la señal de las tabletas en donde los reclusos debían estudiar la lección. Por eso, tampoco podríamos entregar las tabletas. Me permitieron conservar mi teléfono y las tabletas, pero me advirtieron que no podía hacer ninguna llamada mientras estuviéramos dentro del penal. 

A las 2.30 p.m. apareció el fornido jefe de guardia que se detuvo a hablar con nuestro guía. Presentamos nuestros documentos de identidad, hombres y mujeres fuimos requisados, hurgaron en nuestras bolsas, carteras y morrales, firmamos el libro de visitas y autorizaron el ingreso. Una vez adentro, el guardia cerró la reja de acceso, puso el candado. Sentí que también estábamos prisioneros en ese lugar donde unos meses antes se había comprobado que desde allí se continuaba extorsionando y delinquiendo. En silencio, seguí al grupo.

Por una estrecha escalera llegamos a un entrepiso donde estaba la oscura sala de lectura de la biblioteca. Allí nos esperaban los “alumnos”, listos para aprender. A pesar del frío de la tarde, la mayoría llevaba apenas una camisa y un viejo pantalón; uno que otro se mal abrigaba del frío de la tarde con un suéter descolorido o una chaqueta barata. Encendimos la luz y rápidamente juntamos en parejas las sillas plásticas alrededor de la única y larga mesa rectangular y llamamos a seis adultos de diferentes edades. Cada uno se sentó junto a uno de nosotros. Si fuera necesario entre los seis auxiliares ayudaríamos a los reclusos en su tarea y tomaríamos nota de todo lo que sucediera durante la actividad. Como no había internet, con los datos móviles de mi teléfono enlazamos las tabletas a la red para que la aplicación pudiera funcionar. 

Los demás reclusos, unos diez más, estaban inquietos, observando a sus compañeros. Les explicamos de qué se trataba el trabajo y quedaron más tranquilos, deseosos de ser los siguientes en usar las tabletas, unos aparatos que apenas algunos de ellos habían visto antes en su vida. Un recluso me llamó la atención; vestía de paño y parecía vigilar lo que hacíamos. Se sentó atrás y desde allí observaba la actividad. Deduje que ya sabía leer y escribir, pero esperaba su turno para usar la tableta, como uno más del grupo de presos. 

Encendidas las tabletas y con los audífonos puestos, cada “alumno” se olvidó de lo que sucedía a su alrededor y se concentró en seguir las indicaciones, ver las imágenes y hacer lo que se les pedía. No se nos permitió tomar fotografías ni grabar en video la sesión. Por eso, decidir grabar en mi mente y en mi corazón cada momento. Me impresionó ver la dedicación y seriedad con la que todos los reclusos se dedicaban a cumplir “la lección”. Estaban atrapados por esta nueva manera de aprender, usando una tableta que les preguntaba su nombre, los saludaba amistosamente y les decía cómo dibujar en la pantalla. 

En un momento, me alejé del grupo y me ubiqué atrás junto a Mario, el preso vestido con traje de paño. Lo saludé y me respondió con amabilidad y gran tranquilidad. Estaba recluido desde hacía algo más de un año, le gustaba leer, estudiar y colaborar con la educación de los demás. Cada hora de estudio o de trabajo educativo le ayudaba a disminuir el tiempo de prisión. Me explicó que no conocía a todos los que estaban ahí y me dijo que muchos de los presos no sabían leer ni escribir y que nuestra idea le gustaba mucho. Muchos de ellos habían sido mulas, pequeños narco-negociantes o campesinos que habían delinquido por un puñado de billetes. Mario quería ver cómo podía ayudar a que otros aprendieran. Quería ser profesor de nuestro método. Enseñar y aprender los acercaba a todos a la libertad. Nunca me dijo por qué estaba preso.

Al ver a esos reclusos reunidos, encerrados en esas viejas paredes y con un enorme deseo de aprender, reafirmé que la falta de oportunidades para estudiar y aprender constituye la mayor prisión que puede sufrir un ser humano. La falta de educación encierra a personas concretas en un cautiverio inaceptable que les impide participar de los beneficios de la educación y la cultura; tenemos que acabar con ella. 

En esa cárcel nuestros “alumnos” estaban presos por algún delito pero, principalmente, por ser pobres, excluidos y marginados. Sin educación, difícilmente saldrán de la pobreza. Y así seguirán los más de dos millones y medio de analfabetas colombianos adultos, olvidados en todas las políticas educativas del Estado, presos en medio de carencias y desigualdades. Otros delincuentes, seguramente muy ilustrados, seguirán aprovechándose de esa ignorancia para perpetuar las desigualdades, la explotación, la injusticia. 

Por eso, la tarea de estructurar en Mi escuela, un método novedoso y eficaz de alfabetización digital, constituye una verdadera innovación social, libera de la ignorancia a los cautivos y da libertad a las mentes y a los corazones. Como hemos anunciado, ACPO, Uniminuto y Tetracto se han unido para lograr este propósito y esperan poner este método en dispositivos móviles a partir de 2022.

***

De acuerdo con datos de UNESCO (2017)[i] en América Latina hay más de 32 millones de analfabetas. Según la CEPAL[ii], en un estudio comparativo adelantado en 18 países de América Latina, para 2010 una persona adulta con la educación primaria incompleta recibía al año cerca de 300 dólares, lo cual significa siete veces menos ingresos que una persona que había concluido su educación profesional, y que recibe en promedio 2000 dólares. Un adulto analfabeta tiene ingresos inferiores a un dólar diario. 

Hoy, en pleno siglo XXI, la falta de oportunidades educativas sigue marginando a millones de seres humanos de las posibilidades vivir dignamente y priva a los países de aprovechar el aporte de estos seres humanos al desarrollo. A la vez, los promotores y negociantes de la ilegalidad y la violencia encuentran en ese enorme grupo de marginados sociales y culturales, a los esclavos y prisioneros víctimas de su ambición y dominio. La falta de educación es terreno abonado para la violencia y la delincuencia. 

***

A las cinco de la tarde, después de terminar la prueba y con todos nuestros equipos completos, abandonamos la cárcel. Adentro seguían presos nuestros alumnos, esperando una nueva visita con nuevas lecciones para seguir estudiando. Habíamos comprobado su enorme interés y deseo de aprender, pues ellos sí que saben lo que significa perder la libertad por falta de educación. Afuera nos miramos sonrientes, aliviados al abandonar la prisión y conscientes de lo que significa gozar de nuestra libertad. De regreso a nuestras actividades, nos prometimos seguir adelante, unidos en el compromiso de lograr nuestro propósito educativo. Muchos otros, como Mario, aunque permanecen prisioneros, están completamente dispuestos a ser nuestros aliados para disminuir sus condenas y liberar a sus compañeros de la prisión del analfabetismo que les niega su dignidad y justa libertad


[i] Unesco (2017). Tercer Informe mundial sobre el aprendizaje y la educación de adultos. Unesco: Paris.

[ii] CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) (2010). Panorama social de América Latina, sobre la base de tabulaciones especiales de las encuestas de hogares de los respectivos países. 

Bernardo Nieto Sotomayor

Septiembre, 2021

3 Comentarios

Jorge+Luis+Puerta 28 septiembre, 2021 - 10:06 am

Bernardo: sabes que soy el secretario general del club de fans de esta necesaria y excelente iniciativa. Sueño con ver esa primera sesión de aprendizaje, grabada fuera de la prisión…

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John+Arbeláez 30 septiembre, 2021 - 10:34 am

Bernardo, maravillosa labor humanitaria y con el pleno sentido de la palabra: evangelizadora, pues les llevas una nueva visión de la vida a estas personas carentes de conocimiento y que han carecido de oportunidades en la vida. Muy conmovedor tu relato. Mil gracias por acercarnos espiritualmente a tu aula de clase.

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Juan+Gregorio+Velez 4 octubre, 2021 - 12:27 pm

Varias obras de misericordia juntas en esta visita. Buen trabajo Bernardo. Si necesitas apoyo, con gusto.

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