La vida está hecha de momentos: unos gratos, otros no tanto, otros amables, jocosos, alegres, y otros tristes. Pienso que compartir estos momentos con los amigos de toda la vida nos permite conocernos mejor y que los lazos de amistad se estrechen y se fortalezcan. Quiero narrar algunos de esos momentos sucedidos en sitios y fechas distintas. Ustedes los entenderán, comprenderán y los juzgarán. Si se ríen con ellos, mejor para todos.
Un presidente en toalla, furioso, y yo “totiado” de la risa.
Eran los años 90. Ya no recuerdo el año exacto, pudo ser 1993, en que me pasó esto que les narro y que fue supremamente divertido. Como gerente de programación de RCN TELEVISIÓN, era parte de mi trabajo estar bien informado sobre las nuevas producciones que llegarían a Colombia uno o dos años más tarde: series, películas y nuevos programas de televisión, especialmente gringos. Con juicio y método, leía y sistematizaba la información pertinente con anticipación y eso nos permitía negociar con los productores y dueños de los derechos, antes que cualquiera de nuestros competidores colombianos. En eso éramos los primeros. Nadie nos ganó. Era también la época en que nuestras producciones nacionales comenzaban a tener aceptación entre los canales y programadoras latinoamericanas. María, La Vorágine, La Casa de las dos Palmas… Casi siempre viajaba a las ferias en las que se compraban y vendían las nuevas series, películas y programas de televisión, con el presidente de la empresa, un gran amigo. Esta vez la cita era en Los Ángeles, en el mes de abril-mayo.
En uno de los pisos del elegante hotel Century Plaza, ubicado sobre la Avenida de las Estrellas, habíamos alquilado una suite de dos cuartos separados por una puerta, cada uno con teléfono, minibar y salita de reuniones. En uno de ellos se alojaba el presidente de la empresa y en el otro habíamos colgado los afiches de nuestras producciones, lo habíamos dotado con una pantalla grande para exhibir nuestras producciones y entregar a los clientes potenciales los folletos y materiales publicitarios correspondientes. Yo dormía en una habitación individual en otro piso del hotel.
Esa noche, al llegar de cenar con unos clientes, casi a la medianoche, estábamos agotados. Mi amigo el presidente me preguntó sobre la agenda del día siguiente y le recordé que desayunaríamos con el dueño de los derechos de una excelente producción sobre la cual ya había pedido prioridad para nuestra empresa. No podíamos retrasarnos. Como él era dormilón, me pidió que lo despertara a las 7 en punto advirtiéndome que insistiera en mi llamada hasta que él me respondiera, para estar seguros de que cumpliríamos la cita. Nos despedimos y cada uno se fue a dormir. Llamé a la recepción y pedí que me despertaran a las 6 y 30.
A la mañana siguiente, luego de bañarme y vestirme, estuve listo para nuestra cita y, a las 7 en punto, llamé a mi jefe a su habitación. Ring…, ring…, ring…, ring… Nadie me respondió y colgué.
– Quizás estaba muy cansado, más que yo, y a lo mejor no me escuchó-, pensé.
Marqué entonces el otro número de la suite. Ring…, ring…, ring… Nuevamente, nadie me respondió y colgué.
– ¡No puede ser! Algo está pasando…
Marqué nuevamente el primer número. Ring…, ring…, ring… ring… Nadie me respondió.
Colgué, tomé las llaves de la habitación y decidí bajar a la suite, pues a lo mejor algo le había sucedido a Samuel, que así se llamaba mi jefe. El ascensor estaba en frente de mi cuarto, pulsé el botón y la puerta se abrió inmediatamente. Bajé al piso 8º donde estaba la suite 8-24, caminé rápidamente por el corredor y toqué la puerta. Samuel abrió cubriéndose malamente con una toalla pequeña y con un claro gesto de disgusto en su rostro. Samuel era un llanero alto, recio, gordito y normalmente buena persona.
- ¿Qué te pasó? – Samuel. ¿Por qué estás bravo?
- ¡Que un hijue… me está mamando gallo! Alguien llamó a la suite del televisor, me despertó y brinqué por encima de la cama, pensando que era un comprador… Cuando llegué a responder, ya habían colgado. Entonces sonó el teléfono de mi cuarto. Corrí a responder y cuando levanté el teléfono ya habían colgado y, después, volvió a sonar el teléfono de la suite, corrí y otra vez, el hijue… volvió a colgar!
Comprendiendo en un segundo toda la escena anterior, me figuré a mi jefe, gordito y “en pelota”, brincando de un lado para otro y tratando de llegar infructuosamente a responder mis llamadas. Miré a Samuel que estaba “muerto de la piedra”, descalzo y apretando la toalla para cubrir su cintura. Sin poderme contener, estallé en risas y me tuve que sentar en la entrada de la habitación, literalmente “totiao de la risa”.
- ¿Por qué se ríe, hijue…? Arengó Samuel.
Cuando pude tomar aire y calmarme un poco, expliqué:
- ¡¡¡Era yo!!! Jajajajajaja… Llamé a este número y nadie me respondió. Colgué y entonces marqué al otro teléfono; esperé y tampoco: nadie me respondió. Volví a marcar y nadie… jajajajaj… jajaja…
La risa no me dejaba respirar… ¡Me imaginaba a Samuel, todo afanado porque de pronto perdíamos un negocio y volando en cueros por encima de la cama para responder al teléfono!
Cuando Samuel entendió también lo que había pasado, se sentó a reír también sobre la cama y poco a poco nos fuimos calmando… Le expliqué que ya estaba preocupado por no obtener respuesta y que, por eso, bajé a despertarlo en persona y volvimos a reír, como los dos buenos amigos que siempre fuimos.
Llegamos a nuestra cita a tiempo, riéndonos todavía y compramos la serie. “La bella y la bestia” de Republic Pictures. La producción fue un éxito los domingos en la tarde. Y el momento se quedó en nuestra memoria para siempre. ¡Qué tiempo tan feliz!, verdaderamente.
Bernardo Nieto
Abril, 2023