174517 y 44904

Por: Jorge Luis Puerta
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auschwitz, kraków, poland

Como si fuera necesario marcar de otra manera la memoria. Como si no fuera suficiente esa marca del horror que quiebra y permanece en el alma, el poder destructor necesita dejar su marca física, indeleble: el 174517 tatuado en el antebrazo de Primo Levi, prisionero de Auschwitz. El 44904 tatuado también en el antebrazo de Jorge Semprún, prisionero del campo de Buchenwald.

Se acostumbra decir que el buen arte nos hace mejores, nos cambia la vida, nos enriquece la manera de ver al mundo; a la condición humana, inclusive, nos devela lo peor de ella. Es lo que pasó conmigo, con estos dos libros que reseño aquí: Si esto es un hombre, de Primo Levi, y La escritura o la vida, de Jorge Semprún. Después de sus lecturas no puedo decir que soy el mismo.

Ninguno de los dos acusa, salda cuentas, delata, manifiesta sed de venganza. Primo Levi siente la urgencia de mostrar la cotidianidad del mal hasta en los detalles. Semprún tarda años en escribir, porque se sitúa en la paradoja que le plantea el uso de un lenguaje que pueda “naturalizar” el mal.

Nadie mejor que Carlos Fuentes[1] para tratar de entender este fenómeno:

“A Semprún le sirven para concluir que el horror no es el Mal, es sólo su apariencia, su maquillaje, pues el Mal, trágicamente, es “uno de los proyectos posibles de la libertad constitutiva de la humanidad del hombre”. La libertad puede ser raíz, tanto de la humanidad como de la inhumanidad del ser humano”.

Esta conciencia del “mal como proyecto humano” no puede dejar a nadie indiferente. A mí me llevó a una de las reflexiones más lúcidas del pensamiento occidental en el siglo XX sobre este tema.

Cuando Israel captura en Buenos Aires a Adolf Eichmann, un exteniente de las SS alemanas durante la segunda guerra mundial, encargado de las deportaciones masivas de judíos a los campos de concentración y lo lleva a juicio a Jerusalén, Hanna Arendt consigue que The New Yorker la envíe como corresponsal a cubrir el juicio. ‒

En su informe sobre el caso ‒Eichmann, un ensayo sobre la banalidad del mal‒, Arendt trata de explicar que el acusado no es ningún ser perverso o desquiciado; simplemente es un burócrata, un padre de familia como cualquiera, que “obedece órdenes” de un plan mayor, de una maquinaria creada para aniquilar al otro, al diferente. 

“Desde luego, para las ciencias políticas y sociales tiene gran importancia el hecho de que sea esencial en todo gobierno totalitario, y quizá propio de la naturaleza de toda burocracia, transformar a los hombres en funcionarios y simples ruedecillas de la maquinaria administrativa y, en consecuencia, deshumanizarles”[2].

Jorge Luis Puerta

Octubre 2020


[1] Carlos Fuentes, ¿La escritura o la vida? El País (España), 29 de enero de 1996. https://elpais.com/diario/1996/01/30/opinion/822956410_850215.html  

[2] https://eltalondeaquiles.pucp.edu.pe/wp-content/uploads/2015/09/Eichman-en-Jerusalem.pdf  p. 172.

1 Comentario

Vicente Alcala 12 octubre, 2020 - 3:52 pm

«El trabajo libera» (letrero en la puerta de entrada al campo de concentracion de Dachau)
¿Cinismo o que no leyeron el articulo de Samuel sobre laboradiccion?

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